Zhuhai, China – La XVII Cumbre del BRICS, que se celebrará en Río de Janeiro el 6 y 7 de julio, estará marcada por la ausencia del presidente de China, Xi Jinping, y la del mandatario ruso Vladimir Putin. Aunque esto podría limitar su peso simbólico, la cita mantiene una relevancia estratégica indiscutible. Será la primera cumbre con 10 miembros plenos, tras la incorporación de Indonesia a inicios de 2025, y contará además con la participación activa de nueve “países socios” –entre los cuales se encuentran Bolivia y Cuba– que podrán asistir a todas las sesiones de trabajo y firmar los documentos finales del foro.
Como parte del mecanismo “Outreach”, que abre la opción de convocar a países en la misma región del anfitrión, Brasil ha invitado a México, Uruguay y Colombia y, más recientemente, a Chile. No obstante, la respuesta de cada país latinoamericano revela prioridades diferenciadas en su agenda de política exterior.
México asistirá representado por su Ministerio de Relaciones Exteriores, una señal de compromiso limitado. No obstante, para Colombia la cumbre adquiere un carácter estratégico: no solo ejerce la presidencia pro tempore de la CELAC, que la posiciona como portavoz regional en este espacio, sino que el 19 de junio completó su ingreso al Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, que lo ha acercado financieramente al bloque. De manera similar, Uruguay ha otorgado máxima prioridad a la cumbre, con el presidente Yamandú Orsi al frente de una delegación nutrida. Chile también llega con una agenda ambiciosa, orientada a proyectarse como un actor cada vez más relevante en la escena internacional.
En este contexto, más allá de sostener reuniones bilaterales con los 10 miembros plenos del BRICS, ¿en qué temas concretos podrían los países latinoamericanos comenzar a ensayar una inserción más activa en los pilares de cooperación establecidos para esta cumbre en Brasil?
Política y seguridad en los BRICS: oportunidades y cautelas para América Latina
En Río, el BRICS busca proyectar un enfoque en política y seguridad que vaya más allá del plano declarativo. El documento ministerial del 29 de abril de 2025 –el más relevante antes de la cumbre del 6 y 7 de julio– consolida esta ambición: promueve la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, la recuperación de activos ilícitos –capitales obtenidos de manera ilegal como corrupción o lavado de dinero–, y el uso estratégico de inteligencia artificial para reforzar la gobernanza institucional y los mecanismos de transparencia.
Frente a los temas planteados, los dos países latinoamericanos que participan como socios podrían tener prioridades diferenciadas. Por un lado, Cuba, ante el regreso de Trump y su retórica hostil, aprovechará la cumbre para reforzar alianzas y denunciar las asimetrías persistentes del orden internacional, como ya lo hizo en el XI Foro Parlamentario del BRICS. Por su parte, Bolivia, con la participación del presidente Arce, parece más enfocado en diversificar sus vínculos internacionales.
Entre los países invitados, Colombia podría proyectar una agenda propositiva. El presidente Gustavo Petro ha insistido en temas como la transición energética, la reforma de la política de drogas y la “paz total”, lo que podrá permitir a Bogotá coincidir con las agendas del BRICS desde una perspectiva orientada a la transformación del modelo de desarrollo y al fortalecimiento del multilateralismo.
Uruguay, bajo el liderazgo de Orsi, ha adoptado un enfoque pragmático: su interés no radica en la adhesión inmediata al bloque, sino en “pasar a una fase diferente de diálogo con estos grandes países del sur”, según ha expresado el ministro de Exteriores, Mario Lubetkin.
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En tanto, Chile –que celebrará elecciones presidenciales en noviembre de 2025– llega a la cumbre en medio de un escenario interno marcado por visiones contrastantes. Jeannette Jara, exministra de Trabajo y actual candidata del partido gobernante, ha expresado su interés en que Chile se incorpore a los BRICS. En contraste, el líder opositor José Antonio Kast –y quien encabeza las encuestas– ha cuestionado la participación, advirtiendo que pone en serios riesgos el posicionamiento internacional de Chile. En este contexto, Boric enfrenta el desafío de participar activamente en la cumbre, pero sin dejar de presentarse como un actor comprometido con los principios democráticos y de respeto al derecho internacional.
