De niña, a Lucía Fainboim el mundo de la tecnología le parecía un planeta extraño que no le interesaba explorar. Para ella, hija de un médico y una paisajista en Argentina, la infancia era juego y nada más que juego: muñecas, casas, mundo imaginados. Pero videojuegos, jamás. Recién a los 14 años lidió con las redes sociales para conocer gente.
Egresó, ya adulta, como Licenciada de Ciencia de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Y se dedicó a investigar sobre la tecnología y las redes, pero no desde su potencialidad, sino desde el impacto negativo en nuestras vidas.
Tras 15 años de dedicarse al tema, hoy Fainboim es una de las voces más destacadas en América Latina sobre el empleo tóxico de tecnología. Dirige en la Argentina, la Consultora Bienestar Digital. Ha trabajado con UNICEF, la Organización de Estados Americanos –su consultora participa de la mesa sobre adicciones–, y ha asesorado hasta a Meta. Asiste a escuelas, investigadores, municipios y fundaciones.
Fainboim alerta de fenómenos preocupantes que ya son parte de la formación de nuestros hijos: desde niños que no toleran la frustración hasta aquellos que participan del mundo adulto de las apuestas en línea–ocho de cada diez adolescentes en la Argentina han ingresado al juego de apuestas en internet–, así como niños que acceden a contenido inapropiado y menores que tienen dificultad de aprendizaje y socialización.
Los primeros años, Fainboim se enfocó a temáticas como el bullying digital o los efectos del uso de las redes en la privacidad de los chicos. Hoy su enfoque es más integral. Estudia, alerta y asesora en instituciones sobre el impacto del uso excesivo de pantalla. Cómo afecta al crecimiento y al mundo interno de los niños.
“Hay datos que alertan”, advierte Fainboim. “En especial las plataformas diseñadas por algoritmos para captar la atención y permanencia en la pantalla. Vemos que nos cuesta lidiar cada vez más con nuestro tiempo libre sin estar entretenidos y estimulados. Nos falta tiempo para leer, para divagar o para tener una experiencia terrenal sin sobreestimulación”.
Seis de cada diez niños usan el móvil
Según Unicef, seis de cada diez niños en Argentina usan teléfono móvil, ocho de cada diez emplean internet, y el 70% de los adolescentes considera que sus familias prácticamente no saben de sus exploraciones en la red. Y, si se presentara un problema en internet, sólo el 24% de los niños compartiría el tema con sus padres en casa.
Para los adultos, internet es un campo de exploración donde todo es posible pero siempre sabiendo las consecuencias. Para los niños, en cambio, internet es un terreno virgen donde todo es posible y además, no tienen encima la mirada del adulto.
“Lo que más nos preocupa es la soledad desde la que se conectan los chicos”, alerta Fainboim. “Asocian internet a un espacio donde no hay adultos de cuidado. Y eso es lo que debemos revertir. Fortalecer el rol de adultos cuidadores, docentes y familiares que puedan ejercer ese rol en los territorios digitales”.
Pero, ¿cómo logran los adultos ocupar ese lugar antes de que sea demasiado tarde? Fainboin propone una estrategia simple y accesible. “Es clave hablar sobre internet con los chicos. Porque en general hablamos del tema cuando hay un reto. Y la invitación es a que las familias hablen cotidianamente del tema. Y los chicos cuenten qué saben y qué les divierte, y sientan que hay un adulto que los escucha”.
Cambiar antes de que sea tarde
La tecnología tiene miles de beneficios de los cuales nos servimos día a día. Sin embargo, su efecto en los niños puede amenazar seriamente su futuro. “La hiperestimulación de los móviles provoca que los niños no tengan tolerancia a la frustración, y tiene además un impacto en el desarrollo del lenguaje y el aprendizaje”, alerta Fainboim. “Un niño así tiene dificultad para jugar con otros o ponerse de acuerdo. Este es un experimento social con los chicos cuyas consecuencias veremos en años. Pero todo indica que es para preocuparse”.
Pero, ¿cuál es el síntoma más urgente que, en apariencia, puede resultar inofensivo? Este es, aunque no lo parezca, la falta del juego. Un niño adicto a la tecnología es un niño que no juega. Es decir, no juega en la vida real. “El juego es constitutivo de la infancia. Los chicos necesitan jugar. Piaget, Freud, cualquier pedagogo habla de lo fundamental del juego, no sólo porque es lindo sino porque es necesario y allí los niños procesan su mundo. Entienden el mundo adulto a través del juego. Pueden pensar otras situaciones. La merma del juego es lo que más me preocupa. Un chico que juega, es un chico saludable”.
Los adolescentes, también en la mira
La sombra de la tecnología no se detiene sólo en la primera infancia. Es un reguero de pólvora que también amenaza a los adolescentes. “En los adolescentes, el uso adictivo de la pantalla potencia el individualismo y el aislamiento. Ellos consumen tecnología en soledad. Y esto, potenciado con la pandemia, provoca que hoy les cueste el contacto con otras personas. El roce social en esas edades es clave. Y hace que luego la inserción en el mundo adulto, les resulte complicado”.
La propia Lucía es madre de dos hijos: una de nueve y otro de cinco. Ninguno tiene permitido el teléfono móvil. No tienen tablet. Y la regla en la casa es contundente: no se les permite el uso de dispositivos individuales. Sin embargo, tienen permiso para ver tele, a veces con flexibilidad de tiempos. ¿Por qué motivo? Que ella, autoridad en la materia, lo explique.
“No es lo mismo la tele que el dispositivo individual que tiende a desdibujar el rol del adulto, y exponer a niños a contenido inadecuado”, compara ella. “Mis hijos ven películas y series en la tele. Y a veces ven bastante. Y no hay problema con eso. El problema es el contenido fragmentado de short y reels. Porque luego se les presentan problemas de concentración y no logran sostener la atención ni siquiera de una película”.
América Latina, una región desprotegida
En América Latina aún falta una regulación regional que permita dar un marco a la problemática digital en los niños. Desde el uso de redes sociales hasta las apuestas on line. Desde el acceso a contenido de adultos desde los 8 años que puede ser traumatizante hasta el uso irrestricto de las billeteras virtuales. “La Unión Europea ha hecho un trabajo interesante con la regulación del consumo digital en la infancia. Pero a América Latina le falta pensar seriamente sobre este tema”, señala Fainboim.
A pesar de las señales de alarma que ve por todas partes, esta experta tiene esperanzas en el futuro si se toman medidas a tiempo. “En unos años, así como ahora vemos una película de los años 60 y nos resulta tremendo ver a un médico fumando en el consultorio, nos va a dar la misma impresión un bebé de un año en cochecito viendo el celular. O una pareja conversando en un restorán mientras su hijo está absorbido por la tablet”.
Es hora, advierte ella, de desnaturalizar el uso excesivo de las pantallas. La humanidad, al fin de cuentas, es mucho más que un insecto enceguecido que cae en la trampa de la red.