Rafah, Gaza – En Gaza, bajo la sombra del hambre y la desesperación, avanza un nuevo día de sufrimiento. Miles de palestinos, muchos ya debilitados por meses enteros de hambruna, emprenden una larga caminata, algunos recorriendo más de 10 kilómetros desde el centro y sur de Gaza, para llegar a los puntos de distribución de ayuda en el extremo suroeste de Rafah.
Esta es la primera gran entrega de alimentos en muchas semanas. Pero no la organiza la histórica Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), sino una contratista de seguridad privada de EE.UU., conocida como Fundación Humanitaria de Gaza. La operación de esta empresa en el enclave se impuso por presión israelí, a pesar de que la ONU la ha rechazado al señalar que este sistema viola los principios de neutralidad e independencia humanitaria.
En lugar de alivio, la escena en Rafah se asemeja a un campo de concentración.
Acosados por la desesperación, los palestinos que intentan conseguir algo de alimento son acorralados en jaulas metálicas bajo el sol del desierto, obligados a esperar bajo un calor insoportable, sin baños, sin agua, sin sombra y sin un idioma común con el personal estadounidense.
El aire está cargado de polvo y sudor. Las personas se desmayan por el calor y la asfixia. Según testigos, al menos dos personas colapsaron por falta de oxígeno. El caos estalla mientras civiles hambrientos rompen las vallas diseñadas para “organizar” a la multitud, irrumpiendo en el área para apoderarse de lo que puedan.
“Un campo de batalla por pan”
Khaled Abu Shawarib, de 29 años y proveniente del campamento de refugiados de Deir al-Balah, describió su recorrido de 12 kilómetros como un acto de supervivencia que terminó en horror. “La gente se empujaba dentro de las jaulas. Vi a una niña pisoteada. El personal estadounidense y los soldados israelíes abrieron fuego cuando la gente rompió las barreras”, relató a TRT World. “Eso no era un punto de distribución, era un campo de batalla por pan”.
Testigos también informaron que helicópteros Apache israelíes sobrevolaban la zona mientras el equipo estadounidense era evacuado con rapidez.
Sin paramédicos. Sin un plan de seguridad visible. Solo vallas, arena, armas y dolor.
Una prueba de resistencia
Las condiciones humanitarias en Gaza se han deteriorado gravemente desde que Israel reanudó su ofensiva militar en marzo pasado y rompió el frágil alto el fuego acordado en enero. Con la UNRWA desfinanciada y marginada tras acusaciones sin fundamento de inclinarse a favor de Hamás –señalamientos que muchos palestinos rechazan– el vacío humanitario se ha tornado crítico. El caótico debut de la Fundación Humanitaria de Gaza solo ha profundizado la desesperación.
Amina Al-Sallout, de 42 años, se trasladó desde su tienda en Al-Mawasi, Jan Younis, cargando a su hijo y rezando por conseguir una bolsa de harina. “Era como estar atrapada en un horno metálico. Me desmayé. Vi a un joven sangrando por la cabeza. Nadie ayudó”, recordó. “El sol sofocante convirtió la arena de Rafah en brasas ardientes. La gente no gritaba por comida, gritaba por aire para respirar”, recuerda.
Su esposo está enfermo: padece insuficiencia renal, lo que obliga a Al-Sallout a ser la principal cuidadora y sostén de su familia. “Esto no era solo una multitud buscando comida”, añade, “era un ritual de humillación pública para víctimas del hambre”.
“¿Desde cuándo la comida se convirtió en una herramienta para humillar y degradar a las personas?”, cuestiona.
Muchos califican este momento como la caída aún más baja de un pasado frágil pero funcional. “La UNRWA no era perfecta”, dice un hombre, “pero nunca nos humilló así. Había orden, había un sistema. Hoy, la gente sangró y murió por comida”.
Khaled Hayyay, de 45 años, de Qizan An-Nayyar en el norte de Jan Younis, caminó más de 10 kilómetros solo para regresar con las manos vacías.
“No había listas, ni sistema. Era cuestión de suerte. Algunos recibieron dos cajas. Otros nada. El personal estadounidense parecía estar aprendiendo sobre la marcha. Se sentía como si fuéramos sujetos de estudio, no personas en necesidad. Como ratas de laboratorio”, comenta.
Hayyay, padre de cinco hijos, está agotado, pero continúa con voz pesada: “No quieren alimentarnos; quieren quebrarnos. Está en la fila, en la espera, en los ojos de tus hijos cuando te ven suplicar. Esto no es ayuda: es una representación para aparentar que ‘la civilización aún se preocupa por la humanidad’. Pero es una mentira que nadie cree”.
Los palestinos en Gaza sufren no solo el genocidio y el hambre, sino lo que muchos describen como un desmantelamiento psicológico y físico de su dignidad. Las imágenes de civiles asfixiándose en jaulas bajo una administración extranjera han provocado una ola de indignación y temor.
“Esto ya no se trata de comida”, dice Hayyay. “Se trata del tipo de humanidad que el mundo cree que merecemos”.
A medida que el bloqueo continúa y los organismos internacionales debaten sobre mecanismos de ayuda, la situación en Gaza se desliza del nivel de crisis hacia el colapso total. La línea entre ayuda humanitaria y castigo colectivo se ha desdibujado. Para quienes están atrapados en el territorio palestino, cada grano de arroz ahora se obtiene al costo de la dignidad y el peligro.

Hamás aceptó una propuesta de alto el fuego presentada por EE.UU., pero Israel sumó nuevas condiciones que amenazan con trabar el acuerdo. El plan contempla una pausa temporal de 60 días y el intercambio de rehenes y prisioneros.