Marib, Yemen – Siraj Jamal Omar Al-Qasimi tenía solo 22 años cuando dejó Etiopía, en busca de una vida mejor al otro lado del mar. Yemen era, en su mente, solo una escala en su camino hacia Arabia Saudí. Pero en lugar de una ruta abierta a nuevas oportunidades, quedó varado, como miles de otros, en un país golpeado por la guerra y el colapso económico.
Sin embargo, en este lugar hostil, Al-Qasimi ha encontrado algo inesperado: compasión. "Yemen es un buen país, con misericordia y bondad", dice a TRT World.
Cada tarde durante el mes sagrado, mientras el sol se oculta tras las colinas polvorientas de Marib, refugiados y yemeníes se reúnen en las “mesas de misericordia”, donde los iftars comunales, es decir, cuando los musulmanes rompen el ayuno de Ramadán, reflejan un espíritu de generosidad que trasciende la desesperación. Dátiles, arroz, agua y pan, compartidos entre personas que apenas tienen lo mínimo para sobrevivir.
Al-Qasimi trabaja a tiempo parcial en una emisora de radio local y en un restaurante, una suerte poco común en un lugar donde la mayoría de los refugiados lucha a diario por conseguir comida. “Algunos logran encontrar comida, otros no. Algunos trabajan un día, y al siguiente ya no”, cuenta.
Según ACNUR, Yemen alberga a más de 71.500 refugiados y solicitantes de asilo, en su mayoría de Somalia (65,6%) y Etiopía (24,5%), mientras que mujeres y niños representan aproximadamente el 60% de esta población vulnerable.
En la gobernación de Marib, en el noreste del país, viven casi 37.000 migrantes africanos en refugios improvisados o en campamentos superpoblados. Muchos huyeron de la violencia y la pobreza en sus países, solo para encontrarse atrapados en otra tormenta: la guerra y el colapso económico de Yemen, donde 19,5 millones de personas necesitan ayuda humanitaria.
Con mediación de la ONU, en abril de 2022 los enfrentamientos se detuvieron a partir de una tregua entre la coalición respaldada por Arabia Saudí y el grupo yemení de los hutíes, alineados con Irán. Sin embargo, la paz todavía está muy lejos.
Y esa tregua se ha vuelto aún más frágil después de que los hutíes intensificaran sus ataques contra barcos vinculados a Israel en el estrecho de Bab Al-Mandab, en represalia por la ofensiva de Tel Aviv contra Gaza.
La semana pasada, más de 50 personas murieron en ataques estadounidenses en el norte de Yemen, reavivando las tensiones. Para los refugiados que ya estaban atrapados, el camino hacia adelante —o de regreso— parece haberse cerrado por completo.
"El camino de vuelta es difícil. No hay rutas abiertas, ni por mar ni por tierra. Las guerras y las fronteras cerradas lo hacen imposible", dice Al-Qasimi.
Ramadán en tierra extranjera
Maher Farhan Hussein, otro refugiado etíope, está viviendo su primer Ramadán en Yemen. Es un mes marcado por el hambre, pero también por la gracia.
"Para el iftar, encontramos ayuda en las mezquitas", cuenta a TRT World. "Pero el suhoor (la primera comida del día, antes del amanecer) es más difícil. A veces no tenemos nada. Algunos ayunan sin haber comido antes del amanecer, un alimento esencial para darnos energía antes del día de ayuno. Pero incluso si falta la comida, rezamos por quienes nos ayudan. El pueblo yemení comparte lo poco que tiene con nosotros".
Para Hussein, como para muchos otros, la supervivencia depende de una red frágil de caridad: locales, mezquitas y organizaciones humanitarias que hacen lo posible con muy pocos recursos.
Los labores de organizaciones humanitarias en Marib nunca alcanzan, pero siguen siendo fundamentales. Sultan Nasr Ali Jabbari, de la Fundación Benéfica para el Desarrollo Humanitario Kafel, dice que cada noche alimentan a más de 1.200 refugiados africanos durante Ramadán, aunque las necesidades superan con creces los recursos disponibles.
"La crisis humanitaria en Yemen es grave", dice Jabbari, quien también representa a la Asociación Benéfica Kuwaití Insan. "Refugiados y desplazados yemeníes luchan por cubrir sus necesidades básicas. Las oportunidades de trabajo son escasas, por lo que la ayuda humanitaria es esencial".
Pero la ayuda no basta. El conflicto en la región ha complicado aún más la situación de los migrantes, que no pueden moverse libremente ni buscar mejores oportunidades. En algunas zonas, enfrentan extorsión por parte de grupos armados. Otros caen en manos de traficantes que les prometen un paso seguro a Arabia Saudí, pero que a menudo los abandonan o los someten a trabajos forzados.
A pesar de estos peligros, muchos siguen emprendiendo el viaje.
Humanidad compartida
Ante la crisis, numerosos voluntarios han dado un paso al frente. Bassem Al-Shamiri, originario de Taiz, una de las ciudades más pobladas de Yemen, reparte cada tarde comidas para romper el ayuno junto a sus hijos.
"Creo en la caridad, especialmente en estos tiempos difíciles. Involucro a mis hijos en este trabajo para que aprendan sobre la generosidad", dice Al-Shamiri. "Nos levantamos temprano, preparamos las comidas y las distribuimos juntos. Esto fortalece nuestros lazos familiares e inculca valores de compasión".
Explica que sus hijos le hacen preguntas sobre los refugiados: "¿De dónde vienen? ¿Por qué están aquí?" Y él les responde: "Cualquiera puede terminar en una situación difícil. Es nuestro deber ayudar".
La crisis de refugiados en Yemen sigue siendo una de las emergencias humanitarias menos visibilizadas del mundo. Atrapados por la guerra, explotados por traficantes y olvidados por la comunidad internacional, miles siguen en un limbo cuyo final no está a la vista.
Algunos viven en tiendas de campaña. Otros se arriesgan al abuso o la deportación. Y aun así, siguen llegando, cada año, huyendo de lo que conocen hacia un destino aterradoramente incierto, con la esperanza de encontrar algo mejor.
"Los jóvenes están migrando por las condiciones económicas y políticas. Nuestro país [Etiopía] debe mejorar para que podamos regresar. Rezo por la paz en Etiopía y Yemen", afirma Qasimi.
Para muchos, esa esperanza está casi extinguida. Pero durante el mes bendito de Ramadán, al menos, hay momentos que la reavivan: el calor de una comida compartida, una oración en conjunto, un desconocido ofreciendo alimentos sin pedir nada a cambio.
Cuando el sol se oculta sobre Marib, Qasimi se une a la multitud en la mezquita Al-Sunnah. Los platos de arroz y pollo pasan de mano en mano. Por un breve y bendito instante, las fronteras se disuelven y el hambre se apacigua—no solo el hambre de alimento, sino también de dignidad, conexión y esperanza.
Este artículo fue publicado en colaboración entre TRT World y Egab.