Srebrenica, Bosnia y Herzegovina — Memoria y justicia. Eso es lo que piden las Madres de Srebrenica, quienes desde hace 30 años buscan los restos de sus hijos desaparecidos en el genocidio de 1995 que marcó la historia de Bosnia y Herzegovina. Un lema que –mientras escuchaba las oraciones del funeral en el Centro Conmemorativo de Srebrenica-Potocari– me recordó otro que llevo escuchando como argentina en mis 30 años de vida: “Memoria, Verdad y Justicia”, un pedido reiterado de las Madres de Plaza de Mayo.
Durante los actos de conmemoración por el aniversario del genocidio en Srebrenica —donde más de 8.000 bosnios musulmanes fueron asesinados por el ejército serbio en medio de la Guerra de Bosnia—, la mayoría de personas viste de blanco. Es un pedido de la asociación de madres, que sugirió usar ese color porque, dijeron, representa la inocencia de quienes fueron asesinados.
En medio del silencio, sobresalen los rostros de mujeres mayores: algunas lloran sobre los ataúdes, otras permanecen sentadas durante horas frente a las tumbas. Algunas están solas, otras se mueven en grupo, acompañándose en su duelo.
Por momentos, estar en el cementerio, con sus más de 6.000 lápidas blancas, produce escalofríos, incluso bajo el sol del verano. Poco después de ingresar, una mujer se me acerca, me sonríe y me ofrece un pañuelo con la inscripción “Recuerden Srebrenica”. Hablando en bosnio y con gestos, me mostró cómo colocármelo sobre la cabeza.
Miré a mi alrededor y noté que todas las mujeres tenían el cabello cubierto. Muchas de ellas, musulmanas, llevaban el hiyab por motivos religiosos. Otras, como yo, usaban el pañuelo que la asociación repartió ese día entre los asistentes como un gesto de solidaridad.
Fue en ese momento que pensé en las Madres de Plaza de Mayo, de Argentina, y en sus simbólicos pañuelos que también les cubren el cabello y se atan por debajo del cuello. Volví a mirar a mi alrededor y me pregunté si sería un deja vú. Como cuando en manifestaciones o actos, había visto a Estela de Carlotto, a Hebe de Bonafini o Nora Cortiñas –legendarias figuras de las Madres de mi país– con pañuelos muy similares en la cabeza: el símbolo de una lucha por la verdad y la justicia que marcó a mi patria.
Sentí que, salvando las diferencias, lo que unía a esa mujer bosnia que me regaló el pañuelo y a las madres argentinas era real: una búsqueda eterna de justicia, de verdad y de memoria. Mujeres bosnias y argentinas, conectadas por luchas similares, aunque con diferentes historias, idioma, religión, cultura, y con más de 11.000 kilómetros de distancia.
En Bosnia, el pañuelo se ha convertido en un símbolo de lucha, porque fueron ellas, las madres, quienes sostuvieron la memoria. Representa a las mujeres que cargaron con el peso de la ofensiva, durante y después.
En Argentina, en cambio, el pañuelo blanco nació de otra necesidad: reconocerse entre ellas. Fue una adaptación del pañal de tela de sus hijos desaparecidos. Los que les arrebataron. Pero, al igual que en Bosnia, terminó convirtiéndose en una marca imborrable de la resistencia.
Ahora bien, así como ambas luchas tienen similitudes, también tienen grandes diferencias que no se pueden obviar.
Srebrenica y la lucha por la verdad
La guerra que siguió a la desintegración de Yugoslavia se cobró más de 100.000 vidas en Bosnia y Herzegovina entre 1992 y 1995, la mayoría bosnios musulmanes. Pero Srebrenica se convirtió en la página más oscura del conflicto.
En julio de 1995, el ejército serbobosnio tomó Srebrenica, a pesar de ser una "zona segura" declarada por la ONU. Allí, asesinó a cerca de 8.000 hombres y jóvenes.
