Desplazada y desnutrida durante su embarazo, una madre de 32 años luchó por alimentar a su hija recién nacida en medio de una catástrofe humanitaria. Yara, nacida en el corazón del genocidio, se convirtió en una de sus víctimas más pequeñas. Tenía solo nueve meses cuando murió de desnutrición el 25 de julio en el Hospital Nasser, en Jan Yunis. TRT World documentaba su caso cuando la pequeña perdió la vida.
Yara forma parte de los al menos 71 niños y bebés que han muerto por desnutrición en Gaza desde octubre de 2023, según el Ministerio de Salud. Una cifra que trabajadores humanitarios advierten podría ser mucho mayor realmente.
“Yara nació en la guerra y murió en la guerra”, cuenta su madre, que prefiere no dar su nombre, a TRT World. “No murió por una bomba. Murió de hambre”.
La salud de Yara, la más pequeña de cuatro hermanos, se deterioró durante semanas. Su madre, gravemente desnutrida, no podía amamantarla y tampoco tenía medios para comprar leche para bebés. Explica que, si llegaba a conseguirla, podía costar hasta 150 dólares, frente a los 15 que valía antes de la brutal ofensiva israelí. La poca comida que lograban encontrar se destinaba a sus otros tres hijos. “Yara no comía porque yo no tenía nada en el estómago”, dice.
Ni siquiera en el hospital había un tratamiento adecuado disponible. “Le diagnosticaron desnutrición avanzada. No tenía ninguna oportunidad. Yo seguía esperando un milagro, pero el destino y la muerte llegaron rápido”.
Hambruna premeditada
El hambre ya no es una sombra confinada a rincones aislados de Gaza: se ha instalado en cada calle, en cada hogar, en cada cuerpo. Así lo denuncia el gobierno local, que advierte que la desnutrición afecta ya a la totalidad de la población, incluidos 1,1 millones de niños.
El domingo, las autoridades informaron que en las últimas 24 horas solo habían entrado 73 camiones de ayuda humanitaria, una cifra irrisoria frente a las promesas internacionales de enviar cientos. Parte de esa ayuda, aseguran, es saqueada, otra parte se retrasa o queda paralizada bajo el control y la vigilancia de las fuerzas israelíes.
Desde la Oficina de Prensa de Gaza, las acusaciones son claras: Israel está fabricando deliberadamente el caos y el hambre. “La hambruna se expande a un ritmo alarmante. Afecta ya a toda la población de Gaza, incluidos más de un millón de niños”, advierte un comunicado.
“Israel está diseñando el hambre como una estrategia de guerra, obstruyendo la entrada de ayuda para colapsar la sociedad desde dentro”.
La condena internacional ha sido ruidosa, pero ineficaz. Naciones Unidas, el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros organismos han expresado su preocupación, pero la ayuda sigue llegando de forma esporádica, inconsistente y, en ocasiones, letal.
El sistema alimentario de Gaza está devastado. La asistencia que entra a cuentagotas, gestionada por la polémica Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés) y respaldada por Israel y Estados Unidos, no cubre ni las necesidades mínimas.
En el Hospital Mártires de Al-Aqsa, en Deir Al-Balah, la pequeña Nourhan Ayad, de apenas cinco meses, apenas logra abrir los ojos. Ya ni siquiera puede llorar.
“No tiene fuerzas para hacerlo”, dice su madre, Mona Abu Maarouf, de 27 años. “Se me secó la leche. Vive a base de suero. Me siento junto a ella, impotente. Ya no tengo nada que darle”.
Su esposo, como miles, pasa los días haciendo fila para recibir algo de comida.
El 21 de julio, la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas denunció que al menos 1.054 personas han sido asesinadas en Gaza intentando acceder a alimentos. De ellas, 766 fallecieron cerca de puntos de distribución de la GHF y 288 junto a convoyes de la ONU. La distribución de ayuda se ha convertido en un acto de alto riesgo. La Agencia de la ONU para los Refugiados Palestino (UNRWA) ya habla de centros convertidos en “trampas mortales sádicas”.
Abu Maarouf explica que toda la comida que logra conseguir su esposo va para su hijo mayor, de cinco años. “Nosotros no comemos. Pero a mi bebé… temo perderla”, susurra, con la mirada hinchada de cansancio.
