En Gaza, el alegre sonido de la zaghroota –un ulular festivo que acompaña bodas y otros eventos de celebración– se ha desvanecido. En su lugar, flota el estruendo de los bombardeos, el zumbido de los drones y los sollozos de las familias en duelo.
Las bodas ahora son extremadamente raras. Incluso quienes intentan empezar vidas nuevas ven sus sueños truncados. El colapso económico, el miedo constante y la profunda tristeza han obligado a muchas parejas a posponer sus planes de matrimonio.
Para las novias palestinas, el día de su boda ahora es el recuerdo de un futuro que alguna vez imaginaron. Antes de octubre de 2023, las bodas en Gaza eran festivales animados.
Desde las noches de henna, a las que asistían la prometida y sus amigas y familiares, hasta la zaffe del novio –una animada procesión de familiares y amigos bailando para recoger a la novia de su casa– las celebraciones eran elaboradas y alegres.
Decenas de salones de boda construidos expresamente existían en Gaza, como Pearl Palace y Lighthouse Hall en el barrio de al-Rimal, Al-Nour Hall en Nuseirat y, por supuesto, Princess Palace en la calle Al-Sina’a en Ciudad de Gaza, que era icónico. Las adolescentes soñaban con sus amplios salones, decorados con luces para contrarrestar los cortes de electricidad israelíes.
Hoy, Lighthouse Hall yace en ruinas, destruido por bombardeos israelíes. Otros han quedado gravemente dañados, como los 130.000 edificios reducidos a escombros.
Algunos salones, como Rose Hall en Tal Al-Hawa, se convirtieron en refugios para familias desplazadas de Shujaiya y Zeitoun. En lugar de mesas con manteles y sofás nupciales (koosha), las pistas de baile fueron cubiertas con mantas y colchones.
La destrucción obligó a las parejas, que aún se aferran al amor – una necesidad humana perdurable – a sustituir sus planes de boda por ceremonias sencillas en casas que aún se mantienen en pie o en tiendas de desplazados.
Las fiestas de compromiso, antes eran grandiosas pero con menos invitados que las bodas, son ahora actos modestos, más íntimos, y quizá aún más significativos bajo la sombra de los ataques y el riesgo de la pérdida.

Amor en medio de treguas temporales
Ola Abdel Rabbo, de 22 años, estudiante de ingeniería eléctrica, se comprometió con Naseem Abu Subha en febrero durante el breve alto el fuego entre Israel y Gaza.
La pareja se conoció mientras estudiaban un curso de diseño web y se sintieron atraídos de inmediato.
En su fiesta de compromiso, celebrada en casa de un familiar en Deir al Balah, en la tranquilidad de la tregua, Naseem deslizó en el dedo de Ola un sencillo anillo de oro que pertenecía a su madre.
“Naseem no pudo comprarme la tradicional shabka de boda [un juego de oro con pulseras, un collar y pendientes], porque no tenía dinero y las joyerías estaban cerradas”, recuerda Ola. “Me prometió que lo compraría cuando terminara la ofensiva”.
A Naseem le habían ofrecido un trabajo como diseñador de software en el Reino Unido, y la pareja tenía grandes esperanzas.
Mientras disfrutaban de un té caliente y un bizcocho casero, preparado con la poca harina que Naseem consiguió en las filas de ayuda, la joven pareja celebró con los pocos amigos y familiares que habían sobrevivido a la ofensiva.
Para su boda, habían planeado encargar su pastel en una de las reconocidas pastelerías de Gaza, como la tienda de Badri y Haniya en Rimal, cuya fachada estaba decorada con rosas plásticas descoloridas por el sol y en cuya vitrina se exhibían pasteles de tres pisos con rosas de azúcar blancas sobre bases doradas que reflejaban la luz de la calle.
Mientras que Abu Majed, otro veterano pastelero del barrio, solía recibir a las parejas con una sonrisa y preguntarles: “¿Quieren que su pastel sea rosa como su amor, o blanco como su intención?”
Hoy en día, el olor a vainilla ya no impregna Rimal. En su lugar, quienes sobreviven al genocidio simplemente preguntan: “¿Hay harina?”
Aun así, Abu Majed sigue siendo optimista: “Cuando termine esta ofensiva, voy a decorar el primer pastel con zaatar (tomillo, hierba tradicional palestina) para que sea un recordatorio de la herencia de nuestra tierra”.
Recuerdos congelados
En su compromiso, Ola vistió un vestido que había cosido años antes, con algodón blanco y rosa comprado a un comerciante en la calle Omar Al-Mukhtar.
Recuerda a Naseem mirándola con ese vestido, con una sonrisa radiante. Sonaban suavemente canciones de amor en un teléfono. Ese momento vive nítidamente en su memoria, un recuerdo que ahora lleva sola.
Meses después, el 30 de junio, en el café costero Al Baqa, Naseem pidió el café turco de Ola, con poca azúcar, que ya sabía de memoria.
Escribió algo en una servilleta y se lo pasó con cuidado a su prometida por encima de la mesa. Decía: “Si te preguntan por qué la amas, di que es porque es la única persona que te hace olvidar el ruido de los aviones”.
Instantes después de que Naseem tomara una foto de ambos, un ataque aéreo alcanzó el café. Los dos fueron lanzados al suelo. El pie de Ola sangraba, y Naseem yacía inmóvil a su lado. Fueron trasladados al hospital, pero horas más tarde la familia de Ola confirmó su peor temor: Naseem había muerto.
“Finalmente me permitieron verlo. Estaba tan hermoso como la luna llena”, dice.
La dolorosa pérdida de Ola es una entre muchas. En hogares de Gaza, otras futuras novias se aferran a los recuerdos de prometidos con los que nunca podrán casarse, como Aseel Al-Ashqar, cuya historia de amor sufrió un destino igualmente trágico.