Tras el genocidio, el peso de descubrir lo que había ocurrido recayó sobre las familias. Así nació el activismo de estas madres, hermanas y esposas que perdieron a seres queridos. La primera reunión organizada por familiares de víctimas del genocidio fue en Tuzla el 11 de julio de 1996: marcó el inicio del activismo organizado entre los supervivientes.
Durante todos estos años, la organización ha estado buscando personas desaparecidas. Participa en exhumaciones, en el proceso de identificación y entierro de las víctimas, y acompaña a los sobrevivientes.
Y, sobre todo, exige justicia. Muchas madres testificaron ante tribunales internacionales, relatando los horrores que sufrieron, para que los responsables del genocidio fueran condenados. Gracias a ellas, más de 54 personas fueron sentenciadas a un total de 781 años de prisión, además de cinco condenas perpetuas. Su lucha también impulsó que países de todo el mundo reconozcan formalmente el genocidio de Srebrenica.

Argentina: Madres y Abuelas de Plaza de Mayo
Del otro lado del mundo y casi 20 años antes del genocidio en Bosnia, las Fuerzas Armadas perpetraron un golpe de Estado en Argentina. Consolidaron un régimen de terror y persecución, considerado por muchos genocidio, y se estima que 30.000 personas de todas las edades y condiciones sociales fueron desaparecidas por razones políticas.
Mientras la dictadura militar estuvo en el poder, los familiares de los desaparecidos recorrieron juzgados, hospitales, iglesias y cuarteles, pidiendo información sobre sus hijos e hijas que habían sido secuestrados y de los que no se sabía nada. De a poco, empezaron a agruparse para compartir datos y darse fuerzas.
Así nacieron las Madres de Plaza de Mayo. En abril de 1977, comenzaron a circular por la plaza ubicada frente a la Casa Rosada, sede del Gobierno en Buenos Aires, usando los pañuelos blancos para reconocerse.
Cuando terminó la dictadura, arrancó un proceso de identificación de los desaparecidos y de pedidos de justicia en el que la asociación participó activamente.
También surgieron las Abuelas de Plaza de Mayo, al descubrir que muchos bebés habían sido “robados” al nacer en centros de detención y tortura clandestinos. La dictadura había tramado un plan sistemático de apropiación de bebés y niños. Las abuelas todavía siguen buscando, ayudadas por bancos de ADN. Y, de vez en cuando, sale el sol: se anuncia la recuperación de un nieto, como ocurrió en julio de este año, con el nieto 140.
Así, en Argentina, cada 24 de marzo, cientos de miles marchan para recordar el golpe de Estado militar, bajo la consigna de “Memoria, verdad y justicia”.
Una lucha compartida
Mientras rememoro esa larga lucha en mi país, me detengo en los rostros de las mujeres bosnias en el Centro Conmemorativo de Srebrenica-Potocari. Y en su mirada, el peso de una lucha que llevarán con ellas cada día de su vida. Mujeres que perdieron a sus seres queridos, que sobrevivieron a la violencia, se sobrepusieron al temor, y que siguen luchando por la verdad y por mantener viva la memoria.
Una lucha compartida por miles de madres que tampoco saben qué pasó con sus hijos. En Srebrenica, en Argentina, y en muchas otras partes del mundo.
Treinta años después, las Madres de Srebrenica siguen allí, firmes. Su presencia es un recordatorio de lo que nunca debe volver a ocurrir. Un testimonio de que la lucha continúa, y de que también nos pertenece: es una lucha colectiva por la memoria, la verdad y la justicia.
Su legado no se limita al cementerio, sino que está en toda Bosnia. Entre la calma de la capital, Sarajevo, la memoria irrumpe sin aviso. En los pisos hay marcas rojas en el suelo que simbolizan la sangre derramada.
En el centro de Sarajevo, ondea el retrato gigante de una madre con pañuelo, que no permite olvidar que en 1995 hubo un genocidio que se cobró, en cuestión de días y de una forma brutal, miles de vidas. Que todavía falta saber toda la verdad. Y que esto no debe pasar “Nunca Más”.