Entre los olivares y almendros de Turmus Ayya, en Cisjordania ocupada, el llamado a la oración se detiene, por un instante, atravesado por un grito.
No es un grito fuerte. Los pájaros al anochecer y la voz del llamado a la oración en la mezquita vecina, lo amortiguan. Sin embargo ahí está captado para siempre en una grabación de vigilancia. Un niño agoniza. Solo tiene 14 años.
Amer Rabee recibió 11 disparos: dos en el estómago, uno en la pierna, dos en la mano, dos en el corazón. Dos más le atravesaron el rostro. Los últimos perforaron su hombro.
Así lo explicó un médico a su padre, Mohammed Rabee, cuando recibió la llamada para recoger el cuerpo de su hijo en una base militar israelí, horas después de que Amer saliera a recoger almendras con dos amigos de infancia.
Los huertos de Turmus Ayya, pequeña localidad en el distrito de Ramala y Al-Bireh, son un refugio. Un pueblo de colinas fértiles, recuerdos y regresos. Allí, las familias palestino-estadounidenses como los Rabee, Shehada e Igbara encontraban un segundo hogar: veranos de Nueva Jersey transformados en lejanos paseos entre casas antiguas, caminatas matutinas a la mezquita de piedra y niños trepando árboles de almendra.
Pero ese domingo 6 de abril, el huerto se convirtió en un campo de sangre.
Treinta y seis disparos. Una pausa. Luego diez más. Y todo registrado en video y en audio. Disparos, gritos, y luego, un silencio que todo lo cubre.
“Me llamó un vecino”, contó Mohammed Rabee, el padre de Amer, en una videollamada desde Turmus Ayya, durante un encuentro en un centro comunitario de Nueva Jersey. “Me dijo que le habían disparado a dos y que uno seguía en el suelo. Me dijo: ‘Creo que es tu hijo’”.
Amer no sobrevivió. Su amigo Ayub Igbara, también de 14 años, está en condición crítica. Su cuerpo fue acribillado por las balas. Perdió casi diez litros de sangre antes de que una ambulancia, detenida en un control israelí, pudiera llegar hasta él.
Igbara, nacido en Little Ferry, Nueva Jersey, y actualmente residente en Cisjordania ocupada, ha sido sometido a dos cirugías. Le esperan más.
Su otro amigo, Abed Shehada, de 15 años y originario de Macon, Georgia, también recibió disparos, aunque se encuentra estable. Los tres son ciudadanos estadounidenses.
El ejército israelí afirma que los adolescentes lanzaban piedras a vehículos. Los calificó de “terroristas”.
Pero la voz del padre Rabee contradice esa versión.
“Tiene 14 años. Incluso si lanzó una piedra, ¿eso justifica vaciarle 11 balas en el cuerpo? ¿Dos al corazón?”, preguntó. “A un niño se le detiene. No se le mata”.
El gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy, declaró que le está “exigiendo respuestas al gobierno israelí”.
Los senadores estadounidenses Cory Booker y Andy Kim han solicitado una investigación y sanciones contra colonos sionistas violentos. La representante Bonnie Watson Coleman calificó el asesinato de Amer como “una atrocidad”.
“¿Cómo puede justificar el ejército israelí el asesinato a sangre fría de un adolescente estadounidense?”, cuestionó en un comunicado. “EE.UU. debe intervenir y detener esta locura.” Pero la familia Rabee se siente olvidada.
“Lo llamaron terrorista”, dijo su tío, Rami Jbara. “Un niño sin arma, sin tanque, sin fusil. Solo un chico que trepaba árboles para recoger almendras”.
Un corazón silenciado antes de tiempo
Hace apenas dos meses, Amer viajó a Nueva Jersey para celebrar el nacimiento de su sobrina. Sonreía en las fotos, sostenía a la bebé en brazos, jugaba videojuegos con sus primos.
Ahora, su nombre se suma a una lista que no deja de crecer. Según Defense for Children International – Palestine, desde octubre casi 200 niños palestinos han sido asesinados por tropas israelíes en Cisjordania ocupada.
En el mismo periodo, más de 900 palestinos han muerto en incursiones de colonos o del ejército israelí.
A la tragedia se le sumó un eslabón más de opresión: la ambulancia que vino a socorrerlos fue detenida durante más de 30 minutos en un control israelí, según declararon los habitantes de Turmus Ayya.
Cuando los médicos preguntaron por el tercer niño, Amer, les dijeron que solo había dos. Y se les ordenó retirarse.
Rabee asegura que el cuerpo de su hijo quedó atrás. Horas después, le notificaron que podía retirarlo de una base militar israelí.
“Llamé a la embajada de EE.UU.”, recuerda. “Solo me pedían el número de pasaporte. Les decía: ‘Por favor, vayan a buscar a mi hijo. Tal vez aún está vivo’”.
Cuando la ayuda llegó, ya era demasiado tarde.
“Me llamaron al día siguiente”, recuerda Rabee. Recién entonces, la embajada le preguntó si necesitaba algo.
“Les dije: ‘Está muerto. ¿Y ahora qué?’” El Departamento de Estado de EE.UU. declaró a AFP que ofreció sus “más sinceras condolencias a la familia por su pérdida”.
Tierra robada, vidas destrozadas
En Turmus Ayya, la violencia no es nueva. En junio del año pasado, colonos israelíes atacaron el pueblo. Quemaron casas, incendiaron autos, dispararon armas de fuego.
“Mi casa fue incendiada”, relató Rabee. “La dejaron inhabitable.”
El pueblo está cerca del asentamiento sionista de Shilo. Según el alcalde Lafi Shalabi, los colonos ilegales atacan con frecuencia a los residentes bajo protección del ejército israelí.
“Aquí, el 80% somos ciudadanos estadounidenses”, afirma Yaser Alkam. “Cuando los soldados disparan a niños, hay un 80% de probabilidades de que estén disparando a un estadounidense. Pero la embajada de EE.UU. no hace nada”, añadió.
En los últimos años, varios ciudadanos estadounidenses han sido asesinados por fuerzas israelíes. Sus nombres forman parte de un sombrío registro de crímenes impunes:
Shireen Abu Akleh, periodista de 51 años, fue asesinada por un francotirador israelí en Yenín en 2022. Su chaleco de prensa no la protegió.
En 2024, los adolescentes Tawfic Abdel Jabbar y Mohammad Jdour, ambos de 17 años, murieron en Cisjordania ocupada.
Omar Assad, palestino-estadounidense de 78 años, falleció en 2022 tras ser detenido y presuntamente maltratado por soldados israelíes.
Rachel Corrie, activista de 23 años de Washington, fue aplastada por una excavadora militar israelí en Gaza en 2003 mientras trataba de evitar la demolición de una vivienda palestina.
En 2024, Aysenur Ezgi Eygi, turca-estadounidense de 26 años, fue asesinada a tiros durante una protesta en Cisjordania ocupada.
Cada vida truncada llevaba sueños, historias, personas que la amaban.
En el funeral de Amer, su cuerpo fue envuelto en una bandera palestina, mientras cientos marchaban en silencio. El padre encabezaba el cortejo, su rostro cubierto por gafas oscuras. Pero el dolor no necesita traducción.
“A ellos les gusta este lugar”, dijo su tío Ybara. “Aquí los niños descubren quiénes son. Amer acababa de regresar de visitar a su hermana. Era el mejor de su clase. Amable. Brillante”.
Mohammed Rabee mira hacia abajo durante la videollamada. Y repite como un mantra de la desgracia: “Fueron 11 disparos. Dos en el estómago, uno en la pierna, dos en la mano, dos en el corazón”.