“¿Me hablás en serio? ¿El nuevo papa es de San Lorenzo?”. Así le respondí a mi abuela cuando me llamó ese histórico 13 de marzo de 2013 y me dijo que Jorge Mario Bergoglio compartía con mi familia el amor por el Club Atlético San Lorenzo de Almagro.
Poco después, todos los medios relataban con orgullo que el papa Francisco, al igual que casi todos los argentinos, no escapaba a la pasión por el fútbol. Que pasaba horas jugando a la pelota en el barrio de Flores, no muy lejos de donde yo nací.
También decían que, cuando era joven, solía ir los fines de semana a la cancha a alentar a su (nuestro) equipo. Es que el papa Francisco había heredado de su padre la pasión por San Lorenzo; al igual que yo la heredé del mío, que lo heredó del suyo.
Y ese club había marcado su infancia y forjado su identidad. Un club fundado, curiosamente, por un sacerdote, el padre Lorenzo, y cuyos hinchas nos apodamos “cuervos” por la sotana negra que él usaba.
Las anécdotas que lo vinculan con San Lorenzo son incontables. En 2014, cuando ganamos la Copa Libertadores —un sueño largamente postergado que algunos le atribuyen al papa, mientras otros se lo dedican—, dirigentes y jugadores le llevaron el trofeo al mismísimo Vaticano. En sus apariciones públicas, siempre se veía algún hincha ondeando una bandera o una camiseta del club para llamar su atención. Yo misma lo intenté en una misa que ofició hace tres años. No lo logré.
Hay muchísimas historias como esas. Pero hay otras que solo quienes somos “cuervos” las sentimos en carne propia. Porque desde que Bergoglio se convirtió en papa, el solo decir que “soy cuerva” tomó un nuevo significado. Presumir mi camiseta por el mundo ya fue diferente. Y el ritual de ir a la cancha también cambió.
Desde entonces, cuando salgo junto a mi papá y mi hermana desde la casa de mis abuelos, en el mítico barrio de Boedo, rumbo al estadio, lo hago entre incontables murales e inscripciones de agradecimiento al papa. Las referencias a él se escuchan tanto fuera de la cancha como en los tablones.
Un día, antes de un partido, descubrí una pequeña capilla dentro del predio del club, con vitrales rojos y azules. Me enteré que allí Bergoglio había oficiado misa algunas veces. Me emocionó pensar que quizás lo hizo algún domingo, tal vez antes de un partido; quizás algún domingo como ese mismo en que yo iba a ver a nuestro querido San Lorenzo.
Dentro del estadio, las banderas con su rostro nunca faltan. Así, desde Roma, el papa Francisco siempre siguió presente de alguna forma en la cancha.
Porque, aunque dejó de ir al estadio mucho antes de ser elegido pontífice, nunca se alejó del club. Se dice que, si bien siempre intentaba escuchar por radio los partidos —había renunciado al televisor en 1990 por una promesa hecha a la Virgen del Carmen— no siempre lograba estar al día con los resultados debido a la cantidad de compromisos que tenía como pontífice. Por eso, empezó a pedirle a la Guardia Suiza que lo mantuviera informado.
Es llamativo que, aunque desde el primer día de su pontificado decidió mantenerse al margen de la política argentina y no identificarse con ningún partido para evitar divisiones, nunca ocultó su pertenencia al club deportivo. Y es que, más allá de las diferencias que pueda generar, el fútbol sigue siendo un punto de encuentro.
Ya desde el Vaticano, más de una vez usó metáforas futboleras para promover la paz, la unión y el trabajo en equipo. La pelota “se convierte en un medio para invitar a personas reales a compartir amistad, a encontrarse en un espacio, a mirarse a la cara, a desafiarse mutuamente para poner a prueba sus habilidades”, afirmó en 2019.
Es que el fútbol tiene un marcado valor cultural y es un “signo primordial de identidad colectiva”, como decía Eduardo Galeano. Expresa “emociones colectivas” que, cuando arraigan y encarnan en la gente, “se hacen fiesta compartida o compartido naufragio y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas”.
Quizás por eso, mientras este lunes 22 de abril amanecía en una Buenos Aires ensombrecida por la noticia de la muerte del papa, los fanáticos de San Lorenzo compartimos un sentimiento extra de luto. Porque, más allá de las creencias religiosas, tener al papa como nuestro máximo representante en el mundo era motivo de orgullo y una fuente de unión.
El club anunció que cerraría sus puertas por el duelo y ratificó que el próximo estadio llevará su nombre. Así como San Lorenzo forjó su identidad, ahora será él quien deje su huella en la identidad del club.
Muchas veces, cuando festejamos un gol, miramos al cielo, dedicándoselo a esos familiares y amigos que ya no están físicamente para celebrarlo con nosotros. Ahora, allá arriba, hay uno más: el socio 88.235, el papa Francisco, el hincha de San Lorenzo más famoso del mundo.