GENOCIDIO EN GAZA
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Ataques israelíes en Irán: ¿una maniobra calculada de Netanyahu para desviar la atención de Gaza?
La reciente escalada militar entre Israel e Irán responde al patrón del primer ministro israelí de lanzar una gran ofensiva cada vez que enfrenta presión internacional por la guerra en Gaza.
Ataques israelíes en Irán: ¿una maniobra calculada de Netanyahu para desviar la atención de Gaza?
Personas participan en una protesta contra el gobierno de Netanyahu en Tel Aviv, exigiendo el fin de la guerra en Gaza. (Foto/Ohad Zwigenberg) / AP
hace 14 horas

El 13 de junio, Israel lanzó un ataque militar a gran escala en lo profundo del territorio iraní, atacando lo que afirmó eran objetivos nucleares y militares. Declaraciones oficiales israelíes enmarcaron la operación como una medida preventiva necesaria para frenar las ambiciones nucleares de Irán.

Pero el panorama más amplio, especialmente el momento y las consecuencias inmediatas, sugiere que podría haber otro objetivo en juego: un esfuerzo deliberado por desviar la atención mundial de la creciente crisis humanitaria en Gaza.

Esto no es una especulación sin base, sino que está fundamentado en el contexto regional, las tendencias diplomáticas y el propio manual estratégico de Israel.

A medida que aumenta la presión global por la guerra de Israel en Gaza, que ya entra en su decimoctavo mes, este ataque contra Irán parece menos una respuesta a una amenaza inminente y más una maniobra de distracción para reconfigurar las narrativas globales.

La guerra en Gaza ha arrastrado a Israel a una de las crisis de legitimidad más graves de su historia moderna.

El impacto de la guerra sobre los civiles palestinos se ha vuelto imposible de ignorar. Se han bombardeado hospitales. Se ha bloqueado la ayuda. Barrios enteros han sido arrasados.

Organismos legales internacionales, la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional, han tomado medidas sin precedentes. Líderes israelíes enfrentan posibles órdenes de arresto.

Mientras tanto, protestas pro-palestinas han estallado en campus universitarios, plazas públicas y escenarios diplomáticos en todo el mundo.

Precisamente en este clima de creciente aislamiento global ocurrió el ataque del 13 de junio.

De forma clave, el momento coincidió con la sexta ronda de conversaciones nucleares entre Irán y Estados Unidos, auspiciadas por Omán.

Estas conversaciones, de ser exitosas, podrían haber conducido a una reducción de las tensiones regionales y a una reactivación del marco del acuerdo nuclear de 2015.

Para Israel, esta apertura diplomática representaba una amenaza: la posibilidad de que Irán recuperara cierto nivel de normalización con potencias occidentales, principalmente EE.UU., justo cuando Tel Aviv enfrenta crecientes condenas, incluso de países tradicionalmente aliados como Canadá, Francia, Reino Unido, entre otros.

Al escalar militarmente en ese momento preciso, Israel no solo interrumpió esos canales diplomáticos, sino que también aseguró que los titulares, hasta entonces dominados por la tragedia en Rafah o Deir al-Balah, se enfocaran ahora en el riesgo de una guerra con Irán.

La mirada del mundo se desvió de la crisis en Gaza hacia una renovada confrontación entre Israel e Irán. Este cambio no fue accidental, fue instrumental.

De repente, los medios internacionales comenzaron a presentar a Israel nuevamente como un Estado bajo amenaza existencial, enfrentándose a una potencia regional hostil con aspiraciones nucleares.

Esta es una narrativa que los funcionarios israelíes han cultivado durante años, y sirve a un propósito evidente: permite a Israel recuperar legitimidad moral y estratégica, especialmente en Occidente, al reafirmarse como un baluarte contra la llamada agresión iraní.

Motivos internos

Para el primer ministro Benjamin Netanyahu, el ataque también ofrecía beneficios internos claros.

Su gobierno ha enfrentado creciente descontento, especialmente de las familias de rehenes que siguen en Gaza, así como de reservistas y sectores del estamento de seguridad israelí.

