Durante décadas, los dirigentes de la Unión Europea (UE) eligieron ser vasallos acomodaticios de Estados Unidos, aceptando que este país marcara su rumbo estratégico.
Para Europa, las consecuencias fueron tan claras como demoledoras. Ha perdido todo rastro de autonomía e influencia en las relaciones internacionales y, en el plano económico, ha aumentado su dependencia energética, la desindustrialización y el endeudamiento, provocando un debilitamiento progresivo de los motores de su crecimiento económico (principalmente la economía alemana).
No es extraño que Europa sea quien en mayor medida ha pagado los platos rotos por la guerra en Ucrania, en forma de costos directos o por sanciones que le han causado más daño que a la propia Rusia y de las que, sobre todo, se ha beneficiado Estados Unidos. La pregunta que hay que plantear y responder es cómo y por qué se ha llegado a ello.
El impacto en Europa del cambio estratégico de EE.UU.
Desfigurada y desinflada por el impacto de décadas de políticas neoliberales, Europa no aspiró a más, y sus grandes centros de poder se conformaron con recoger las migajas que el poder imperial estadounidense dejaba caer a su alrededor.
Ahora, la nueva administración de Donald Trump ha cambiado de planes y los dirigentes de la Unión Europea parecen conmocionados.
Estados Unidos dio un giro radical para concentrarse en sí misma, renunciando al tipo de liderazgo que ha mantenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahora, se basará en la amenaza y la coacción para establecer una nueva relación de tipo comercial con los países sometidos, bien porque se ofrezcan para ello o porque no tengan más remedio.
Trump y sus aliados están dispuestos a gobernar su país y el mundo como lo que son: un potentado gestor inmobiliario, y los millonarios que lo acompañan, rentistas acostumbrados a ganar dinero gracias a su situación de privilegio.
Lo cierto es que el cambio de administración al otro lado del Atlántico pone a Europa patas arriba y la deja desnuda ante el espejo. Trump pretende pasarles la cuenta y, para ello, comienza por cerrar el paraguas con el que los europeos se han sentido protegidos en las últimas décadas. Su jugada, en contra de lo que pueda parecer, es inteligente y beneficiosa pero solo a corto plazo, pues puede terminar siendo letal para Estados Unidos al alimentar coaliciones que busquen protegerse de su voracidad en todo el planeta.
Detener la guerra entre Ucrania y Rusia, incluso con concesiones a Moscú y humillando al presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, le permitiría conseguir cuatro objetivos al mismo tiempo: replegarse en un frente para concentrarse en su propio interés; dedicarse con mayor intensidad y en mejores condiciones al enfrentamiento con China; obligar a Europa a hacerse cargo de todos los costes que implicará tener, a partir de ahora, un frente abierto directamente con Rusia y, por último, tras el alto el fuego, obtener cuantiosas rentas económicas, en forma de negocios y suministros de todo tipo.
La débil respuesta de los dirigentes europeos
Ante este nuevo escenario, la respuesta de la Unión Europea es la de un boxeador al borde del knock out: dar golpes al aire sin ton ni son. Sus dirigentes sólo saben decir que, para construir una auténtica defensa europea que garantice su seguridad, hace falta multiplicar el gasto militar.
Esa opción, sin embargo, es una quimera. Pretender que Europa afronte el nuevo escenario económico, político y militar internacional simplemente gastando más dinero en armas y ejércitos no garantizará su defensa ni aumentará su poder, influencia o seguridad. Las razones son sencillas y las ha mostrado muchas veces la historia.
En primer lugar, más gasto militar en detrimento del productivo provocará un menor rendimiento económico, menos empleo, más deuda, divergencias de todo tipo y empobrecimiento: el extremo opuesto de lo que se precisa en el mundo actual para estar seguros. Para lograrlo, Europa necesita una economía fuerte, diferente a la construida tras décadas de políticas neoliberales.
En segundo lugar, es imposible que exista una potencia militar con suficiente capacidad de disuasión y defensa efectiva si no hay detrás un sentimiento nacional, de pertenencia, cohesión y voluntad de conformar una sola fuerza tras la bandera.
En Europa, sencillamente, eso no existe. Los principios que han guiado su construcción y las políticas aplicadas han producido desigualdad, distancia, desafecto y lejanía de la ciudadanía, entre sí, entre sus pueblos y sus gobernantes.
Lo que puede empoderar a Europa no es renunciar aún más a la seguridad económica y al bienestar de su ciudadanía para gastar más dinero en ejércitos sino, por el contrario, centrarse en mejorar las condiciones de vida y poner en marcha políticas de integración e interés colectivo.
En tercer lugar, porque la fortaleza militar sólo puede lograrse cuando las economías disponen del conocimiento, los recursos naturales y la industria necesarios para poner en marcha los ejércitos. Lo que tampoco ocurre en Europa, tras haber apostado durante tantos años por la dependencia y la sumisión.
Incluso en términos puramente cuantitativos, el esfuerzo financiero que tendría que hacer la Unión Europa para comenzar a acercarse a sus competidores es tan enorme que se puede considerar inalcanzable. A pesar de haberse incrementado un 30% de 2021 a 2024, hasta alcanzar los 326.000 millones de euros, el presupuesto militar europeo es insuficiente si se quisiera construir un bastión militar con capacidad para enfrentar una amenaza bélica de envergadura.
Por último, hay algo que los dirigentes europeos olvidan cuando afirman apostar por la autonomía estratégica en materia de defensa. Durante décadas, Europa cedió su seguridad y protección a Estados Unidos y ahora es materialmente imposible, en el corto o mediano plazo, revertir esa situación. Según los últimos datos disponibles, en los países de la Unión Europea hay 38 bases militares estadounidenses, con 65.754 soldados activos, y diferentes naciones albergan más de 100 ojivas nucleares. ¿Cómo pueden decir que apuestan por la autonomía en la defensa de Europa, cuando aceptan que haya en Washington un botón con el que se la puede destruir varias veces?
La mejor forma de proporcionar seguridad a Europa no es incorporarse a la carrera armamentista, sino concebir una apuesta diferente.
Apostar por la paz y la solución negociada de los conflictos internacionales
Los dirigentes europeos deberían hacer un examen de conciencia sincero y transparente. Los verdaderos enemigos de Europa no han sido ni son Rusia ni otras potencias extranjeras, sino sus propias élites.
Durante años, estas élites han aplicado políticas neoliberales que deterioraron sus instituciones, debilitaron el sentir europeo y alentaron la polarización y el populismo de extrema derecha. Esas son las verdaderas fuentes de su inseguridad
Europa debe apostar por la paz, y convertirse en una referencia internacional del diálogo multilateral y los consensos. Debe invertir en educación, investigación, innovación, infraestructuras y sostenibilidad, y liderar a nivel global una transición hacia una economía circular y eficiente, humana y solidaria.
Apostar por la guerra es hacerlo por el fracaso y por el fin de la Europa de los pueblos, la democracia y la concordia. Es dar alas a la violencia y la destrucción. Justo lo que buscan Trump y su cohorte élite.