En cada imagen que emerge desde Gaza, se repite una escena desgarradora: niños reducidos a piel y hueso. Cuerpos frágiles y quebradizos que cuelgan inertes en los brazos de padres o médicos. Miradas secas, carentes de vitaminas, que observan un mundo que los deja atrás.
Miles de niños enfrentan una hambruna aguda en la devastada Gaza, donde Israel impidió durante casi tres meses la entrada de alimentos y medicinas a los 2,3 millones de palestinos sometidos a más de 20 meses de bombardeos incesantes.

Apenas a comienzos de la semana pasada se permitió el ingreso de un número limitado de camiones con ayuda humanitaria, en medio de la preocupación del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, por perder el respaldo de sus aliados internacionales ante la crudeza de las “imágenes del hambre”.
Sin embargo, para la mayoría, esto es muy poco. Y es demasiado tarde. Funcionarios de la ONU describieron el volumen de ayuda autorizado como “una gota en el océano”.
Los expertos advierten que los efectos de la desnutrición prolongada en los niños son múltiples, graves, insidiosos e irreversibles.
“Dejan de jugar... ni siquiera tienen energía para eso”, afirma Livia Tampellini, doctora del equipo de emergencias de Médicos Sin Fronteras.
En una entrevista con TRT World, Tampellini explica que el juego, incluso en medio de la enfermedad, es una expresión instintiva de vida en los niños. “El día que un niño deja de jugar es doloroso. No se necesita ser médico para sentir tristeza”.

Según datos de UNICEF, al menos 71.000 niños y más de 17.000 madres en Gaza requieren tratamiento urgente por desnutrición aguda.
Mientras tanto, más de 116.000 toneladas de alimentos —suficientes para alimentar a un millón de personas durante cuatro meses— ya se encuentran en los corredores humanitarios. Pero Israel sigue impidiendo que los organismos internacionales distribuyan esta ayuda en el territorio ocupado.
La agencia de la ONU para la infancia estima que se anticipan “decenas de miles” de casos de desnutrición en el próximo año, mientras Gaza se encuentra al borde de la hambruna.
Anatomía de un niño desnutrido
La fisiología de un niño que sufre hambruna es distinta a la de un adulto. Mientras los adultos pueden recurrir a reservas, los niños destinan la mayor parte de su nutrición a crecer y desarrollar el cerebro. No tienen margen de resistencia.
“Hasta la poca energía que un niño tiene en condiciones normales ya ha desaparecido en el caso de los niños en Gaza”, afirma Tampellini. “Hace mucho que no se alimentan adecuadamente.”
El impacto va más allá de la delgadez extrema. El hambre a este nivel detiene el crecimiento, debilita los huesos y altera la función inmunológica. A los signos clásicos —ojos hundidos, extremidades esqueléticas, vientres inflamados— se suma una profunda letargia.
Sobrevivir al hambre, advierte la doctora, es aún más difícil para los niños en el enclave, que llevan casi 20 meses atrapados bajo las bombas de la ofensiva israelí con severas carencias alimentarias.
El hambre crónica también provoca pérdida del apetito: los niños dejan incluso de tener ganas de comer. Su capacidad de atención y concentración disminuye cada día.
“Un cuerpo desnutrido es un cuerpo inmunosuprimido”, añade. “Así que una simple diarrea o una infección leve pueden afectarlos gravemente y con mayor frecuencia. Un niño desnutrido permanece enfermo más tiempo”.
Un sistema de salud en ruinas
Para empeorar la situación, la infraestructura médica de Gaza está en ruinas. “Su capacidad para tratar la diarrea o la neumonía es mucho menor que antes”, agrega Tampellini.
Según la Organización Mundial de la Salud, solo 19 de los 36 hospitales en Gaza siguen funcionando, y lo hacen en lo que denominan “condiciones imposibles”. Al menos el 94% de todos los hospitales en Gaza están dañados o destruidos, mientras que el norte de Gaza ha sido “despojado de casi toda atención médica”.
De acuerdo con Michael Ryan, director de emergencias de la OMS, toda la población de Gaza está “en peligro inminente de muerte”. “Tenemos que detener la hambruna, liberar a todos los rehenes y restablecer el sistema de salud”, afirmó.
La salud mental en riesgo
Ahora bien, el hambre no solo debilita el cuerpo. También ataca la mente, especialmente la de un niño. Y sus secuelas psicológicas —silenciosas, invisibles, demoledoras— pueden acompañarlo toda la vida.
“La desnutrición extrema le da señales de peligro al cuerpo, y obliga al cerebro a entrar en modo supervivencia”, explica Rabia Yavuz, psicóloga clínica de la Universidad Medipol de Estambul, en diálogo con TRT World. “En ese estado, funciones esenciales como la atención, el aprendizaje o el control emocional quedan relegadas”.
Un menor expuesto al hambre prolongada puede volverse apático, ansioso o hipervigilante. Le resulta imposible proyectarse hacia el futuro: su mente queda atrapada en una constante sensación de amenaza.
“El hambre no solo retuerce el estómago. También erosiona la estabilidad mental”, advierte Yavuz.

Las consecuencias, añade, pueden extenderse mucho más allá de la infancia. Muchos de los niños que logran sobrevivir a la desnutrición severa llegan a la adultez con dificultades para confiar, regular sus emociones o establecer vínculos sanos.
“El sistema nervioso aprende del entorno. Y cuando lo único que conoce es la escasez y el miedo, eso puede traducirse más tarde en ansiedad, depresión, baja autoestima o incluso enfermedades físicas”, concluye.