Netanyahu, que lidera el gobierno más derechista en la historia de Israel, apenas escapó de un intento de la oposición por disolver la Kneset.

En medio de acusaciones de extralimitación militar y fracaso diplomático, un ataque de alto perfil contra Irán le permitió proyectar fuerza y claridad estratégica, reorientando el discurso nacional en torno a la seguridad en lugar de la rendición de cuentas.

La tensión entre Israel e Irán no es nueva. Israel ha considerado durante mucho tiempo las capacidades nucleares y misilísticas de Irán como una amenaza directa y existencial.

Ha tomado repetidamente medidas encubiertas y abiertas para sabotear la infraestructura nuclear iraní, incluyendo el asesinato de numerosos científicos nucleares en suelo iraní.

Pero esas acciones han sido históricamente calibradas y limitadas. El último ataque, sin embargo, fue de una escala masiva, comparable al gran ataque que lanzó Saddam Hussein en 1980, el cual desencadenó una guerra de ocho años que dejó cerca de un millón de muertos.

El ataque también ocurrió en un momento político profundamente significativo.

Sin pruebas contundentes de una ruptura inminente del programa nuclear iraní, la Junta de Gobernadores del OIEA solo afirma que podría haber sido un programa militar que terminó en 2003, la justificación para una escalada tan dramática resulta, al menos, cuestionable.

Lo que no se discute es que el momento sirvió más a las necesidades políticas de Israel que a sus necesidades de seguridad inmediatas.

Reenfocó la narrativa israelí. Sembró división entre actores internacionales. Y le dio a Tel Aviv tiempo y margen político justo cuando la indignación global por Gaza alcanzaba su punto máximo.

La idea de usar acción militar para cambiar el discurso público o escapar a la presión diplomática no es nueva. Israel ha empleado esta táctica antes.

El bombardeo del reactor Osirak en Irak en 1981, el ataque de 2007 en Siria y los asesinatos selectivos de científicos iraníes en la última década reflejan una lógica similar: acción como mensaje.

Esta vez, sin embargo, el mensaje no era solo para Teherán, era para Washington, Bruselas y más allá: “Pongan su atención en nosotros como defensores, no como agresores.”

El precio de la guerra

Pero estas tácticas tienen un costo alto. Teherán ha prometido represalias, y la región ahora corre el riesgo de caer en una confrontación más amplia que involucre a actores estatales y no estatales, e incluso a intereses estadounidenses en el Golfo, como lo demostró la retirada repentina de personal no esencial de misiones diplomáticas estadounidenses en el extranjero.

Las consecuencias diplomáticas podrían ser severas.

Mientras tanto, Gaza sigue sangrando, y la distracción, aunque temporalmente efectiva, no borra la memoria de la comunidad internacional sobre lo que allí ha ocurrido.

Es importante destacar que el Sur Global no está comprando tan fácilmente este cambio narrativo.

Muchos países en América Latina, África y Asia, y últimamente también algunos países occidentales, han condenado abiertamente las acciones de Israel en Gaza y cuestionan cada vez más los motivos detrás del ataque a Irán.

Crece la conciencia de que la escalada militar se está utilizando no solo como disuasión, sino como distracción.

A corto plazo, Israel puede lograr restablecer la narrativa. Pero a largo plazo, estas tácticas amenazan con profundizar su aislamiento y afianzar la percepción de cinismo en su comportamiento estratégico.

Un serio reconocimiento de la crisis humanitaria en Gaza, un compromiso genuino con propuestas de alto el fuego y el fin de operaciones punitivas contra civiles harían más por restaurar la posición internacional de Israel que cualquier ataque con misiles.

La pregunta ahora es si la comunidad internacional permitirá distraerse.

O si mantendrá el enfoque donde corresponde: en poner fin a la guerra en Gaza, exigir rendición de cuentas por los crímenes de guerra cometidos en estos dieciocho meses y confrontar de una vez las raíces políticas de este conflicto persistente.


FUENTE:TRT Español y agencias
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