Han pasado 11 años desde que el célebre escritor colombiano Gabriel García Márquez falleció en 2014. Su huella ha sido innegable en la cultura y la historia latinoamericana. “Cien años de soledad”, considerada una de las mejores novelas escritas en español, ha sido traducida a 64 idiomas y se ha convertido en una serie exitosa de Netflix, exponiendo al mundo la belleza de Colombia y Latinoamérica.
Es un hecho conocido que el escritor se vinculó con movimientos populares en América Latina, desde la Revolución cubana hasta el movimiento a favor de la paz en Colombia, pero poco se sabe sobre su apoyo, también irrenunciable, a la lucha del pueblo palestino. En 1982, cuando fue nominado al Premio Nobel de Literatura, García Márquez aprovechó la exposición para atacar la hipocresía detrás del ganador de otro premio: el primer ministro israelí Menachem Begin como Nobel de la Paz en 1978.
En un editorial en el periódico español El País, señaló que el galardón, que también se le entregó al entonces presidente egipcio Anwar al-Sadat, “le costó a Sadat el repudio inmediato de la comunidad árabe, y más tarde le costó la vida. A Beguin, en cambio, le ha permitido la ejecución metódica de un proyecto estratégico que aún no ha culminado”. Un proyecto que, según García Márquez, consistía en “cubrirse las espaldas para exterminar, primero, a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y establecer luego nuevos asentamientos israelíes en Samaria y Judea”. Un plan que en 2025, casi 50 años después, aún encarna la política expansionista y genocida del estado de Israel.
Según Gabo, tanto Beguin como su entonces ministro de defensa, y el futuro primer ministro israelí, Ariel Sharon, más que el Nobel de la Paz, merecían el “Nobel de la Muerte”, por su rol en el genocidio contra el pueblo palestino y las fallidas iniciativas para destruir su resistencia dentro de Palestina y en Líbano. En palabras de García Márquez, los actos de la ocupación sionista "nos permiten recordar las consignas de los nazis", en particular el exterminio de una raza entera.
Crítica a Israel y complicidad internacional
Gabo describió la invasión israelí al Líbano en 1982 como “la ampliación del espacio vital del estado de Israel y la solución final del problema palestino”. El ejército israelí invadió el país vecino con el objetivo de expulsar a la resistencia palestina, en una guerra de exterminio que buscaba borrar política y físicamente al pueblo palestino. En aquel artículo, criticó el silencio de la comunidad internacional ante la crisis y denunció la hipocresía en su reacción frente a otras crisis políticas de la época.
“Las tropas israelíes –que se consideran entre las más eficaces y las más preparadas del mundo– mataron en las primeras dos semanas a casi 30.000 civiles palestinos y libaneses, y convirtieron en escombros a media ciudad”, escribió García Márquez. En particular, criticó el rol de Beguin y de Israel al apoyar a las milicias falangistas que asesinaron a más de 3.000 refugiados palestinos indefensos, muchas mujeres y niños, durante la masacre de Sabra y Shatila en 1982. Al día de hoy, los autores no han sido llevados ante la justicia.
“Un festival de sangre”
Gabo entendió que el estado de Israel no representaba los intereses del pueblo judío, y que las acusaciones de antisemitismo podrían ser usadas para silenciar su voz diciendo: “Tengo muchos amigos, cuyas voces fuertes podrían escucharse en medio mundo, que hubieran querido y sin duda siguen queriendo expresar su indignación por este festival de sangre, pero algunos de ellos confiesan en voz baja que no se atreven por temor de ser señalados de antisemitas".
Pero respondió claramente que su voz, aún siendo un escritor solitario en esa lucha, seguía firme con el pueblo palestino. Y no le podían hacer temer con el “chantaje del antisemitismo” ni el chantaje del anticomunismo al que fue sujeto a través de sus carrera por apoyar la causa de la unidad y soberanía latinoamericana.
A pesar de las consecuencias, García Márquez no se autocensuró cuando hablaba de la hipocresía de la comunidad internacional frente al genocidio del pueblo palestino. Que mientras Europa tomaba acciones en contra de Argentina por tratar de recuperar las Malvinas de Inglaterra no hacía nada frente a la invasión de Israel en Líbano. Algo que parece familiar hoy en día cuando los gobiernos occidentales se preocupan por la situación en Ucrania pero quedan callados frente al exterminio del pueblo palestino en Gaza.
El legado de sionismo
Mientras algunos sectores de la sociedad israelí se rebelan por las acciones de su gobierno en Gaza, en rechazo de la ocupación y la conscripción forzada, es importante pensar en lo que Gabo tenía que decir sobre las protestas en contra de la guerra en 1982. El escritor enfatizó que aquella guerra era “muy lejos de ser la de su dios, que durante tantos y tantos siglos se había complacido con la convivencia de palestinos y judíos bajo el mismo cielo”. La guerra de 1982, tanto como la ofensiva de hoy, muestran cómo Israel y su liderazgo usan su religión para justificar atrocidades que ningún Dios justificará.
García Márquez nos recuerda que denunciar las injusticias es una tarea fundamental del intelectual, no importa dónde sucedan o las consecuencias de señalarlas. Gabo muestra que los lazos de solidaridad entre Palestina y Latinoamérica son parte de nuestra historia compartida, definida no solo por el saqueo y la colonización por parte de los países del Norte Global, sino por nuestra rica herencia cultural de resistencia y supervivencia ante la muerte. Quizás, en un día no tan lejano, los árabes que retrató Gabo en “Cien años de soledad”, quienes buscaron refugio en el pueblo mágico de Macondo, puedan regresar a una Palestina libre.