Cultivar sin químicos, la tendencia eco que en la Argentina no para de crecer
CLIMA
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Cultivar sin químicos, la tendencia eco que en la Argentina no para de crecerEn Argentina, la agroecología se multiplica ante una demanda cada vez mayor de alimentos sin químicos. Los emprendedores que se animaron a dar el cambio y ahora venden más que antes.
Así lucen las manos de Rosa luego de una vida de trabajar la tierra. Rosa dice que la agroecología le trajo una reivindicación de su oficio, de la dignidad y el valor que hay en el mismo. / Otros
29 de marzo de 2025

Córdoba, Argentina - De las casi 175 millones de hectáreas dedicadas a actividades agropecuarias en Argentina, tan solo un 2,2% utilizan métodos orgánicos, agroecológicos o biodinámicos. Un número pequeño pero que engloba un universo de 5200 establecimientos y 3,9 millones de hectáreas que, según el Censo Nacional Agropecuario del 2018, no utilizan agroquímicos o semillas genéticamente modificadas. Y a pesar de lo que digan las cifras, es una tendencia que no para de crecer.  

De esos establecimientos, 2500 se enfocan en producciones orgánicas destinadas a exportación, siendo EE.UU y la Unión Europea los principales destinos. 

Los restantes son producciones agroecológicas, la mayoría emprendimientos de agricultura familiar. Sin empleados y no siempre siendo dueños de la tierra. 

La agroecología es una de las principales banderas de la Vía Campesina, un movimiento internacional nacido a principios de los noventa que agrupa a los sectores populares campesinos de 81 países. No solo se trata de un método de cultivo, sino, sobre todo, de una práctica con eje en lo colectivo y los saberes ancestrales. Buscando la protección del medio ambiente, la salud, el trabajo digno, el comercio justo, la solidaridad y la soberanía alimentaria de los pueblos. 

La resistencia ecológica que nació en Córdoba

En Córdoba, a 800 kilómetros de Buenos Aires, el movimiento agroecológico comenzó una década atrás, al compás de movilizaciones populares contra la instalación de una planta semillera de la empresa estadounidense Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas, en el cinturón verde de la ciudad. Por entonces, cientos de personas provenientes de movimientos sociales, agricultores y vecinos impidieron que se instalara la que iba a ser una de las plantas semilleras más grandes del mundo. Se oponían a los posibles problemas de contaminación que la planta iba a generar con sus procesos, y sobre todo, a lo que Monsanto representaba: una consolidación absoluta del modelo de agricultura química. 

Aunque la planta semillera finalmente no se instaló en la localidad de Malvinas Argentinas, el modelo de agricultura química continuó dominando el agro argentino. Una victoria a medias, es cierto, pero dio nacimiento a mesas de trabajo, ferias de productores, intercambios de semillas, conocimientos y experiencias de otra forma de hacer las cosas, sin químicos ni recetas. 

Mucho más que una elección comercial

En ese camino de resistencia, durante la primera Feria Agroecológica de Córdoba, se conocieron Ivan Fernández, productor de fideos secos agroecológicos, y Rosa Tolaba y su familia, conocidas como “Las Rositas” productoras de hortalizas hace una década. 

Fernández y Tolaba integran hoy Macollando, una cooperativa de productores agroecológicos, donde han establecido canales de distribución y comercialización por fuera de las tradicionales ferias de productores pero también por fuera del mercado central, donde tienen que adaptarse a los ajustados márgenes que impone el mercado para los productores de baja escala. 

“Para los productores, optar por la agroecología es mucho más que una elección comercial, es una opción distinta de vida, porque cambia la forma de producir, pero también cambian los circuitos de comercialización y vínculos sociales”, cuenta Fernández a TRT Español, mientras pesa cajones cargados de zapallitos y repollos antes de subirlos a una vieja camioneta Peugeot rumbo a los puntos de distribución. 

“Durante años desde el movimiento agroecológico tuvo mucho apoyo la idea de prohibición del uso de agroquímicos, especialmente en los cultivos aledaños a centros urbanos que es donde más se dan los conflictos”, explica Fernández. “Lo que vimos es que en los lugares donde se prohíben los campos dedicados a cultivos terminan en manos de especuladores inmobiliarios y se convierten cultivos en barrios privados. Entonces nos dimos cuenta que lo mejor que se puede hacer viene de la difusión y acompañar a los productores a comparar las ventajas de la agroecología respecto al modelo químico”. 

De aprendiz a maestra agroecológica

Aunque nació en Santa Fé hace 73 años y vive en Córdoba hace casi treinta, Rosa Tolaba todavía habla con cadencia boliviana que heredó de sus padres y profundizó durante sus años en Bolivia, donde nacieron sus hijos. Históricamente la comunidad boliviana en Argentina ha estado vinculada a la producciones agropecuarias. 

