La caída de Bashar Al-Assad y el cambio de régimen en Siria, que se produjo en apenas dos semanas después de que la oposición avanzara desde Idlib y Daraa, fue una sorpresa para muchos. La salida de Assad del país ocurrió después de 13 años de guerra civil. Sin embargo, este resultado se remonta a un proceso que comenzó hace unos 100 años.
En 2016, cuando se cumplieron cinco años desde que estalló el levantamiento contra el régimen en 2011, varios analistas afirmaron que la revolución había fracasado. De hecho dijeron que la llamada “primavera árabe” se había convertido en un “invierno árabe”, especialmente en el caso de Siria.
Sin embargo, las dinámicas revolucionarias nos obligan a ir más allá de los análisis geopolíticos que suelen centrarse en el papel de actores regionales y globales. En el caso de Siria, estas dinámicas se mantuvieron vivas gracias a la firmeza de la oposición en el país, que conservó intacta su memoria sobre las crueldades del régimen de Assad, incluso en el exilio.
Las dinámicas sociales y políticas de la reciente revolución del 8 de diciembre en Siria serán objeto de análisis más exhaustivos en las próximas décadas desde diferentes perspectivas. Si somos afortunados, podremos leer relatos de todas las partes involucradas sobre cómo se logró este hito revolucionario relámpago y cuál fue la reacción de la familia Assad.
Sin embargo, una cosa debería estar clara a estas alturas: la revolución siria debe analizarse como la continuación de un proceso que no comenzó en 2011, sino que se remonta a la Gran Revuelta Siria anticolonial contra los franceses en 1925.
La revolución no es un evento, es una estructura. Es un fenómeno generacional en el que cada nueva generación aprende de las experiencias de sus predecesores. La revolución tiene ojos, oídos y mente propia. Cuando el momento es propicio, puede encenderse y tomar a todos por sorpresa. Esto es precisamente lo que ocurrió en Siria.
Generación de la revolución
Puede parecer una exageración, pero los sistemas políticos modernos en el mundo no han presenciado un cambio como el que sucedió en Siria. Sí, la caída de Assad llegó tras la tormenta de los levantamientos árabes que alcanzaron Damasco en 2011 y se asentaron en 2024.
Sin embargo, no puede compararse con los rápidos cambios de régimen que ocurrieron en otras partes afectadas por las olas de protestas, como Túnez y Egipto.
Zine El Abidine Ben Ali gobernó Túnez entre 1987 y 2011. Hosni Mubarak dirigió Egipto desde 1981 hasta 2011. El mandato de Ben Ali llegó a su fin tras una campaña de resistencia civil que duró 28 días. Mubarak tuvo que dimitir después de 18 días de desobediencia civil.
Cuando los vientos de la Primavera Árabe llegaron a Damasco en 2011, el impulso y la memoria de intentos previos por derrocar a un dictador seguían frescos. Esto se hizo más evidente tras la apertura de las puertas de la prisión de Sednaya el mes pasado.
Un ejemplo de ello es el piloto de la Fuerza Aérea de Siria Ragheed Al-Tatari, que fue encarcelado a los 27 años en 1980 por negarse a obedecer las órdenes militares de bombardear a civiles en Hama y liberado después de 43 años. La generación que dio los primeros pasos de la revolución procedía de diferentes culturas, ocupaciones y ciudades.
El llamado al cambio ha sido el mismo, simple pero constante, durante los últimos 100 años: desde 1925 hasta 2025. Cuando los sirios se levantaron contra el sistema de mandato francés, sus demandas evocaban el famoso lema de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.
Por otro lado, desde sus primeros días, el régimen sirio y sus partidarios promovieron un lema infame: "Assad o quemamos el país". De hecho, eso fue lo que ocurrió tras 13 años de guerra civil. 13 años, 8 meses y 23 días, para ser precisos.
A pesar de la crisis política y el estancamiento en Libia y Yemen, se puede decir que con la Revolución Siria, la Primavera Árabe ha llegado relativamente a su fin con la caída de Bashar al Assad. El nuevo gobierno sirio está intentando rediseñar desde cero el sistema político, económico y militar del país, una tarea nada sencilla.
Para ponerlo en perspectiva, es importante subrayar que Siria siempre ha sido políticamente caótica desde su fundación. Entre 1922 y 1970, por ejemplo, hubo 16 transiciones de poder, siete de ellas a través de golpes militares. Antes de que los Assad tomaran el control, la mayoría de los líderes no duraban más de 18 meses en el poder.
Impulso revolucionario
Mientras tanto, aunque la Primavera Árabe pueda haber terminado, la agitación en Oriente Medio continúa.
Tras un año y medio de genocidio en Gaza por parte de Israel, la revolución siria nos ha recordado que el cambio político es posible. ¿Podría la destitución de Assad dar lugar a una Primavera Árabe 2.0? Es una pregunta legítima. Sin embargo, al menos por ahora, el gobierno de transición de Siria y sus iniciativas de política exterior no han mostrado ningún intento de "exportar" su revolución a la región.
La revolución surge de la necesidad de satisfacer derechos humanos básicos y de recuperar la dignidad. En cierto sentido, es una rebelión contra la insistencia de las viejas élites en centrar la percepción pública en la "gran amenaza" o los "enemigos internos y externos", para en cambio escribir una historia gloriosa propia.
La Siria de los dos Assad fue un ejemplo emblemático de esta dinámica. Tres semanas antes de su caída, en su intervención en la Cumbre Extraordinaria Árabe Islámica, Bashar Al-Assad no dudaba en presentarse como el defensor de la causa palestina.
Por otro lado, su padre Hafez fue quien ayudó a la fragmentación de la resistencia palestina al concentrar sus esfuerzos en el Líbano .
De hecho, si bien la República de Siria pudo haber alcanzado la independencia cuando las últimas tropas francesas restantes se retiraron el 17 de abril de 1946, el pueblo sirio logró su verdadera independencia cuando Bashar Al-Assad huyó de Damasco a Moscú.