“La única verdad incuestionable de una guerra son las víctimas civiles”, comenta el fotoperiodista español Gervasio Sánchez, mientras reflexiona sobre las historias que documentó y que aún lleva grabadas en su memoria.
Bosnia y Herzegovina, Nicaragua, Camboya, Afganistán: en más de 40 años de trabajo, Gervasio Sánchez, reportero de guerra, ha retratado algunos de los conflictos más crueles del mundo. Se propuso mirarlos desde el lugar que más duele, el de las víctimas civiles.
Cada 19 de agosto se conmemora el Día de la Fotografía, esa que trasciende lo estético para convertirse también en herramienta de memoria. Imágenes que nos interpelan y que nos hacen cuestionar. Esa es la esencia de “Vidas minadas”, el proyecto que Sánchez, de 65 años, realiza desde hace tres décadas. En él documenta las consecuencias de las minas antipersonas sobre las poblaciones civiles.
Desde Sarajevo, una ciudad en Bosnia marcada por la violencia y el asedio, Sánchez compartió con TRT Español su mirada de la guerra.
¿Cómo vives esas historias que, mediante la fotografía, llegaste a conocer de primera mano?
El ser humano está emparentado con la violencia desde tiempos inmemoriales. He conocido muy pocas personas que prefieran morir antes que matar en una guerra. La inmensa mayoría de gente con la que yo me he cruzado en más de 40 años de experiencia prefieren matar para seguir viviendo. Y para ello pueden matar a alguien que no conocen, así como al vecino, o a sus propios padres si se les ordena.
Yo conocí historias de niños soldados cuya primera misión fue matar a sus padres. Décadas después, cuando ya eran adultos, si les preguntabas ‘¿Por qué no te negaste a matar a tus padres?’, te decían claramente ‘Porque si me hubiera negado, me hubieran matado a mí y a mis padres’. ‘¿Y por qué sabías que te iban a matar a ti y a tu padre?’, le vuelves a preguntar. ‘Porque al compañero que se negó a matar a sus padres, minutos antes, yo le pegué un tiro a él y a sus padres. El siguiente era yo. Y quería seguir viviendo’. Entonces, la gente, por no morir, mata. Eso es consustancial al ser humano.
Viendo tu perspectiva periodística, tras tantos años de carrera y habiendo cubierto numerosos conflictos armados, si tuviéramos que buscar algo que nos dé una chispa de esperanza, ¿qué sería?
Cuando ves matar y ves cómo se comporta el ser humano, empiezas a desconfiar. Pero cuando ves al ser humano que sobrevive y que se levanta del suelo mutilado, y que intenta formar una familia, niños que estudian, que llegan a la universidad… Eso es lo que me llena, no de esperanza –porque me repatea mucho esa palabra–, pero sí de confianza en que algún día las cosas pueden cambiar.
Y es que la única verdad incuestionable de una guerra son las víctimas civiles. Por eso, yo trabajo con personas que quedaron mutilados por culpa de minas, familiares de desaparecidos, niños soldados en proceso de rehabilitación, niñas soldados que han sido violadas y destrozadas.
Al fin y al cabo, hay que sujetarse a algo por lo que valga la pena seguir trabajando, ¿no? A través del proyecto de fotografía “Vidas minadas” trabajo desde hace 30 años con personas que quedaron mutiladas. Son personas que respeto, que trato con el respeto que se merecen, y que me dan alegrías porque sus vidas, aunque poco, van mejorando. Mejora su autosuficiencia, su espíritu de lucha, su capacidad impresionante para defenderse del dolor que han sufrido y de la violencia que han sufrido. Cuánto más cerca estoy de las víctimas civiles, más cerca estoy de la verdad. Y es lo que me permite seguir teniendo una mínima confianza en el ser humano.
“Bosnia es uno de mis recuerdos más brutales”
Entre 1995 y 1998, mientras cubría la guerra en Bosnia, que se cobró la vida de 100.000 personas, Sánchez fue testigo de innumerables atrocidades: conoció niños que luego perderían la vida y familiares que aún hoy buscan a sus seres queridos desaparecidos. Además, tomó una imagen de la entonces biblioteca de Sarajevo, destruida por las bombas, que terminaría convirtiéndose en un símbolo de la guerra. Este julio, con motivo del aniversario número 30 del genocidio de Srebrenica, regresó al lugar de aquella foto, hoy reconstruido y convertido en el Ayuntamiento.
¿Qué sentiste al volver a Sarajevo, 30 años después de haber tomado aquella foto en la biblioteca destruida?
