Cuando Turkish Airlines lanzó su nueva ruta directa entre Estambul y Santiago en diciembre de 2024, no fue simplemente una expansión más de su red global. Fue un mensaje claro: la presencia de Türkiye en América Latina ha dejado de ser un discreto esfuerzo diplomático para convertirse en una apuesta estratégica de largo aliento que abarca comercio, tecnología y poder blando cultural.
Durante décadas, América Latina ocupó un lugar secundario en la política exterior de Ankara. Hoy, esa realidad ha cambiado drásticamente. En apenas veinte años, Türkiye ha pasado de ser un actor marginal a consolidarse como un socio con peso creciente en la región.
Las cifras respaldan este giro. El número de embajadas turcas en América Latina se ha triplicado—de seis a 19—con la más reciente apertura este mes en Nicaragua. El comercio bilateral, que apenas alcanzaba los mil millones de dólares a principios de los 2000, ha escalado hasta los 18 mil millones en la actualidad.
Pero más allá de los números, este cambio refleja una reconfiguración del tablero geopolítico. Cada vez más, los países latinoamericanos están diversificando sus alianzas, alejándose de sus socios tradicionales de Estados Unidos y Europa. La era en la que Estados Unidos dictaba casi en solitario las reglas del juego en la región parece estar cediendo paso a un escenario más multipolar.
Si bien Washington ha dominado históricamente la política exterior en América Latina, hoy en día, países como Brasil, Argentina y México miran cada vez más hacia el este. Motivados por el deseo de reducir su dependencia de Estados Unidos, especialmente tras la introducción de aranceles comerciales por parte de la administración Trump, muchos países latinoamericanos buscan alianzas alternativas. La política exterior estadounidense ha ignorado durante mucho tiempo las prioridades latinoamericanas, lo que ha abierto el camino para la intervención de nuevos actores.
En ese contexto, Türkiye ha encontrado terreno fértil. Con una política exterior activa, presencia diplomática creciente y un enfoque que combina inversiones estratégicas con intercambios culturales y cooperación tecnológica, Ankara se está consolidando como un puente de conexión entre continentes y como un socio atractivo para una región en plena redefinición de sus alianzas.
Con 33 países, un PIB combinado de aproximadamente 5,5 billones de dólares y una población que supera los 700 millones de personas, América Latina representa un mercado dinámico y en expansión. Para Türkiye, es una oportunidad estratégica: una región que no solo satisface su demanda de materias primas, sino que también puede beneficiarse de sus exportaciones de tecnología industrial.
Con un mercado interno de 80 millones de habitantes, Türkiye se posiciona como una puerta de entrada clave a una región más amplia que abarca Europa, Medio Oriente, el norte de África y Asia Central—un bloque económico valorado en unos 28 billones de dólares. Esto convierte a Türkiye no solo en un socio comercial, sino en un nodo logístico y comercial que facilita el acceso a mercados mucho más grandes para exportadores e inversionistas latinoamericanos.
De los otomanos a los polos de inversión
La relación entre Türkiye y América Latina no es reciente. Se remonta a finales del siglo XIX, cuando oleadas de migrantes otomanos—conocidos localmente como Turcos—se establecieron en distintos países de la región, dejando una huella visible en los negocios, la cultura y la sociedad. Esos lazos históricos han sentado las bases de las relaciones económicas actuales.
Durante buena parte del siglo XX, los vínculos diplomáticos y comerciales fueron escasos, condicionados en gran medida por la hegemonía de Estados Unidos y Europa en América Latina. Sin embargo, en los últimos 15 años, Türkiye ha redoblado su apuesta por la región, reconociéndola como un socio clave para el desarrollo conjunto en comercio, tecnología e infraestructura. ¿El resultado? Un impresionante crecimiento del comercio bilateral del 1.700% desde principios de los años 2000.
Este crecimiento no solo refleja una intensificación de los lazos económicos, sino también el enorme potencial de una colaboración aún más estrecha en los próximos años, a medida que las inversiones turcas continúan expandiéndose en la región.