Junto a su marido e hijos, Tolaba se pasó casi toda la vida siendo “mediera”, una figura común en la producción de hortalizas. Los medieros son agricultores sin capital ni tierra que trabajan tierras ajenas y que idealmente, como indica la palabra, van a medias con la producción, algo que en la práctica sucede poco. Los campesinos generalmente se llevan un tercio de la producción o menos.

Rosa recuerda cuando a comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado los cultivos comenzaron la transición de un modelo tradicional con conocimientos ancestrales a un modelo dependiente de la compra de agroquímicos y semillas especiales. “Fue en la época de la dictadura cuando llegó esto de los venenos. El primer año que aplicaron los químicos se murieron todas las vacas de un campo vecino. De ahí he visto gente enfermarse después de hacer aplicaciones, gente que se ha muerto”, relata aún dolida Rosa. 

Hace poco más de una década, tras una vida trabajando de “mediera” y luego de haber quedado viuda, Rosa se animó a alquilar una parcela y comenzar una producción propia. Al principio utilizaba agroquímicos, pero al poco tiempo y por iniciativa de una clienta que se acercaba al campo a comprarle su producción, se animó a volver a sus orígenes, lo que ella llama “la forma natural de cultivar”. 

Para lograrlo contó con la asistencia de ingenieros del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. Ese mismo grupo de ingenieros tratan a Rosa como su maestra en la actualidad, con las diez hectáreas que cultiva con sus hijos y nietos sirviendo de escuela a donde llegan estudiantes de agronomía todos los años. 

La demanda existe y la necesidad también 

Desde hace más de 30 años, Luis Narmona se dedica a asesorar producciones agroecológicas. “Prohibir el uso de agroquímicos aunque se ha demostrado su perjuicio a la salud, no es un camino viable”, advierte Narmona. “Pero no proponer una alternativa no es una opción, porque hay un conflicto ahí. El asunto está en asesorar a los agricultores en este círculo que termina siendo virtuoso empezando por la salud de los suelos y continuando por la salud de los agricultores y consumidores”. 

“Trabajar en el campo me permite ser madre y trabajadora a tiempo completo, porque los traigo a mis hijos al campo y los puedo cuidar, tienen un espacio para jugar mientras trabajo”, explica Roxana Centeno, quien trabaja junto con su marido en un campo de seis hectáreas, un tercio agroecológica y en proceso de llevar toda la producción a ese camino. “No hay otros trabajos que permitan eso”.  El tener a sus hijos jugando en el campo es uno de los principales motivos por el cual la mujer insistió en hacer esta transición que arrancaron cuando ella estaba embarazada. Le asustaba que la exposición a químicos afectara la salud de sus niños. 

Este temor no es ilusorio pues un informe de la Sociedad Argentina de Pediatría de 2021 concluyó que la exposición a pesticidas y agroquímicos en la infancia se asocia con efectos en el neurodesarrollo, como déficits de atención, hiperactividad, trastornos de aprendizaje y autismo. También aumenta el riesgo de enfermedades neurodegenerativas, tumores infantiles, incluido el cáncer renal vinculado a la exposición paterna en actividades agrícolas. 

Lo que no sospechaba Roxana era que estos cultivos agroecológicos le iban a dejar mayores ganancias. “Vamos a la feria local y ponemos los productos bajo dos manteles, uno blanco para los productos normales y otro verde para lo que producimos de forma agroecológica”, narra Roxana. “Lo del mantel verde me lo sacan de las manos. Se vende todo siempre, incluso productos poco habituales como el kale o la berenjena enana que a nosotros nos dejan ganancias altas”. 

Necesidad de tierra y capital

“Si vos querés libertad no existe nada más libre que cultivar sin insumos, sin comprar semillas, sin tener que tomar deudas millonarias que no sabés si vas a poder pagar antes de cada campaña. Esto es libertad verdadera” dice Raúl Ferminelli, dueño de 65 hectáreas donde produce papa, maíz, trigo y soja, los cultivos extensivos más populares de Argentina y los que habitualmente llevan el mayor consumo de químicos. El agricultor explica que aunque sus rindes son menores, esto lo compensa económicamente con la ausencia de costos. 

“Yo no veo esto solo como un negocio”, advierte Ferminelli, de 57 años quien nació en el mismo campo que cultiva en el norte del cinturón verde de Córdoba. “Yo acá no produzco un commodity, como se toman económicamente estos cultivos. En este campo se producen alimentos. Los agricultores que cultivamos así somos medicina para la sociedad. Somos salud”.

Un llamado a los gobiernos para apoyar esta tendencia que, al fin, es un beneficio y una cura para todos.


FUENTE:TRT Español
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