Buenos Aires, Argentina – Cada día, Carlos Dawlowfki, jubilado argentino, calcula meticulosamente sus gastos. Ya quitó de su menú el clásico asado, eliminó consumos superfluos y prioriza comprar medicamentos y alimentos económicos. Como él, unos seis millones de jubilados argentinos no alcanzan a cubrir las necesidades básicas. Si bien el Gobierno del presidente Javier Milei desaceleró la inflación, el costo del ajuste fiscal ha recaído sobre los adultos mayores, que todos los miércoles protestan en Buenos Aires por mejoras en sus pensiones.
“Ser jubilado es difícil, siempre estuvimos mal pero ahora estamos peor que nunca”, dice Dawlowfki a TRT Español. “Tomo seis medicamentos y a veces debo saltarlos porque no alcanza el dinero. No me regalaron nada, aporté al país y me siento humillado”, se lamenta.
¿Motosierra para jubilados?
Los adultos mayores han sido de los más golpeados por el recorte fiscal, que el presidente argentino bautizó como “plan motosierra” por la magnitud de las reducciones en el gasto público, según diarios locales.
Recientemente, el Congreso aprobó una ley que otorga un aumento del 7,2 % para las jubilaciones, aunque Milei la vetó y calificó el proyecto como un “disparate”. “No hay plata, y la única forma de hacer a Argentina grande otra vez es con esfuerzo y honestidad”, afirmó.
Tiempo atrás el mandatario aseguró que “el sistema está quebrado”, y acusó a la oposición de intentar “llevar a nuestro país a la bancarrota". “Hacer efectivas esta medida y sostenerla en el tiempo implicaría un aumento en la dinámica de la deuda argentina por una cifra cercana a los 350.000 millones de dólares”, advirtió.
Aunque en Argentina bajó la inflación –que en 2023 escaló a 211% y ahora está en el 39% en los últimos 12 meses–, el recorte del gasto público implicó un fuerte ajuste a los jubilados.
“En 2024, el 19,2% del ajuste del gasto del Estado estuvo explicado por la pérdida del poder adquisitivo de jubilados y pensiones”, señaló un informe del Centro de Economía Política Argentina.
Los ancianos también dicen que los afecta el aumento generalizado de precios y servicios básicos –electricidad, gas, transporte– y el recorte de un plan de medicamentos gratuitos implementado por el Programa de Asistencia Médica Integral, que ahora es sólo para quienes puedan probar que se encuentran en situación de “vulnerabilidad económica”.
En otras palabras, para acceder al descuento, no deben poseer más de una propiedad ni vehículos con menos de 10 años de antigüedad, bienes de lujo ni utilizar servicios de medicina privada. También incluyeron un trámite en línea que se transformó para muchos en una barrera.
“Hay gente que no puede comer”
Dawlowfki, de 75 años, se jubiló hace una década luego de 30 años como cartero, chofer de autos y propietario de un emprendimiento gastronómico. Hoy cobra 450.000 pesos argentinos (330 dólares), apenas más que la pensión mínima.
Este anciano se convirtió en un símbolo de las protestas de jubilados que cada miércoles exigen mejoras frente al Parlamento argentino. Hace meses, en una de esas movilizaciones, Dawlowfki afirma que fue agredido por la policía y debió recibir asistencia médica. Esa tarde lucía la camiseta de Chacarita, su equipo de fútbol. A la semana siguiente miles de hinchas de diferentes clubes argentinos se sumaron al reclamo bajo la consigna “Basta de pegarle a los viejos”.
Ese día se sintió “muy emocionado” por el apoyo. “Vinieron los nietos a apoyar a los abuelos”, recuerda. “Hay gente que no puede comer y eso es un dolor, no es justo para nuestro pueblo, que es trabajador”.
Poder adquisitivo por el suelo
En agosto, la jubilación mínima más un bono —el cual está congelado desde marzo de 2024— que reciben cinco millones de personas alcanzará apenas los 384.243 pesos argentinos (unos 280 dólares). Hay otros dos millones de personas que tuvieron más de 30 años de aportes al sistema previsional y cobran un promedio de 600 dólares.
Pero la Canasta Básica del Jubilado, elaborada por la Defensoría de la Tercera Edad de Buenos Aires, determinó que un adulto mayor requiere 1.200.000 pesos (poco menos de 1.000 dólares) para alimentos, medicamentos, vivienda, servicios básicos, transporte, vestimenta y recreación.