El caso de la aviación es revelador. Turkish Airlines conecta actualmente Estambul con nueve grandes ciudades latinoamericanas, incluyendo Buenos Aires, São Paulo, La Habana y Ciudad de México. Su más reciente incorporación, una ruta directa a Santiago de Chile, consolida una alianza comercial activa desde 2009, facilitando el intercambio comercial y estrechando aún más los vínculos entre ambas naciones.
Luego está el sector defensa. El gigante turco ASELSAN, especializado en tecnología militar, abrió una oficina en Chile tras generar 230 millones de dólares en ingresos regionales el año pasado. Esta decisión se alinea con el proceso de modernización naval chileno, demostrando que esto va más allá de una relación transaccional: es una alianza construida sobre metas compartidas.
Argentina también ha puesto en marcha una ambiciosa colaboración con Türkiye. Ambos países están desarrollando conjuntamente GSATCOM, un satélite geoestacionario de última generación fruto de una asociación entre Turkish Aerospace Industries (TAI) y la empresa argentina INVAP. Se trata de una apuesta con ambiciones globales, pero que nació del entendimiento y la confianza entre dos innovadores emergentes.
También destacan conglomerados industriales turcos como Yıldırım Holding y Global Investment Holding, que están avanzando con paso firme en América Latina.
Yıldırım Holding, una potencia en los sectores de mega-minería y desarrollo portuario, ha expandido sus operaciones en Colombia, reflejando el interés estratégico de Türkiye en los abundantes recursos naturales de la región. Por su parte, Global Investment Holding está apostando por la infraestructura portuaria, la energía limpia y la gestión de activos. Uno de sus proyectos más ambiciosos es la transformación del puerto de cruceros de La Habana en un centro turístico de clase mundial—una iniciativa que promete revitalizar el turismo y dinamizar la economía cubana.
Estas iniciativas son mucho más que expansiones comerciales. Representan una profundización de los lazos entre Türkiye y América Latina, basada en la oportunidad, la innovación y el crecimiento compartido. Y, en realidad, estos casos son solo la punta del iceberg.
Cultura, educación y una estrategia a largo plazo
Pero no todo se reduce al negocio. Türkiye también está invirtiendo en el componente humano de América Latina: su gente, sus instituciones y sus líderes del mañana.
A través de instituciones como la Agencia de Cooperación y Coordinación Turca (TIKA), la Fundación Maarif y el Instituto Yunus Emre, Türkiye está invirtiendo en un compromiso a largo plazo. TIKA se enfoca en el desarrollo, desde el acceso a la salud hasta el empoderamiento de las mujeres, mientras que Maarif y Yunus Emre promueven la cultura y la educación turca en el extranjero, ofreciendo becas y programas de idiomas para profundizar los lazos entre los pueblos.
Ya se han lanzado más de 170 proyectos de TIKA, que abarcan desde el acceso a la atención médica hasta el empoderamiento de las mujeres. Las becas turcas traen a estudiantes latinoamericanos a sus universidades. No son gestos de poder blando; son bloques fundamentales para la construcción de lazos que perdurarán durante décadas, más allá de cualquier administración.
El éxito de Ankara radica en su capacidad para ofrecer un modelo diferente: uno que combina la solidaridad de los mercados emergentes con una infraestructura real, tecnología de defensa y fluidez cultural.
Para América Latina, Türkiye representa más que una nueva ruta comercial o otro inversionista. Es un aliado en la configuración de un mundo multipolar, donde ningún poder único domina la narrativa. Y para Türkiye, América Latina no es un proyecto secundario. Es una frontera estratégica, con inversiones que ya están dando frutos.
Lo que antes eran puntos distantes en los mapas de cada uno, hoy Türkiye y América Latina son socios con intereses reales en el futuro del otro, lo que podría redefinir la manera en que el Sur Global hace negocios: de manera directa, colaborativa y en sus propios términos.