En una columna en The New York Times, Bret Stephens, analista político estadounidense y ganador del Pulitzer en 2013, afirma que Israel no comete un genocidio en Gaza. Para sostenerlo, despliega un argumento, como mínimo, alarmante. Si hubiese querido desatar un genocidio, advierte Stephens, lo hubiera hecho a una escala aún mayor. Capacidad para hacerlo, la tiene.
¿Acaso matar a más de 59.000 personas, según las cifras más conservadoras, y destruir a Gaza desde los cimientos no es suficiente para determinar un genocidio?
Cometer un acto de lesa humanidad fragante como ese, no es meramente cuestión de cifras. Un genocidio, de hecho, puede involucrar a una sóla víctima. Basta con quitar la vida de una única persona, si esta es, por ejemplo, la última sobreviviente de un grupo particular. Y si quien la mata tiene intención de erradicarlos de la faz de la tierra.
Esta es, según la ONU, la definición de genocidio, una cita que el propio Bret añade a su artículo. “(Un genocidio es) un crimen cometido con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, establece allí.
Enmarcar el genocidio en una cuestión numérica como plantea Stephens, es equivocado y engañoso. Las cifras no demuestran un genocidio, lo demuestra la intención. Este, sin ir más lejos, es el argumento de la Corte Internacional de Justicia para abordar el caso contra Israel. La Corte se centrará en probar si Tel Aviv tuvo o no intención de erradicar a los palestinos mientras llevaba adelante sus múltiples crímenes y atrocidades.
Demostrarlo a simple vista parece tarea fácil, pues políticos, ejército y parte de la sociedad civil israelí han dejado clara esa intención a la vista del mundo.
No hace falta irse muy lejos en el tiempo. Basta con rastrear los recientes sucesos del 26 de mayo de 2025, cuando los israelíes celebraron el “Día de la Bandera de Jerusalén”. En esa ocasión, Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas de Israel, afirmó: “Estamos bendecidos con la oportunidad de borrar la semilla de Amalek”. Es decir, la posibilidad de eliminar a los palestinos. O los dichos del propio primer ministro, Benjamin Netanyahu quien afirmó que se trataba de una guerra contra “monstruos”, del “bien contra el mal”, y que “los aniquilarían”.
Por si la intención no quedaba del todo clara, mientras Netanyahu expresaba la guerra “contra el mal” en una reunión gubernamental en Jerusalén Este Ocupada, puertas afuera, colonos y soldados coreaban: “Que Palestina sea borrada”, y poco más allá, en la Ciudad Vieja un grupo de niñas paseaba cantando “Que arda tu aldea”.
¿No es esto suficiente para demostrar “la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, tal como establece la definición de genocidio de la ONU citada por Stephens?
Incluso, la propia definición que él mismo utiliza especifica que no es necesario que la destrucción sea total. Y una destrucción parcial bastaría para considerarse genocidio.
Por lo tanto, matar a más de 59.000 personas, 17.000 de ellos niños, es una parte considerable del total de los dos millones de gazatíes. Sin embargo, es probable que esa cifra sea mucho mayor, tal como demostró el informe de The Lancet publicado en julio de 2024, donde concluía que más de 180.000 muertes podrían atribuirse a la ofensiva de Israel contra Gaza.
Esto, desde luego, si sólo tenemos en cuenta las masacres desde el 7 de octubre de 2023 y en Gaza, pero pueden hacerse cálculos similares sobre Cisjordania ocupada, que el parlamento israelí votó recientemente para anexar y donde Israel ha matado a más de mil personas desde la misma fecha.
Si retrocedemos más en el tiempo, podemos llegar a 1947, año de la Nakba, y encontrar miles de palestinos asesinados, cientos de aldeas quemadas y más de 700.000 personas que huyeron de sus hogares para no volver jamás.
Desde entonces abundan las declaraciones con la “intención” de erradicar a los árabes, y específicamente a los palestinos, de la tierra que los israelíes consideran suya. “Muerte a los árabes” es solo uno de los muchos lemas que los israelíes gritan, dentro y fuera de Israel, con total impunidad.
La “intención” que Stephens ignora tan deliberadamente en su artículo para The New York Times, queda demostrada en declaraciones registradas en audio, texto y video, recopiladas en varias bases de datos creadas para ese fin. Desde Law for Palestine y Al-Haq, hasta TikTok Genocide, una recopilación exhaustiva de la mayoría de las declaraciones públicas con intención “genocida” desde el 7 de octubre de 2023.
Si alguien tiene dudas sobre la intención israelí de cometer genocidio, según la definición de la ONU citada por el propio Bret, lo animo a pasar cinco minutos en cualquiera de estos sitios, el tiempo que le toma a una flotilla de drones israelíes en arrasar una aldea en Gaza.
Si después de eso, aún tiene dudas, lamento extenderle el mismo diagnóstico que le cae a Bret Stephens y los propios editores de The New York Times: aversión a la verdad.