Por su parte, México podría adoptar una postura cautelosa frente a temas como antiterrorismo y lucha contra la corrupción, no solo por sus compromisos con Estados Unidos, sino en un contexto en el que su política antidrogas muestra señales de reformulación.
Economía y finanzas: oportunidades para América Latina
Bajo liderazgo brasileño, la agenda económica del BRICS en Río busca traducir principios políticos en instrumentos concretos. Las prioridades incluyen la expansión del uso de monedas locales, el fortalecimiento de plataformas de pago propias y nuevas formas de financiamiento para la transición energética. Se suma a ello el impulso a la PartNIR, iniciativa que promueve la transformación digital, la fabricación inteligente, la integración de PyMEs en cadenas globales, la IA soberana y la bioindustria.
Entre los países socios latinoamericanos, Bolivia ve en el BRICS “una alternativa financiera para las economías emergentes”, según la ministra de Exteriores Celinda Sosa, por lo que podría aprovechar la cumbre para diversificar sus vínculos más allá de Sudamérica. Cuba, que enfrenta desde el 30 de junio nuevas sanciones impuestas por la administración Trump, encontraría en el BRICS una vía de compensación económica y financiera a través de esquemas de cooperación sur-sur.
Colombia podría usar el foro para reiterar –como ya lo hizo recientemente el presidente Petro– una crítica frontal al orden financiero internacional. Chile, sin duda, buscará priorizar la cooperación económica como vía para atraer inversión y diversificar sus mercados. México, sin alterar los fundamentos de su inserción en América del Norte, podría explorar fórmulas que complementen su actual arquitectura económica y comercial. El caso de Uruguay resulta especialmente relevante: aunque fue admitido como país miembro del Nuevo Banco de Desarrollo en 2021, aún no ejerce plenamente ese rol institucional. La cumbre podría ofrecerle un espacio propicio para dialogar con sus pares y avanzar hacia su incorporación plena.
Cooperación social y cultural: puente civilizacional entre América Latina y los BRICS
La presidencia brasileña ha reforzado el pilar “People-to-People” (P2P) como uno de los tres ejes centrales de cooperación en el BRICS, orientado a integrar los aportes de la sociedad civil en las deliberaciones del bloque. A través de foros académicos, juveniles, parlamentarios, municipales y empresariales –incluida la Alianza de Mujeres de Negocios– se busca consolidar una forma de gobernanza más inclusiva, participativa y representativa del Sur Global.
Para los países socios, este eje representa un canal estratégico de cooperación internacional. En palabras del presidente Arce, la lógica del BRICS impulsa “una visión totalmente diferente donde todos podamos sentirnos parte”. Cuba, por su parte, podría encontrar un canal para promover iniciativas sociales, potenciar el trabajo en entornos digitales y profundizar la cooperación educativa, prioridades destacadas por su ministra de Comunicaciones, Mayra Arevich Marín, en el marco de la participación de su país como socio del BRICS.
Respecto a los invitados de América Latina, el mecanismo “Outreach” abre espacios diferenciados. Chile, con intereses crecientes desde la academia en ciencia de datos y gobernanza digital, podría impulsar la cooperación tecnológica y en la lucha contra la desinformación. Uruguay puede activar redes locales, académicas y municipales que precedan su desarrollo institucional. Colombia, cuya presidencia pro tempore de la CELAC prioriza migración, biodiversidad, salud y transformación digital, podría canalizar esos temas en los foros P2P. México, pese a su participación limitada, dispone de un tejido académico y de gobiernos locales que podría contribuir estratégicamente en espacios civiles.
Un punto de inflexión para América Latina
La Cumbre de Río se perfila como un punto de inflexión: el BRICS ha ampliado su participación, pero su viabilidad funcional aún enfrenta tensiones derivadas de la expansión. No obstante, el bloque está dejando atrás su rol simbólico para posicionarse como una fuerza destacada en el escenario mundial.
Para América Latina, el dilema queda abierto: mantener una inserción periférica, reactiva y fragmentada, o vincularse de forma activa. Brasil ya ha abierto un canal institucional. Los demás países de la región deberán decidir hasta qué punto están dispuestos a integrarse –y en qué términos– a esta dinámica en transformación.