Desde que tiene memoria, Érika Rodríguez ha vivido en medio de plantaciones de maíz, por lo que a sus 28 años ya ha aprendido a leer la tierra. Con solo mirarla sabe si está lista para sembrarse, si necesita agua o si debe descansar. Reconoce el aroma que anuncia la lluvia y domina cada paso para transformar una pequeña semilla en una mazorca alta y sana. Su madre, Genoveva Pérez, le transmitió estos conocimientos y juntas los ponen en práctica cada día con la esperanza de que la cosecha sea buena.
Aunque esos saberes, heredados de generación en generación, siguen intactos y guían su labor en el campo, Érika y Genoveva, agricultoras y productoras de maíz en Hidalgo, en el centro de México, reconocen que lo que cultivan hoy no es igual a lo que sembraban sus abuelas y tatarabuelas. El maíz que cosechan ahora se ve y sabe diferente.
“En el pueblo ya no se usa que uno mismo saque la semilla del maíz. La mayoría de la gente compra la semilla mejorada, porque buscan que tenga mayor rendimiento”, explica Érika. “Tal vez estamos haciendo un mal, pero si siembras la criolla (semilla nativa) la mazorca y el grano son más pequeños y es difícil venderlos; y si siembras la mejorada tienes más producción, se vende rápido, pero la calidad del grano no es la misma”.
Érika ha oído hablar del maíz transgénico y sabe que su siembra fue prohibida hace años porque está “alterada”. Sin embargo, no tiene claro qué lo diferencia del maíz que ella y su madre siembran. "En realidad no sabemos qué estamos sembrando", comenta Genoveva. "Puede que el maíz esté modificado para bien o que sea transgénico".
Lo que distingue a la semilla transgénica de la mejorada, también conocida como híbrida, radica en la manera en que han sido modificadas. La semilla de maíz mejorada de la que hablan Érika y Genoveva proviene de la selección y el mejoramiento de variedades a través de cruzas controladas que optimizan su rendimiento, resistencia a plagas o adaptación al clima, pero sin modificar su ADN en un laboratorio. La semilla transgénica también es mejorada, pero esta ha sido alterada mediante ingeniería genética, pues se le han insertado genes de otras especies para otorgarle características específicas, como la resistencia a herbicidas o a insectos.
En defensa de la biodiversidad y la soberanía alimentaria
En 2020, el Gobierno de México emitió un decreto para restringir la importación y el uso de maíz transgénico en siembras agrícolas, lo que llevó a una disputa comercial bajo el Tratado de libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (T-MEC). En 2023, Estados Unidos solicitó un panel arbitral para resolver la controversia, argumentando que la prohibición mexicana violaba el tratado comercial, y en diciembre de 2024 el panel falló en contra de México. En febrero de 2025, México presentó una reforma que ya no se enfoca solo en la importación o en el consumo humano del maíz transgénico, sino que busca evitar que se siembre en el territorio.
Rafael Mier, director de Fundación Tortilla, que promueve el consumo de tortilla de maíz tradicional, es una de las organizaciones que han defendido la postura del gobierno. "México es el centro de origen del maíz en el mundo y somos los custodios de las más de 50 variedades nativas de maíz que existen en el país”, sostiene Mier.
Solo conservando la gama de maíces existentes en México, advierte, se puede hacer frente a plagas, enfermedades, sequías o lluvias excesivas, pues cada variedad de maíz tiene características específicas que la hacen resistente a ciertos problemas. “La seguridad alimentaria del futuro depende de que conservemos esa riqueza genética que está en los campos mexicanos, custodiada por más de 2 millones de campesinos”, argumenta.
De acuerdo con la Red por una América Latina Libre de Transgénicos (RALLT), muchas variedades tradicionales han sido desplazadas en la región por híbridos y semillas de alta respuesta promovidas por grandes empresas. La introducción de maíces transgénicos ha acelerado la erosión genética en los centros de diversidad del cultivo, principalmente debido al fenómeno conocido como flujo de polen, identificado como la principal causa de contaminación genética en especies silvestres y cultivadas.
En México, según datos de Greenpeace y RALLT, se han encontrado numerosos casos de contaminación genética en variedades nativas en estados como Oaxaca, Puebla, Chihuahua y Estado de México debido a la presencia de eventos transgénicos y resistentes a herbicidas (dos tipos de modificaciones genéticas en cultivos).
Las dudas sobre el impacto del maíz transgénico en la salud
Narciso Vergara, productor de maíz e ingeniero agrónomo de 67 años que ha trabajado en el campo la mitad de su vida, sabe que la contaminación del maíz criollo es inminente, pero lo que a él le preocupa es el problema de salud que podría desencadenar.
“Aquí la cuestión es que no se ha estudiado a fondo el efecto que los genes de bacterias que se usaron para mejorar el ADN del maíz pueden tener en el humano, sobre todo en países como México en donde la alimentación es a base del maíz”, cuestiona. “Nosotros comemos el maíz tierno y en ocasiones fracciones verdes, entonces ¿qué pasa cuando lo consumes directamente como nosotros y con esa frecuencia?”
María Gálvez, doctora en biotecnología, explica que la inquietud de Narciso es válida, pues la cantidad de maíz que consumen los mexicanos es mucho más alta que la de Europa o Estados Unidos. “Consumen mucho maíz, pero en forma de almidón y jarabes que se usan para los refrescos. Entonces el ADN del maíz, digamos el transgénico, está lejos del producto final, por lo tanto la exposición del mexicano es mucho más alta y en consecuencia los riesgos son mayores”.
Gálvez precisa que la salud del ser humano podría verse afectada, pero se requiere más investigación. “Las proteínas que crean los genes introducidos pueden generar alergias. También hay estudios en en los que se alimentó a animales de laboratorio solo con maíz transgénico y estos desarrollaron más tumores, pero los han desacreditado”, comenta Gálvez, profesora de química de la Universidad Autónoma de México. “El problema es que no sabemos si es porque realmente el experimento estuvo mal hecho o si se busca ocultar esa información”.
“Desde el punto de vista científico no hay pruebas que confirmen que el maíz transgénico o ningún transgénico causen daño a la salud”, explica el doctor Alfredo Herrera, investigador de la Unidad de genómica avanzada del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. “Por eso, el panel arbitral del T-MEC se perdió, porque no fue posible sustentar esta idea”.
Para el especialista, la decisión de prohibir el maíz transgénico en México tiene un trasfondo político-económico. “Lo que en realidad se busca es evitar la presencia de transnacionales y se entiende, pero más que prohibir necesitamos desarrollar nuestros propios organismos genéticamente modificados, para el contexto mexicano y con características útiles para el país”, propone. “Dejemos de pagar a terceros”.
Narciso también se inclina por sembrar variedades mejoradas, pero de manera tradicional. “Sembrar solo semilla criolla afectará la producción y por consecuencia nos obligará a importar semilla extranjera y a generar dependencia. Es un círculo vicioso”, concluye. “Hay que proteger la semilla nativa sí, pero también hay que mejorarla para garantizar que haya grano mexicano, de calidad y que sea suficiente para el país”.