Uno de los impactos más inmediatos del corte de electricidad es la drástica reducción en la producción de agua potable. La planta de desalinización de Deir al-Balah, que proveía 18.000 metros cúbicos de agua al día, ahora solo podrá generar 2.500 con generadores de emergencia, una cantidad equivalente a una piscina olímpica para toda la región. Sin electricidad estable, los sistemas de saneamiento colapsan, lo que incrementa el riesgo de brotes de enfermedades en una población que ya sufre por la escasez de alimentos y medicinas.
El apagón también afecta gravemente a los hospitales, que dependen de generadores cada vez más escasos y un suministro de combustible prácticamente agotado. Las unidades de cuidados intensivos, las incubadoras para recién nacidos y las salas de cirugía quedan en peligro inminente.
Además, la situación se agrava con el reciente bloqueo israelí a la entrada de ayuda humanitaria, dejando a la población sin acceso a los insumos más básicos.
Ante este escenario, la ONU ha advertido que el corte de electricidad en Gaza equivale a una “alerta de genocidio”. Sin agua, sin luz y sin asistencia humanitaria, la asfixia sobre el enclave se intensifica, mientras más de 48.000 palestinos han sido asesinados y el sitio israelí continúa