Una filtración reciente de un chat grupal de Signal en el que participaban altos funcionarios estadounidenses reveló conversaciones detalladas sobre ataques militares en Yemen. Estas conversaciones, en un momento de absurdo, incluyeron accidentalmente al editor jefe de The Atlantic, Jeffrey Goldberg. Sin embargo, esto fue más que un simple desliz. Fue una mirada reveladora a la fría indiferencia con la que se trata la vida de los yemeníes en los más altos niveles del poder estadounidense.
La respuesta internacional a la filtración se ha centrado en la brecha de seguridad y sus repercusiones diplomáticas. Pero para los casi 35 millones de yemeníes cuyas vidas siguen atrapadas en agendas extranjeras y conflictos violentos, este momento confirmó algo que ya sabían: Yemen, una vez más, es una preocupación secundaria.
Primero la estrategia, después las vidas humanas
El chat filtrado involucró a exfuncionarios de la administración Trump—nombres como el asesor de Seguridad Nacional Mike Waltz, la directora de la CIA Gina Haspel y el secretario de Defensa Pete Hegseth—discutiendo los ataques aéreos en Yemen con asombrosa indiferencia. El vicepresidente JD Vance desestimó la idea de "salvar a Europa" asegurando las rutas comerciales del Mar Rojo. Hegseth estuvo de acuerdo, llamando "patética" la dependencia europea del apoyo de EE.UU. La conversación se centró completamente en la estrategia, el comercio y la apariencia. Los afectados por tales ataques fueron completamente ausentes.
Esto no es nuevo. Desde que los hutíes tomaron la capital yemení, Sana’a, en 2014, el país ha sido devastado por una brutal guerra por poderes. La coalición liderada por Arabia Saudita, con el firme apoyo de Estados Unidos, ha llevado a cabo una campaña de bombardeos implacable. El resultado: la peor crisis humanitaria del mundo, según las Naciones Unidas.
La brutal ofensiva israelí sobre Gaza ha intensificado estas dinámicas. Tras el ataque de Hamas a Israel en octubre de 2023, los hutíes intensificaron sus ataques a la navegación internacional en el Mar Rojo como muestra de solidaridad con los palestinos. En respuesta, EE.UU. y sus aliados lanzaron operaciones militares, ostensiblemente para asegurar las rutas marítimas. Pero para los yemeníes, esto fue otro capítulo en un patrón conocido: ser bombardeados no por sus propias acciones, sino por su geografía estratégica.
La parte más perturbadora del intercambio filtrado no fue sólo la discusión casual sobre bombardear Yemen, sino el tono en el que se llevó a cabo. No se mencionaron las víctimas civiles, no hubo referencia al derecho internacional, ni atisbo de preocupación por la soberanía de Yemen. El país no se discutió como una nación de personas, sino como un tablero de ajedrez para los intereses occidentales.
El frente olvidado
Este desapego es revelador. La reacción interna en EE.UU. a la filtración se centró en la vergüenza de una violación de seguridad. Hubo poca reflexión pública sobre las implicaciones éticas más profundas de planificar de manera tan informal una acción militar contra otro país en un chat grupal. Que decisiones tan cruciales puedan discutirse con tanta ligereza subraya hasta qué punto Yemen—y por extensión, las vidas yemeníes—ha sido deshumanizado en el aparato de la política exterior.
Incluso el gobierno yemení, alineado con EE.UU. y Arabia Saudita, emitió una respuesta cautelosa. Mientras tanto, los hutíes aprovecharon la filtración para amplificar su retórica antiamericana, presentándola como una prueba del imperialismo occidental. Como siempre, la élite política fragmentada de Yemen explotó la situación para sus propios fines, profundizando las divisiones internas en lugar de fomentar la unidad o la rendición de cuentas.
Europa, por su parte, también reaccionó desde una perspectiva estratégica. El exsecretario de Defensa del Reino Unido, Grant Shapps, expresó preocupación por la agresividad de EE.UU., pero centró su atención en la seguridad europea, no en el sufrimiento yemení.
Esta es la esencia de cómo el mundo ve a Yemen: como un asunto secundario.
En el discurso global, Yemen es la guerra olvidada. Su nombre se menciona para señalar tragedia, pero rara vez para inspirar una acción significativa. Incluso cuando las organizaciones internacionales condenan la crisis humanitaria, hacen poco por abordar las causas profundas—entre ellas, el militarismo irresponsable de los estados poderosos.
Los mensajes filtrados dejaron al descubierto una verdad más amplia: la normalización de la agresión militar ha facilitado la ignorancia de las vidas perdidas en su estela. Cuando los planes de bombardeo pueden discutirse por una aplicación de mensajería, con toda la indiferencia de una reunión de negocios, debemos preguntarnos: ¿qué valor se le da a las vidas yemeníes en los pasillos del poder?
La respuesta es clara, y dolorosa. Durante demasiado tiempo, Yemen ha sido tratado no como una nación soberana, sino como un campo de batalla para rivalidades regionales e internacionales. EE.UU. y sus aliados afirman actuar en defensa de la estabilidad y la seguridad. Pero en la práctica, priorizan las rutas comerciales y la influencia política sobre la vida humana.
Si hay algún rayo de esperanza en este escándalo, es que la filtración hace que esta realidad sea imposible de ignorar. Obliga a plantearse la pregunta: ¿quién habla por Yemen cuando se toman decisiones sobre su destino a puertas cerradas—o, en este caso, en una aplicación no segura?
Mientras las vidas yemeníes no sean tratadas como lo que son—vidas, no abstracciones, no daños colaterales, no piezas de ajedrez—este ciclo continuará. Los ataques militares se planificarán en conversaciones casuales. La empatía será eclipsada por la estrategia. Y Yemen seguirá siendo un frente olvidado en un juego global que ve a su gente solo en el borroso resplandor de las imágenes satelitales.
Es hora de exigir algo mejor—de los responsables políticos, de los medios de comunicación y de un mundo que con demasiada frecuencia mira hacia otro lado.