La mayoría de los economistas y expertos no dejan de mostrar su preocupación por los efectos de las erráticas políticas comerciales del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante su segundo mandato. Incluso las cotizaciones bursátiles lo señalan: el índice S&P 500, que mide la capitalización de las 500 mayores empresas de Estados Unidos, registró una caída del 6,4% en sus primeros 50 días en la Casa Blanca, la mayor desde 2009. Y el llamado "indicador del miedo", que mide la volatilidad del precios de las acciones de esas grandes empresas y la percepción del riesgo que tienen los grandes inversores, aumentó más del 80% en lo que va del año.
Caída de la producción, del comercio y subida de precios
La preocupación está justificada por dos claras razones. Por un lado, las decisiones de Trump generan, de inmediato, una extraordinaria incertidumbre, algo que siempre retrae el consumo y las decisiones de inversión empresarial. Una mayor inseguridad deprimirá la demanda interna, frenando el ya escaso crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI).
Por otro lado, si se aprueban los aranceles con los que Trump ha amenazado a un buen número de países y estos adoptan contrapartidas, parece seguro que, a corto plazo, los precios en EE.UU. suban y el flujo del comercio internacional disminuya. Tanto la demanda interna, por la subida de precios, como la externa, por la reducción del comercio internacional, se verán afectadas. Su deterioro contribuirá también a frenar el crecimiento del PBI.
Si la economía de EE.UU. se desacelera, es seguro que afectará a otros países, ya que el PBI estadounidense representa prácticamente la cuarta parte del mundial.
Es por todo ello que los malos augurios se generalizan. Paul Krugman, premio Nobel de Economía estadounidense, afirmó que "es muy probable que estemos ante una recesión global, sin fin a la vista". A principios del mes de marzo, la revista The Economist afirmaba que "Trump está jugando con fuego", mientras que el modelo de predicción de la Reserva Federal de Atlanta anticipa una caída del PBI de Estados Unidos de entre el 2% y el 3% para el primer trimestre de este año.
Sin embargo, es un error creer que el peligro que supone Trump para la economía mundial proviene solamente de la guerra comercial que está desatando y de la caída del PBI –con posible recesión incluida– que podría provocar.
El proteccionismo de EE.UU. no es nuevo
El establecimiento de aranceles, es decir, el proteccionismo, no es una estrategia inventada por Trump. A pesar de sus proclamas a favor del libre comercio, lo cierto es que al expresidente Barack Obama ya se le calificó en The Wall Street Journal como "presidente proteccionista". Y Joe Biden lo fue mucho más: no redujo las barreras que había establecido Trump en su primer mandato, sino que aumentó muchas de ellas. Su Ley de Reducción de la Inflación, positiva en bastantes aspectos, fue una poderosa estrategia de apoyo y protección de la industria nacional frente a la extranjera. Se llegó a decir que sólo practicaba "proteccionismo cortés" y "educado", y que su política comercial era "trumpismo con rostro humano", sin "tuits furiosos ni afirmaciones absurdas, pero con aranceles de seguridad nacional".
En cuanto a China, Biden fue más proteccionista que Trump, imponiendo medidas por un valor de 144.200 millones de dólares frente los 89.000 millones del actual mandatario. También implementó más medidas de protección en general (3.563 frente a 2.920, según el monitor Global Trade Alert). Sin embargo, estas se basaron en ayudas, incentivos y subsidios de todo tipo, a diferencia de la política preferentemente arancelaria y más agresiva de cara al exterior que propone Trump.
Aunque ahora se da en mayor medida y en términos más agresivos y, además se ve correspondido por el de otros países, el proteccionismo estadounidense no es nuevo, y sus efectos no serán cualitativamente distintos a los que ya hemos vivido anteriormente.
El verdadero peligro
Sin embargo, el daño más grave a la economía mundial tampoco vendrá de la desaceleración del PBI que producirán la caída del consumo, la inversión, el gasto público y el comercio internacional, con el consiguiente aumento del desempleo. De hecho, incluso podría ocurrir que todos estos factores se recuperen después del shock a corto plazo, si se produce –como parece que ocurrirá– un aumento del gasto militar que compense la caída de la demanda y una modificación de los flujos comerciales cuando las economías comiencen a acoplarse al nuevo régimen tarifario.
Es decir, la economía mundial no se va a derrumbar porque el PBI de Estados Unidos se reduzca un par de puntos durante algunos meses.
El problema auténtico y de envergadura que generan las decisiones de Trump, es que abrirá aún más las fracturas sistémicas que, esas sí, representan riesgos letales para la economía mundial, especialmente si continúan expandiéndose todas al mismo tiempo, como viene ocurriendo.
Esas fracturas tienen que ver con decisiones sobre el cambio climático, la fragilidad y volatilidad financiera, el incremento incesante de la deuda y la desigualdad, que destrozan cada vez más actividad productiva en todo el mundo y, aún más cuando se les añade la destrucción de los contrapesos y las instituciones de diálogo y consenso, tanto nacionales como internacionales.
En cuanto al cambio climático, no hace falta proporcionar muchas pruebas. El informe de la revista The Lancet de 2024 habla de "inacción climática" y denuncia que los gobiernos y las empresas "echan leña al fuego".
Un estudio de fines del 2024 mostró que los bancos están ahora en situación de mayor riesgo que antes de las medidas regulatorias que se pusieron en marcha en 2010, supuestamente, para dar seguridad al sistema financiero. Actualmente, acumulan sin parar productos derivados ("productos financieros de destrucción masiva", según los definió el inversor y filántropo Warren Buffet, que sólo sirven para especular) por un valor de 729,8 billones de dólares en todo el mundo, según el Banco Internacional de Pagos. Una cifra 6,6 veces superior al producto bruto mundial que, si se permite que siga aumentando, hará que el sistema financiero salte antes o después.
De la mano de la financiarización desbocada, también aumenta sin cesar la deuda improductiva (que sumó 323.000 millones de dólares a finales de 2024), a la que acompaña una carga cada vez más insoportable de intereses para hogares, empresas y gobiernos, dificultando la producción de bienes y servicios que satisfacen necesidades. Y esa es la causa real de la crisis de la actividad productiva y el comercio interno y global.
Esas fracturas son las que realmente generan conflictos, inseguridad e insatisfacción, una desigualdad nunca vista, y la pérdida de vigor de todas las economías. Y esto alimenta el descontento social, la polarización y, a escala internacional, el peligro de guerras y enfrentamientos violentos.
El verdadero peligro de Trump es que actúa como esos catalizadores que aceleran la velocidad con que se producen las reacciones químicas. Sus bravuconadas comerciales, o que no le importe provocar una recesión, son lo de menos si con eso logra incentivar la localización de más empresas en Estados Unidos. Lo peligroso es que Trump agudiza y acelera un deterioro sistémico que puede provocar el colapso.