Siempre digo que las guerras no acaban porque se firme un trozo de papel llamado “paz”. El Acuerdo de Dayton, que puso fin a la guerra de Bosnia, fue muy importante para la población. Pero ese plan de paz también ha impedido que Bosnia se pueda desarrollar plenamente, porque legalizó las conquistas bélicas que se habían producido durante aquellos combates encarnizados. La limpieza y asesinato de ciudadanos, las ejecuciones extrajudiciales, el genocidio: legalizó todo esto, entonces, 30 años después, aquí sigue habiendo un sistema y una administración política muy compleja.
Entonces, como periodista y ciudadano que vino aquí a documentar un desastre, que pasó largas temporadas en Sarajevo y también en otras partes de Bosnia, siento una gran tristeza porque todavía veo que los puentes de convivencia entre las comunidades están completamente rotos. La guerra destruyó esos puentes en una zona de los Balcanes y una zona de la antigua Yugoslavia donde había muchísimos matrimonios mixtos, donde muchísimos bosnios tienen padres musulmanes, madres ortodoxas, abuelos croatas. La guerra destruyó eso.
Como fotógrafo y como periodista, viste en primera persona los horrores de esta guerra, una de las más brutales desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué marcas dejó esto en ti?
La guerra de Bosnia-Herzegovina forma parte de mí. Llevo 40 años cubriendo más de 26 conflictos, pero este tuvo su particularidad. Es de mis recuerdos más brutales cubriendo conflictos armados. Por un lado, muchas cosas que yo vi aquí, me recordaban a la Guerra Civil española: cómo, de repente, un país arrasado queda aplastado por las milicias, por el ultranacionalismo; cómo un país es arrasado ante la impunidad absoluta de los asesinos y ante la pasividad de las instituciones europeas.
Pero también aquí hubo un desastre, un genocidio, no solamente por culpa de los criminales, sino también por culpa de la pasividad y el cinismo de la Unión Europea. Países como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia e incluso España, las cinco grandes potencias de Europa, no fueron capaces de parar los pies a los asesinos y no fueron capaces de darle un ultimátum al principal gestor del desastre, el presidente serbio Slobodan Milosevic.
Esa falta de reacción de la comunidad internacional que mencionas… ¿Sientes que es un patrón que hoy se repite?
Claro, estamos repitiendo lo mismo con la realidad que estamos viviendo hoy en día, por ejemplo, con la situación en Palestina, con todo el contexto internacional mirando a otro lado, sin declarar el genocidio como tal. Yo estuve la primera vez en Israel, en Gaza y en Cisjordania (ocupada), en 1982 (...) No existía Hamás, pero los israelíes ya machacaban a la población palestina y ante una pasividad absoluta.
Al final, la Unión Europea, que es la que tiene el poder para aislar y sancionar a Israel, no lo ha hecho nunca.
La guerra en Bosnia y el genocidio de Srebrenica es uno de los episodios más oscuros de esta generación. ¿Hubo justicia?
Desde un punto de vista jurídico, está claro que los grandes responsables del genocidio de Srebrenica fueron juzgados. Fueron condenados a cadena perpetua el general Ratko Mladic, el expresidente de la República Srpska Radovan Karadzic y jefes de las unidades paramilitares. Y Milosevic, que fue el gran arquitecto del desastre de los Balcanes, el máximo responsable, murió mientras esperaba ser juzgado, aunque los tribunales internacionales reconocieron que él era parte de una trama mafiosa criminal cuyo objetivo era eliminar a los habitantes croatas, kosovares y bosnios.
Pero las matanzas no las hacen cuatro generales. Las hacen oficiales, coroneles, capitanes, tenientes, todas las personas del ejército. Y muchas de estas personas nunca han sido juzgadas. En Bosnia hay asesinos que no pagaron ni un día de cárcel ni jamás fueron llamados a declarar, ni se buscó su vinculación con las unidades paramilitares.
Siempre te quedas con un mal sabor de boca, ¿no? Pero aquí al menos se juzgó a los máximos culpables. Ya me gustaría que en Israel también acabara siendo juzgado el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y sus generales, pero eso va a ser mucho más complicado, por no decir imposible… En otros conflictos armados en los que he estado, los máximos responsables nunca pagaron un solo día de cárcel. En Bosnia, al menos hubo un tribunal internacional penal que llamó a las cosas por su nombre: genocidio. Genocidio es genocidio. Y las personas que fueron responsables de este genocidio fueron tratados como genocidas, juzgadas como genocidas y condenadas como genocidas.
Y así, los retratos dolorosos que Gervasio Sánchez carga consigo son incontables. Las memorias que quedaron en rollos fotográficos, las que se volvieron parte de la historia, las que quedaron en segundo plano. Relatos de sufrimiento, supervivencia y reconstrucción de vidas tras las guerras. Fotografías que buscan mantener viva la memoria y, en algún punto, también hacer justicia.