En cada imagen que emerge desde Gaza, se repite una escena desgarradora: niños reducidos a piel y hueso. Cuerpos frágiles y quebradizos que cuelgan inertes en los brazos de padres o médicos. Miradas secas, carentes de vitaminas, que observan un mundo que los deja atrás.
Miles de niños enfrentan una hambruna aguda en la devastada Gaza, donde Israel ha impedido durante casi cinco meses la entrada de alimentos y medicinas a los más de 2 millones de palestinos que, simultáneamente, sufren bombardeos incesantes desde el 7 de octubre de 2023.

Aunque este domingo Tel Aviv comenzó a lanzar ayuda humanitaria por aire sobre el enclave, y permitió la entrada de algunos camiones con alimentos, la ministra de Transporte reveló la verdadera intención de Israel con esta acción. “No me siento cómoda con llevar ayuda a Gaza, pero nos da legitimidad para continuar la guerra”, declaró.
Y una ayuda humanitaria a cuentagotas es insuficiente. No alcanza para enfrentar los niveles devastadores de hambruna a los que han sido sometidos los palestinos. La organización Oxfam advirtió este domingo que los lanzamientos aéreos de ayuda y la entrada limitada de camiones humanitarios no alcanzan para revertir el impacto del hambre prolongada en Gaza. Por eso pidió acceso humanitario inmediato y sin restricciones.
Por su parte, los expertos han advertido largamente que los efectos de la desnutrición prolongada en los niños son múltiples, graves, insidiosos e irreversibles.
“Dejan de jugar... ni siquiera tienen energía para eso”, afirmó Livia Tampellini, doctora del equipo de emergencias de Médicos Sin Fronteras, durante una entrevista con TRT World en junio pasado.

Tampellini explicó que el juego, incluso en medio de la enfermedad, es una expresión instintiva de vida en los niños. “El día que un niño deja de jugar es doloroso. No se necesita ser médico para sentir tristeza”.
La agencia de la ONU para la infancia estima que se anticipan “decenas de miles” de casos de desnutrición en el próximo año, mientras en Gaza la hambruna reina.
Anatomía de un niño desnutrido
La fisiología de un niño que sufre hambruna es distinta a la de un adulto. Mientras los adultos pueden recurrir a reservas, los niños destinan la mayor parte de su nutrición a crecer y desarrollar el cerebro. No tienen margen de resistencia.
“Hasta la poca energía que un niño tiene en condiciones normales ya ha desaparecido en el caso de los niños en Gaza”, afirmó Tampellini. “Hace mucho que no se alimentan adecuadamente.”
El impacto va más allá de la delgadez extrema. El hambre a este nivel detiene el crecimiento, debilita los huesos y altera la función inmunológica. A los signos clásicos —ojos hundidos, extremidades esqueléticas, vientres inflamados— se suma una profunda letargia.
Sobrevivir al hambre, advierte la doctora, es aún más difícil para los niños en el enclave, que llevan casi 22 meses atrapados bajo las bombas de la ofensiva israelí con severas carencias alimentarias.
El hambre crónica también provoca pérdida del apetito: los niños dejan incluso de tener ganas de comer. Su capacidad de atención y concentración disminuye cada día.
“Un cuerpo desnutrido es un cuerpo inmunosuprimido”, añadió. “Así que una simple diarrea o una infección leve pueden afectarlos gravemente y con mayor frecuencia. Un niño desnutrido permanece enfermo más tiempo”.
Un sistema de salud en ruinas
Para empeorar la situación, la infraestructura médica de Gaza está en ruinas. “Su capacidad para tratar la diarrea o la neumonía es mucho menor que antes”, agregó Tampellini.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), de las 74 muertes relacionadas con desnutrición registradas en 2025, 63 ocurrieron solo en julio, incluyendo a 24 niños menores de cinco años. La mayoría de estas personas fueron declaradas muertas al llegar a los centros de salud o fallecieron poco después, con evidentes signos de emaciación severa.
Asimismo, la OMS subraya que esta crisis es totalmente prevenible, pero el bloqueo impuesto por Israel y las demoras en la entrada de alimentos, medicinas y ayuda humanitaria han provocado un elevado número de muertes. Casi uno de cada cinco niños menores de cinco años en Gaza sufre desnutrición aguda, con tasas que se han triplicado o duplicado en diferentes zonas del enclave.
La salud mental en riesgo
Ahora bien, el hambre no solo debilita el cuerpo. También ataca la mente, especialmente la de un niño. Y sus secuelas psicológicas —silenciosas, invisibles, demoledoras— pueden acompañarlo toda la vida.
“La desnutrición extrema le da señales de peligro al cuerpo, y obliga al cerebro a entrar en modo supervivencia”, explicó Rabia Yavuz, psicóloga clínica de la Universidad Medipol de Estambul, en diálogo con TRT World. “En ese estado, funciones esenciales como la atención, el aprendizaje o el control emocional quedan relegadas”.
Un menor expuesto al hambre prolongada puede volverse apático, ansioso o hipervigilante. Le resulta imposible proyectarse hacia el futuro: su mente queda atrapada en una constante sensación de amenaza.
“El hambre no solo retuerce el estómago. También erosiona la estabilidad mental”, advirtió Yavuz.

Las consecuencias, añadió, pueden extenderse mucho más allá de la infancia. Muchos de los niños que logran sobrevivir a la desnutrición severa llegan a la adultez con dificultades para confiar, regular sus emociones o establecer vínculos sanos.
“El sistema nervioso aprende del entorno. Y cuando lo único que conoce es la escasez y el miedo, eso puede traducirse más tarde en ansiedad, depresión, baja autoestima o incluso enfermedades físicas”, concluyó.