Los ancianos tampoco resisten. Hamed Hassan, un paciente cardíaco de más de 70 años, cayó recientemente en coma por desnutrición severa. Obligado a reducir a la mitad sus comidas, que ya de por sí eran mínimas, Hassan sobrevivía a base de puñados de arroz o lentejas, cuando había. El que alguna vez fue agricultor en el norte de Gaza hasta hace poco, ahora comparte un pequeño piso en Deir Al-Balah con su esposa, su hija y sus dos nietas.
Su esposa, Suad Hassan, vendió sus joyas para comprar un poco de harina. “Su medicación para el corazón requiere comida. Pero en vez de comida, vive conectado a suero. Esto no es vida. Es la antesala de la muerte”.
“Esto es una muerte anunciada”
Según el doctor Bassam Zakout, director de Gaza Medical Relief, al menos 84 niños y 32 adultos hospitalizados presentan cuadros de desnutrición extrema y potencialmente letal.
“Las madres no pueden amamantar. Los hospitales no tienen leche para bebés ni suplementos alimenticios”, explica a TRT World. “La situación es tan crítica que ya se habla de una crisis de ‘quinto grado’, en la que la muerte es inevitable”.
El viernes, el secretario general de la ONU, António Guterres, alzó la voz en la asamblea global de Amnistía Internacional, condenando el bloqueo israelí y la pasividad de la comunidad internacional.
“Estamos ante una crisis moral que desafía la conciencia global”, declaró. “No puedo explicar este nivel de indiferencia... esta falta de compasión, de humanidad. Los niños aquí dicen que quieren ir al cielo, porque allí, al menos, hay comida”.
Otras de las historias más desgarradoras es la de Angham Mehanna, madre de cuatro hijos, cuyo esposo, Mohammed Mehanna, de 34 años, murió intentando traer harina desde el cruce de Zikim, en el norte de Gaza.
“Me dijo: ‘No tenemos comida, tengo que ir’”, recuerda Angham.
Prometió volver con harina para sus hijos. Pero lo que regresó fue su cuerpo destrozado por un proyectil de tanque israelí. “No volvió con comida. Volvió en pedazos”.
El colapso del sector alimentario es el resultado directo de una negación deliberada del acceso a la ayuda, aseguran los expertos. Los campos han sido arrasados, las panaderías bombardeadas, los convoyes atacados o retrasados.
Samer El-Gharabawy, padre de cinco hijos desplazado en Deir Al-Balah, lo resume así: “Israel sigue bloqueando la ayuda, y las potencias no presionan lo suficiente para abrir corredores humanitarios. Mientras los gobiernos sueltan declaraciones de preocupación, la realidad aquí empeora”.
“No vivimos. Morimos a plazos”, añade.
Más de 1,5 millones de personas sufren inseguridad alimentaria aguda. Bebés y ancianos mueren por hambre en los hospitales, reducidos a piel y huesos.
El doctor Khalil Al-Daqran, portavoz del Hospital Mártires de Al-Aqsa, describe lo que ve a diario: “Nos llegan niños que pesan la mitad de lo que deberían. Se les marcan los huesos. No hay leche. No hay suplementos. Es una catástrofe. Una muerte lenta”.
Sobrevivir es resistir
En este paisaje de ruina, madres como Suhad El Helw, viuda de Beit Hanoun, cargan con el peso diario de alimentar a sus hijos.
Llevó a su hija de 11 años a un centro de distribución exclusivo para mujeres. “Fue un caos total”, relata a TRT World. “Una mujer murió aplastada. Agarré a mi hija y salimos corriendo”.
Volvió a casa con las manos vacías y el alma rota. “Solo quiero que mis hijos coman. Aunque sea pan duro. No quiero ver cómo me miran suplicando comida”.
En una cocina improvisada en Deir Al-Balah, los voluntarios no dan abasto. “Cocinamos lentejas, pero nunca es suficiente. La gente se muere delante de nosotros y no podemos hacer nada”.
En medio de la desesperanza, hay quienes hierven hierbas silvestres o sobreviven con unos pocos granos de arroz cada dos días. Las mujeres pierden embarazos por falta de vitaminas. Los niños muestran los huesos bajo la piel. Los ancianos se desvanecen por derrames provocados por el hambre.
Y mientras tanto, Gaza espera: una ayuda que no entra, una condena internacional que se disuelve y un alto al fuego que nunca llega.
Como dice Suhad, sin rodeos: “Nos están matando de hambre. No es un error. Es intencionado”.
Este reportaje ha sido publicado en colaboración con Egab.