Houla, Rab el Thalatheen, Líbano - Nada, una joven madre libanesa, pensó que nunca volvería a casa. Tras cinco meses desplazada en Beirut, ella y su familia fueron los últimos en regresar después de la ofensiva israelí. La razón: aunque el alto el fuego entre Israel y Hezbollah estaba en vigor, hasta el 18 de febrero el ejército israelí mantuvo el control de una decena de pueblos fronterizos. Entre ellos, el de Nada, quien prefiere no dar su apellido para proteger su identidad de posibles represalias.
La espera fue larga, y el regreso a Houla, un pueblo devastado por los bombardeos, fue más duro de lo que imaginaba. Al llegar, confirmó con sus propios ojos lo que llevaba meses viendo en su teléfono. “No puedo creer que lo hayan dejado así”, lloraba a las puertas de su casa, una de las pocas que aún siguen en pie. Los soldados destrozaron el interior del edificio. La cocina y la sala de estar quedaron calcinadas. Y en las paredes habían grabado estrellas de David, junto a un mensaje provocador: “Gracias por la estancia. Volveremos”.
Como ella, miles de familias enfrentan ahora el reto de reconstruir sus vidas en medio de las ruinas. “Aún así”, reconoce, “no cambiaría estar en mi pueblo por ninguna otra cosa. Ellos han querido dejar su huella, pero resurgiremos de las cenizas. No entienden que esta es nuestra tierra, nuestro hogar. Queremos que se vayan y nos dejen en paz”.
El pasado 26 de enero, cuando vencía el plazo inicial de 60 días para la retirada israelí del Líbano, 24 personas murieron mientras intentaban regresar al sur del país. Durante la tregua, se reportaron más de 870 violaciones del alto el fuego. Aunque ahora las tropas israelíes abandonaron casi todo el territorio, el ejército del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, aún mantiene el control de cinco puntos considerados estratégicos del lado libanés de la frontera: Jabal Balat, Labouna, Al Aziyah y los montes Hammams y Awaida.
El principal reto: la reconstrucción
Al llegar a Houla, el impacto del conflicto es evidente. Las calles están repletas de escombros, y las casas están dañadas o destruidas. La reconstrucción no será tarea fácil. De hecho, muchos libaneses todavía no han regresado a los últimos pueblos donde Israel retiró sus tropas, ya que todavía no tienen electricidad, agua potable ni servicios básicos.
Ali, originario de Rab el Thalatheen, en el sur del Líbano, viaja cada día desde la ciudad de Tiro para reacondicionar su hogar, mientras su familia permanece en casa de unos allegados.
Pero el desafío va más allá de las residencias familiares. Los esfuerzos de reconstrucción tendrán que atender también a carreteras, escuelas, hospitales, entre otras infraestructuras clave. Se necesitan inversiones masivas y apoyo internacional, pero hasta ahora no hay un plan concreto sobre la mesa.
Durante la ofensiva israelí –en la que murieron cerca de 4.000 personas, otras 15.000 resultaron heridas, y 1,2 millones fueron desplazadas– al menos 40.000 viviendas fueron destruidas y unos 30 pueblos cercanos a la frontera quedaron prácticamente borrados del mapa.
Se estima que el Líbano necesita entre 6.000 y 7.000 millones de dólares para reconstruir la infraestructura dañada y restaurar escombros. Hezbollah asignó 650 millones de dólares para viviendas y restauración en el sur del país, mientras el Banco Mundial evalúa un proyecto de reconstrucción por 1.000 millones de dólares. Sin embargo, la aprobación de este fondo está condicionada a la implementación de reformas financieras y políticas exigidas por Occidente.
Asimismo, recientemente se conformó en Líbano un nuevo gobierno, encabezado por el primer ministro, Nawaf Salam, quien ha prometido impulsar la reconstrucción y reformas económicas.
Sin embargo, estos esfuerzos podrían verse afectados por el reciente recorte de ayuda exterior aprobado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El viernes, un funcionario del fondo para la infancia de la ONU, UNICEF, advirtió que las nuevas restricciones estadounidenses han obligado a reducir o suspender numerosos programas en el país, donde más de la mitad de los niños menores de dos años sufren grave pobreza alimentaria.
Minas sin detonar
Otro peligro acecha a quienes regresan al sur del Líbano: los explosivos sin detonar. Ahora que el ejército libanés se ha desplegado en el territorio, hay patrullas encargadas de desactivarlos.
Abed, residente de Houla, asegura que, antes de abandonar el Líbano, el ejército ocupante puso bombas dentro de las viviendas: “Hay minas no explotadas por todo el lugar. En algunas casas, los israelíes pusieron bombas en cadáveres”, dice Abed, que también prefiere no revelar su apellido.
Sus declaraciones coinciden con los datos oficiales. En los primeros 20 días tras el fin de la ofensiva, el pasado 27 de noviembre, las autoridades desactivaron más de 2.300 artefactos sin estallar.
Las carreteras del sur del Líbano y del valle de la Becá —una de las zonas más afectadas— están llenas de señales del gobierno que advierten sobre la presencia de artefactos sin detonar. Un escenario que recuerda lo ocurrido en 2006, cuando tras la invasión israelí se encontraron alrededor de 100.000 bombas de racimo sin explotar en el sur del país. Un obstáculo más para los libaneses que aún sueñan con recuperar sus hogares y reconstruir sus vidas.