El domingo 2 de marzo, Brasil se detuvo para ver la ceremonia de los Premios Oscar. Por primera vez en la historia, este país recibió el premio a Mejor película internacional con “Aún Estoy Aquí”, dirigida por Walter Salles, quien, durante su infancia, solía visitar la casa familiar que aparece en la película.
Multitudes llenaron las calles para seguir la premiación en pantallas gigantes. Mientras se definían los ganadores, una representación de la actriz protagonista de la película, Fernanda Torres –nominada al Oscar como Mejor Actriz– desfilaba en la Fiesta del Carnaval.
En paralelo, se reavivaba un debate crucial en la historia reciente de Brasil.
Una fiesta convertida en “Carnaoscar”
En Olinda, al noreste de Brasil, célebre por su carnaval callejero y sus muñecos gigantes en honor a personalidades brasileñas, Fernanda se convirtió en una versión carnavalesca sosteniendo la icónica estatuilla dorada. Los brasileños también desfilaron con disfraces inspirados en personajes emblemáticos de la actriz a lo largo de su carrera, como Fátima, de la serie Tapas y besos (2011). Una fiesta que, en este año, muchos rebautizaron “Carnaoscar”.
“Ser convertida en disfraz de carnaval representa la cima de la fama en Brasil”, declaró la actriz en el Santa Barbara International Film Festival.
Torres, de 59 años, se ha transformado en ícono del imaginario colectivo brasileño, representando la conquista de espacios de prestigio artístico históricamente restringidos a los latinoamericanos. Su trayectoria la llevó del reconocimiento nacional al escenario internacional, con la victoria en los Globos de Oro en enero de 2025 y la nominación al Oscar el mismo año.
El oscuro legado de la dictadura
“Aún Estoy Aquí” narra la vida de la familia Paiva, transformada abruptamente a inicios de los ‘70, cuando los militares irrumpieron en la casa de Rubens Paiva, diputado y activista político opositor al gobierno dictatorial de la época, y se lo llevaron.
Nunca más se supo de Rubens –interpretado en el film por Selton Mello–, y su esposa, Eunice –interpretada por Torres–. Y ella afrontó una doble batalla: por un lado, ser el pilar para sus hijos; por otro, consumida por la brutalidad de la desaparición de su esposo, salir a buscar respuestas. Una dualidad vivida por miles de familias brasileñas, argentinas, chilenas y de otros países latinoamericanos durante las dictaduras militares en la región.
La dictadura en Brasil duró 21 años (1964-1985) y estuvo marcada por desapariciones forzadas, torturas, detenciones arbitrarias y ejecuciones extrajudiciales. Por ello, la victoria de “Aún Estoy Aquí” en el Oscar a la Mejor película internacional adquiere una importancia simbólica aún mayor.
Al recordar a través del cine las violencias de esos regímenes, estas obras se transforman en formas de resistencia frente a las agendas ultraconservadoras que intentan reescribir la historia de las dictaduras en el continente, suavizando o negando las atrocidades cometidas.
Para Marcos Napolitano, doctor en historia por la Universidad de San Pablo, el cine es un vector de memoria sobre períodos dictatoriales, y la victoria de “Aún Estoy Aquí” rescata el derecho al duelo y a la memoria.
"La película, al mostrar el impacto de la dictadura en la vida cotidiana de una familia normal y en la vida privada en sí, es una respuesta a los golpistas y a los nostálgicos de la dictadura que dicen defender 'la familia'”, explica Napolitano. “Además, el film se ha convertido en un fenómeno social, llegando a públicos que no tienen mucha reflexión o información sobre la época y promoviendo debates sobre la dictadura, especialmente sobre los desaparecidos políticos".
La memoria histórica de América Latina en la pantalla grande
La visibilidad de “Aún Estoy Aquí” fue allanada por películas como “Argentina, 1985” (2022) y “Machuca” (2004), ambientadas en períodos dictatoriales de Argentina y Chile, respectivamente. Estas producciones, cada una desde su perspectiva, ayudaron a cimentar un espacio en el cine para la reconstrucción de la memoria histórica de América Latina, sensibilizando al público sobre las heridas abiertas de los regímenes autoritarios.
Al recuperar el control de la narrativa sobre las dictaduras latinoamericanas, estas obras utilizan el arte y la emoción para denunciar el autoritarismo, y resaltar la memoria y la justicia como herramientas de sanación social en sociedades marcadas por la ruptura de derechos e instituciones democráticas.
“Aún Estoy Aquí” trascendió el ámbito cinematográfico y escaló a la más alta corte de justicia de Brasil, donde reavivó el debate sobre la Ley de Amnistía de 1979 que perdonó a aquellos involucrados en crímenes durante la dictadura militar (1964-1985), acusados de torturas y desapariciones de personas.
El ministro Flávio Dino, del Supremo Tribunal Federal, apoyado en el impacto de la película, advirtió que la ley no debería proteger esos crímenes, pues la desaparición es un crimen continuo, sin solución para las familias.