El Volcán de Fuego, ubicado en el centro de Guatemala y considerado el más activo de toda Centroamérica, entró nuevamente en erupción este jueves. Las autoridades ordenaron la evacuación por precaución de cientos de personas que viven en zonas cercanas al volcán.
En las últimas horas, el volcán ha expulsado columnas densas de humo y ceniza, además de arrojar material incandescente. Esta es la segunda en el año que entra en erupción; la anterior ocurrió en febrero, cuando también se registró una actividad intensa.
Según informes oficiales del jueves, los flujos piroclásticos —mezclas de gases, ceniza y rocas a alta temperatura que descienden por las laderas del volcán— se mantienen entre débiles y moderados, aunque existe la posibilidad de que su intensidad aumente. También se ha registrado caída de ceniza en varias áreas cercanas.
En este contexto, las autoridades confirmaron que al menos 800 personas fueron evacuadas. El Ministerio de Educación anunció la suspensión de clases en 43 centros educativos para este viernes, y permanece cerrada una carretera que bordea el volcán y conecta el sur del país con Antigua, ciudad colonial considerada uno de los principales atractivos turísticos de Guatemala y declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1979.
Las autoridades también elevaron la alerta institucional de verde a naranja como medida preventiva.
¿Por qué es tan peligroso el Volcán de Fuego?
El Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología (Insivumeh) advirtió que, aunque el comportamiento actual del volcán es moderado, las corrientes de flujo piroclástico pueden ser altamente peligrosas. Este tipo de flujo, compuesto por gases, cenizas y fragmentos de roca ardiente, desciende a gran velocidad por los flancos del volcán y puede causar daños graves a la salud e incluso la muerte si alcanza zonas habitadas.
Sin embargo, la razón por la que el Volcán de Fuego es considerado especialmente peligroso se remonta a la tragedia de 2018, una de las más graves en la historia reciente del país.
El 3 de junio de ese año, una erupción violenta hizo desaparecer varias comunidades asentadas en las faldas del volcán. La actividad comenzó por la mañana y, aunque los habitantes ya estaban acostumbrados a escuchar retumbos y ver columnas de humo, aquella vez la intensidad aumentó rápidamente. Una enorme nube de ceniza y flujo piroclástico descendió desde el cráter y envolvió todo a su paso. La tragedia dejó 215 muertos, aunque familias de la zona aseguran que muchas víctimas quedaron sepultadas sin registro.
Esta tragedia dejó una huella profunda en las comunidades y ha marcado la manera en que reaccionan ante nuevas erupciones.
Evacuar por precaución
Por estos antecedentes, muchos habitantes cercanos al volcán optan por evacuar de manera preventiva cada vez que se intensifica su actividad.
Wilver Guerra, un joven de 28 años, relató a la agencia de noticias AP que se trasladó con su familia a uno de los albergues habilitados en Chimaltenango. Proveniente del caserío El Porvenir, explicó que la evacuación comenzó a las 10 de la mañana:
“Al principio todo normal, solo se veía fuego en la mañana. Cuando subió un poco la actividad del volcán, mejor decidimos salir. Es mejor evacuar a tiempo”, dijo.
"Preferimos salir que lamentar después la pérdida de vidas en la aldea", contó a la agencia AFP Celsa Pérez, de 25 años, quien fue evacuada junto a su familia desde la comunidad de Morelia hacia un albergue en el municipio de Santa Lucía Cotzumalguapa, en el departamento de Escuintla. Explicó que los líderes comunitarios tocaron una campana para dar la señal de evacuación: "No lo pensamos ni una ni dos veces".