Cuando delegaciones de alto nivel de Estados Unidos y de Irán se reunieron el pasado 12 de abril en Mascate, capital de Omán, marcaron un deshielo en las relaciones de ambos países, tras años enteros de amenazas y tensiones por el programa nuclear de Teherán.
El encuentro en Mascate, liderado por el ministro iraní de Relaciones Exteriores, Abbas Araghchi, y por Steve Whitkoff, enviado especial del presidente de EE.UU., Donald Trump, para Asuntos de Oriente Medio, fue un gran éxito, para ponerlo en términos moderados.
Según los reportes disponibles, ambas partes alcanzaron un consenso para continuar con los contactos diplomáticos y las consultas. También se describió el clima de esta ronda de conversaciones como constructivo y propicio al diálogo.
La reunión representa un cambio importante en la política estadounidense, especialmente considerando la retirada unilateral en 2018 de Trump del acuerdo nuclear firmado en 2015.
El encuentro también cobró relevancia por las crecientes especulaciones sobre una posible acción militar de Israel contra Irán, potencialmente con apoyo de Washington, si fracasan los esfuerzos diplomáticos.
Un día después de la reunión en Omán, el secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, declaró en una entrevista con Fox News que el presidente Trump está plenamente comprometido con impedir que Irán adquiera armas nucleares. Sostuvo que el mandatario ha mantenido una postura coherente sobre este asunto durante las últimas dos décadas, y que continúa firme en su posición.
Hegseth subrayó que Trump apuesta por una resolución a través de medios diplomáticos, razón por la cual ha decidido involucrarse directamente en las negociaciones.
Describió las conversaciones como un paso positivo y elogió la labor de Steve Whitkoff durante el proceso.
Aunque evitó hacer predicciones concretas, reconoció que si la vía diplomática no prospera, se mantienen sobre la mesa otras opciones, incluida la militar, para garantizar que Irán no consiga armas nucleares.
Antes de la segunda ronda de conversaciones, Araghchi realizó una visita diplomática a Rusia el 17 de abril, donde se reunió con el presidente Vladimir Putin.
Según medios iraníes, sostuvo consultas con altos funcionarios rusos y entregó a Putin una carta del líder supremo iraní, Alí Jamenei.
Araghchi desrcibió la reunión con Putin como productiva y constructiva, y aseguró que se abordaron a fondo todos los temas estratégicos entre ambas naciones.
Las conversaciones entre EE.UU. e Irán ocurren en un momento clave para la diplomacia global, con la guerra entre Rusia y Ucrania estancada y el conflicto comercial entre China y EE.UU. amenazando con desestabilizar la economía mundial.
En este contexto, cobra importancia analizar cómo se posicionan Rusia y China frente a las negociaciones en curso entre Irán y Estados Unidos.
Moscú y Beijing: ¿cuál es su postura?
Tras confirmarse el inicio de los diálogos entre EE.UU. e Irán, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, expresó el apoyo de Rusia a las negociaciones y manifestó su esperanza de que contribuyan a reducir tensiones entre ambas naciones.
Peskov resaltó que Rusia apuesta por una solución diplomática que se base en medidas políticas: “Sabemos que se han previsto contactos, tanto directos como indirectos, en Omán. Y, por supuesto, esto es bienvenido, ya que puede llevar a una desescalada en torno a Irán”, señaló.
En contraste, el viceministro ruso de Exteriores, Andrei Rudenko, dejó claro que Moscú no proporcionaría asistencia militar a Irán en caso de guerra con EE.UU.
El 8 de abril, durante una intervención en la Duma Estatal, Rudenko afirmó: “En tal escenario, Rusia no tiene obligación de prestar ayuda militar. Preferiríamos evitar una situación así debido a las consecuencias catastróficas que podría tener para la región. No queremos resultar arrastrados a otro conflicto en la zona”.
Posteriormente, en una entrevista con la agencia estatal rusa de noticias nacionales RIA Novosti, Rudenko declaró que Moscú evalúa las negociaciones según sus resultados, y que, de acuerdo a su información, continuarán la próxima semana, por lo que se esperan avances concretos.
Dijo valorar positivamente que estas negociaciones se estén llevando a cabo y añadió que, si derivan en resultados constructivos, serán motivo de satisfacción.
China también expresó su respaldo a las conversaciones, instando a EE.UU. a actuar con honestidad en su acercamiento a Teherán.
El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Liu Jian, afirmó que EE.UU., al retirarse unilateralmente del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), debe asumir su responsabilidad en el estancamiento actual y mostrar sinceridad política.
“Como país que se retiró del PAIC y contribuyó al actual punto muerto, EE.UU. debe actuar con sinceridad política, entablar un diálogo basado en el respeto mutuo y abandonar el uso de la fuerza y la presión máxima”, declaró Liu.