Compromisos pequeños, corazones grandes
En la Ciudad de Gaza, la familia de Aseel organizó una pequeña fiesta de compromiso en casa de un familiar para ella y Ahmed al-Sahhar, apenas tres semanas antes de que comenzara la ofensiva del 7 de octubre.
La pareja estaba llena de optimismo, del tipo que solo sienten los enamorados.
Ahmed, de 28 años, médico, vivía en el edificio frente al de Aseel, de 26, y solía observarla discretamente desde su balcón cuando ella regresaba de su trabajo como dentista en una pequeña clínica del barrio. Finalmente, envió a su familia a pedir su mano, como marca la tradición.
El día de su compromiso, Aseel se peinó frente a un pequeño espejo, se colocó con cuidado el hiyab, delineó sus ojos con un lápiz de kohl que había guardado para la ocasión y aplicó un pintalabios rosa comprado un año antes en la calle Al-Wahda, en una tienda ahora destruida.
Si las finanzas se lo hubieran permitido, se habría peinado y maquillado profesionalmente en los salones de belleza de Rimal, como Lamset Nisreen Salon o Rabab Styles en Shujaiya.
Aseel guardó las fotos del compromiso en su teléfono. Días después, solía volver a mirarlas para revivir el momento.
Semanas más tarde, tras el inicio de la ofensiva, su casa en Shujaiah fue completamente destruida por un bombardeo israelí y la familia se vio obligada a huir a Rafah. Durante la huida, mientras corría de la mano de su madre, su teléfono cayó. ¿Bajo los escombros? ¿En la carretera? No lo sabe.
“Ya no tengo una foto que pruebe que iba a ser novia… pero lo recuerdo todo en mi corazón: cómo Ahmed me miraba y cómo me temblaba la mano al ponerme el anillo”.
Ahmed se negó a abandonar el norte de Gaza.
“Trabajaba entre el Hospital Al-Awda y Kamal Adwan. Se negó a abandonar a los enfermos y heridos, aunque los bombardeos aumentaban a un ritmo alarmante”, contó Aseel a TRT World.
El 21 de noviembre de 2023, mientras Ahmed trabajaba en Yabalia, los pisos tercero y cuarto de Al-Awda fueron alcanzados por un bombardeo israelí. Murió junto a dos colegas.
Aseel no había tenido noticias suyas en días, y fue un vecino quien le trajo la novedad.
Entre lágrimas, dice: “Durante horas no pude hablar ni llorar. Estaba en shock”.
Y añade: “No sabíamos que nuestro sueño de casarnos se rompería y que perdería a Ahmed para siempre”.
Así como Aseel enfrenta la pérdida de su prometido, otras parejas confrontan la fragilidad del amor bajo el asedio.
Los compromisos se aplazan, el amor perdura
En enero, Ibrahim Abu Shaaban y Laila Ashour, de Jan Yunis, ambos de poco más de 20 años, finalmente se comprometieron tras cinco años de noviazgo. La pareja se había conocido en la universidad pero no pudo casarse hasta graduarse y hasta que Ibrahim consiguiera trabajo.
Tenían la intención de comprometerse a finales de 2023, pero la ofensiva retrasó sus planes.
Un año después del inicio de la ofensiva, Ibrahim le dijo a Laila que debían de esperar y se comprometieran porque quería “estar con ella en todas las circunstancias”.
Le dijo: “No tienes que llevar un vestido blanco para que sepa que eres la novia de mi corazón. Solo mantente bien, y lo demás vendrá”.
Los vestidos de novia siguen siendo un sueño en Gaza. Antes, las novias acudían a Retaj, en la calle Al-Wahda de Rimal, una boutique con diseños importados de Türkiye. Allí, el maestro sastre Abu Samer era conocido por su “toque mágico de encaje”, capaz de alterar cualquier vestido para que se ajustara perfectamente a la novia.
Él solía decir: “Cada vestido de novia cuenta una historia, y mi trabajo es escribir el final feliz con hilo y aguja”.
Cuatro días después del inicio de la ofensiva israelí, la calle Al-Wahda fue bombardeada y el edificio de Retaj colapsó. Sus vestidos blancos quedaron reducidos a cenizas.
Una imagen inquietante circuló en las redes: un vestido colgado de un clavo en los escombros, cubierto de polvo, con una rosa de encaje aún intacta. Abu Samer resultó gravemente herido y fue trasladado a Egipto para recibir tratamiento.
Para muchas futuras novias, la visión de ese vestido solitario fue un reflejo de sus propias vidas, sueños suspendidos, esperando entre las ruinas. Laila fue una de ellas.
Una noche, semanas después de su compromiso, Laila estaba en la azotea de su casa intentando conectarse a internet cuando recibió un mensaje de texto de su prometido. Decía: “Los ataques retrasaron nuestro compromiso; no han retrasado el amor. Te esperaré, sin importar cuánto tiempo tarde”.
El 11 de julio de 2025, mientras estaba sentado frente a su casa en Deir al Balah con su hermano y primo, Ibrahim fue alcanzado en el cuello por la metralla de un bombardeo israelí. Murió al instante.
Laila, incapaz de hablar de su pérdida, permitió que el primo de Ibrahim, el doctor Areej Abu Shaaban, relate su historia: “El padre de Ibrahim no lo enterró de inmediato. Colocó su cuerpo en la sala y descubrió su rostro. Velaron junto a él hasta la mañana siguiente. Su padre dijo que quería que Ibrahim saliera de la casa como un novio”.
Estos relatos son sólo un puñado entre cientos de ellos, pero permanecen como testimonio de una verdad que ningún bombardeo puede borrar: el corazón humano, incluso en los tiempos más oscuros, sigue amando.