“Las personas mayores hace tres años están viviendo una crisis humanitaria. No sólo perdieron calidad de vida, sino que ahora se están perdiendo vidas”, afirma a TRT Español el defensor de la Tercera Edad, Eugenio Semino, quien califica de “dramática” la situación desde su despacho, donde recibe consultas. “Dicen que el médico les recetó dos pastillas diarias pero como no las pueden pagar”, explica, “toman una día por medio”.
Pese a esta situación, el Gobierno de Milei no ha otorgado aumentos extraordinarios. En 2024 vetó otra ley sancionada por el Congreso que compensaba la pérdida de poder adquisitivo y establecía incrementos atados a la evolución de la inflación y los salarios. “En dólares, voló el poder adquisitivo de los jubilados”, afirmó tiempo atrás. “El problema es que no hay plata”, argumentó en otra ocasión.
El laberinto previsional argentino
Argentina tiene además 500.000 adultos mayores con algún tipo de discapacidad que reciben “Pensiones no Contributivas”, del 70% de una jubilación mínima. Y existe la Pensión Universal de Adulto Mayor (PUAM), un subsidio para quienes no alcanzaron los 30 años de aportes, del 80% de un haber mínimo.
A esto se añade que bajo el Gobierno de Milei quedó suspendida la “moratoria previsional”, que permitía a personas en edad jubilatoria (60 años para mujeres y 65 para hombres) pagar para alcanzar los 30 años de aportes requeridos. Se estima que solo en 2025 alrededor de 243.000 personas no podrán acceder a la jubilación mínima y deberán conformarse con la PUAM.
“Somos descarte”
Nora Biaggio, de 71 años, trabajó como docente durante tres décadas y hoy encabeza el Plenario de Trabajadores Jubilados, una organización que exige mejoras para el sector y reclama un aumento de emergencia para que la pensión mínima supere los 1.000 dólares. Actualmente percibe la mitad, alrededor de 600.000 pesos argentinos (menos de 500 dólares), que en gran medida destina a medicamentos y servicios básicos del hogar.
“En invierno se enciende menos la calefacción. Ser jubilado es ser una persona de descarte”, señala en una entrevista con TRT Español.
Cuando se jubiló hace una década, Fernando Garavaglia, de 75 años, soñaba una vejez con tranquilidad. Aunque siempre percibió la mínima, ahora define el escenario como “desastroso y terrible”. Por la falta de dinero debe comprar alimentos en cuotas. “Tengo algunos problemas de salud y no puedo seguir trabajando”, relata.
Aunque recuerda épocas mejores, asegura que históricamente los adultos mayores fueron perjudicados. Sin embargo, destaca que “ahora se agravó”. “Es muy difícil proyectar a corto y largo plazo, queda cada vez menos lugar para el disfrute”, reflexiona.
Jubilados en acción
Como ocurrió durante la década de 1990, en 2024 los jubilados volvieron a marchar todas las semanas para exigir aumentos y mejoras en las prestaciones de salud. Sin embargo, enfrentan un estricto protocolo “antipiquetes” de las fuerzas de seguridad que impiden cortar el tráfico en las calles, mediante costosos operativos que mantienen sitiado el centro de Buenos Aires por horas.
Una protesta de jubilados en marzo 2025 derivó en una ola de detenciones que se describió como “la mayor represión policial” desde que Javier Milei asumió la presidencia, con 114 personas arrestadas, incluidos siete sindicalistas de la Asociación de Trabajadores del Estado, y 20 heridos, uno de ellos de gravedad.
El gobierno acusó a la oposición de planear un intento de desestabilización. Patricia Bullrich, ministra de Seguridad, afirmó que “los que generan violencia van a tener como respuesta la represión del Estado”.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con esta declaración.
“Hay un ensañamiento especial contra los jubilados, buscan generar temor para que no nos movilicemos. Van con armas sofisticadas, parecen ejercicios militares”, asegura.
Tiempo después de recibir golpes, Dawlowfki aún presentaba secuelas físicas y emocionales: cortes en las manos, marcas de proyectiles y dolores corporales.
Sentado en un parque de Buenos Aires con el sol de frente iluminando su rostro recuerda épocas de bonanza en las que podía darse un gusto: “Se extraña mucho la carne”, evoca. “Comer un buen asado el fin de semana”.