También reiteró que China considera las vías políticas y diplomáticas, como los únicos medios posibles para resolver el programa nuclear de Irán: “China cree firmemente que este asunto debe resolverse exclusivamente por la vía política y diplomática”.
Neutralidad: ¿una posición posible?
Mientras el programa nuclear iraní sigue siendo uno de los temas más delicados de la diplomacia internacional, el papel de China y Rusia cobra cada vez más peso.
Ambos países, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, no solo participan formalmente en las negociaciones, sino que también influyen en su desarrollo.
La relación entre Irán y China, aunque se presenta a veces como una alianza estratégica, en la práctica está marcada por el pragmatismo, teniendo en cuenta las prioridades de la política exterior de Beijing y el objetivo de convertirse en una potencia global.
La aproximación de China a Oriente Medio se basa más en equilibrios geoeconómicos y paciencia estratégica que en una competencia regional directa.
China ve cualquier alteración repentina que amenace la integración económica y la continuidad del comercio internacional, como perjudicial para sus intereses, especialmente en su carrera con EE. UU. por el liderazgo mundial.
Por ello, mantiene una postura cautelosa con los actores regionales, evitando tensiones mientras fortalece vínculos con países que aportan estabilidad y beneficios económicos.
En este marco, cabe destacar que el acuerdo de cooperación integral de 25 años firmado con Irán en 2021 aún no ha mostrado avances significativos.
Para Beijing, los obstáculos burocráticos, la lentitud en la implementación y las dudas sobre la seguridad de las inversiones, limitan su disposición a comprometerse a fondo con Irán.
La política exterior china busca resultados rápidos, buscando convertir cada acuerdo en ganancias económicas en poco tiempo. Por lo tanto, su estrategia de inversión extranjera se basa en la alta eficiencia y el bajo riesgo. Irán, en su situación actual, no cumple con estos criterios.
En su relación con Teherán, Beijing busca proyectarse como una gran potencia responsable en el sistema internacional, mientras construye simultáneamente una narrativa global que prioriza el multilateralismo y la diplomacia sobre el unilateralismo de Estados Unidos.
Al apoyar la naturaleza pacífica del programa nuclear iraní y criticar las sanciones de Washington, China no solo respalda diplomáticamente a Teherán, sino que también cuestiona el orden internacional centrado en Occidente.
La participación de China en esta área se ha vuelto más prominente desde la década de 2010. Beijing ha optado por desempeñar un papel activo en la prevención de posibles intervenciones militares relacionadas con las actividades nucleares de Irán y en el mantenimiento del status quo en Oriente Medio.
Siguiendo su doctrina de “ascenso basado en estabilidad”, considera como una amenaza directa para la seguridad energética la inestabilidad en regiones clave.
Por ello, prefiere un enfoque controlado del programa nuclear iraní: una tensión manejable, sin llegar al conflicto abierto.
Sin embargo, también es evidente que China no está a favor de que Irán adquiera armas nucleares. Beijing aboga por un número limitado de países con armas nucleares a nivel mundial, creyendo que el surgimiento de una nueva potencia nuclear no solo socavaría los regímenes internacionales de control de armas, sino que también desencadenaría carreras armamentísticas regionales.
En este punto, se observan diferencias significativas entre las perspectivas de China y Rusia sobre Irán. Mientras Moscú prevé un escenario de colapso rápido del orden internacional, Beijing prefiere una transformación controlada del sistema existente.
En este contexto, el principal objetivo político de Rusia es debilitar la influencia de Europa en la cuestión nuclear iraní y consolidar su posición como actor dominante en este ámbito.
Tras su ruptura sistémica con Occidente, Moscú busca superar el aislamiento que enfrenta en el escenario global y posicionarse como un canal diplomático alternativo. Esta política del Kremlin no solo apunta a obtener ventaja en la ecuación geopolítica, sino que también forma parte de su resistencia económica más amplia contra Occidente.
La operación militar de Rusia a Ucrania ha supuesto el mayor reto de seguridad para Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y ahora, las conversaciones renovadas entre EE.UU. e Irán reconfiguran las prioridades del Kremlin.
Por un lado, Rusia justifica la guerra como respuesta defensiva frente a la expansión de la OTAN; por otro, como miembro permanente del Consejo de Seguridad, mantiene un rol crucial en el asunto nuclear iraní.
En años recientes, Moscú ha incrementado su influencia sobre facciones internas y estructuras decisorias en Irán, al punto de que su participación se ha vuelto indispensable para resolver la crisis nuclear.
El expresidente estadounidense Barack Obama llegó a elogiar el papel clave de Putin en la firma del acuerdo nuclear de 2015.
Es evidente que Moscú ha utilizado la amenaza nuclear iraní como carta geopolítica, aprovechando su influencia en Teherán para gestionar la crisis y fortalecer su posición frente a Occidente.