En 2024, el fondo de inversión estadounidense Kohlberg Kravis Roberts & Co. (KKR) adquirió Superstruct Entertainment, una promotora de eventos musicales con más de 80 festivales en su portafolio, entre ellos algunos de los más populares de Europa y España: Sónar, Viña Rock y Arenal Sound.
Lo que podía haberse leído como una operación financiera más en el ecosistema global del entretenimiento encendió rápidamente las alarmas en colectivos artísticos, culturales y de derechos humanos. Porque KKR no es un inversor neutro ni inocente. Se trata de un fondo directamente implicado en negocios vinculados con la ocupación de Israel en Palestina, incluyendo empresas tecnológicas y de seguridad utilizadas por Tel Aviv para mantener su sistema de apartheid.
En un contexto de creciente conciencia internacional sobre el genocidio en Gaza, la entrada de KKR en la escena cultural fue vista por muchos como una agresión política disfrazada de música. Pero, ¿hasta dónde llega su influencia?
Israel, KKR y los negocios de la ocupación
KKR ha sido objeto de múltiples campañas de boicot por su historial de inversiones en empresas israelíes que operan en asentamientos ilegales o que prestan servicios logísticos a las fuerzas de ocupación. Una de las más destacadas es Axel Springer, conglomerado mediático en el que KKR tiene una participación significativa y que promueve viviendas en territorios ocupados a través de su plataforma Yad2.
El fondo también está vinculado a compañías incluidas en la lista negra de la ONU por su papel en la ocupación. A ojos de los movimientos de derechos humanos, el dinero de KKR está manchado de apartheid, desplazamiento y represión.
Lo que antes se consideraba “neutralidad corporativa” hoy se interpreta como complicidad directa con crímenes contra la humanidad.
La respuesta de los artistas: boicot y dignidad
El festival Sónar de Barcelona, previsto para julio de 2025, fue el primero en sentir el impacto de esta conciencia. Más de 70 artistas, colectivos musicales y visuales han cancelado su participación en solidaridad con Palestina. La decisión fue rotunda: la música no puede ser cómplice del genocidio.
El grupo Sons of Aguirre & Scila expresó: “No volveremos a participar en festivales financiados por quienes tienen las manos manchadas con el genocidio en Palestina”.
Entre las bajas de última hora se encuentra la DJ y productora Sama’ Abdulhadi, de Palestina, que anunció su retirada definitiva tras constatar que, aunque se hubieran abandonado patrocinios como McDonald’s y Coca‑Cola, “el problema sigue siendo la implicación de KKR”. En su mensaje, fue contundente: “No puedo ni quiero estar asociada con festivales o instituciones respaldadas por KKR (...) La línea entre ser sionista o antisionista nunca ha estado tan clara. O estás por la libertad y la justicia, o eres cómplice del genocidio”.
Alizzz mantuvo su actuación, pero lanzó un poderoso mensaje visual: durante su set, proyectó en pantalla frases como “Libertad Palestina”, “Delete KKR” y “La cultura es nuestra”. Su gesto —apoyado por el colectivo Comunitat D’Artistes— demostró que incluso desde el escenario, la resistencia puede tomar forma.
¿Puede un festival seguir siendo neutral?
Ante la presión social, algunos festivales intentaron desmarcarse de KKR. El Sónar afirmó que “no comparte los valores de ningún inversor que viole los derechos humanos” y permitió símbolos de apoyo a Palestina durante sus eventos. Incluso lanzó una iniciativa llamada “Sónar responde”, en la que asegura que “ni un solo euro va a parar a KKR” y que todos los ingresos se reinvierten en el propio festival.
Además, se abrió un plazo de devolución de entradas hasta el 4 de junio, con numerosos reembolsos ya tramitados.
El ministro de Cultura de España, Ernest Urtasun, fue tajante: “KKR no es bienvenido en nuestro país”. Una declaración sin precedentes que marca el inicio de una nueva etapa en la política cultural, donde los derechos humanos no se negocian.
Capitalismo cultural y limpieza de imagen
Desde hace décadas, Israel ha desplegado una estrategia sistemática de “soft power”, usando la cultura, el deporte y la tecnología como herramientas para lavar su imagen internacional. Festivales, Eurovisión, acuerdos con productoras internacionales o la presencia en torneos deportivos forman parte de una operación política diseñada para proyectar modernidad mientras continúa la ocupación del pueblo palestino.
Organizaciones como Human Rights Watch y B’Tselem han calificado a Israel como un régimen de apartheid, pero ello no ha impedido su inversión en imagen a través del entretenimiento global.
KKR es una extensión de esta operación: invierte donde se produce contenido simbólico, para blanquear donde se cometen crímenes.
Un boicot que no se detiene
Lejos de remitir, el boicot contra los festivales vinculados a KKR sigue creciendo. En los últimos días, nuevas figuras internacionales han anunciado su retirada del cartel del Sónar 2025, como Arca, Rone x (La)Horde, Dania Shihab, Asia, 15 15, Shaun J. Wright o Paquita Gordon. Con ellas, el número total de actuaciones canceladas supera las 70, incluyendo también espacios expositivos y proyectos en el área tecnológica y artística Sónar+D.
La presión no se queda en los escenarios. Instituciones académicas como la Universitat Pompeu Fabra y BAU College of Arts and Design han suspendido su colaboración con el festival, en solidaridad con Palestina y por coherencia con sus valores.
Frente al aumento de cancelaciones, Superstruct Entertainment emitió un comunicado en el que pide el “fin inmediato del conflicto” y subrayó también que “todos los ingresos se reinvierten en los propios festivales”, asegurando que actúan de forma independiente respecto a KKR.
Desde Gaza, con gratitud y dignidad
Desde Palestina, las voces de agradecimiento no han tardado en llegar. El poeta Mohamad Bitari celebró públicamente las cancelaciones y subrayó su importancia: “Ya es el momento de frenar a estas empresas capitalistas israelíes”.
Desde dentro de Gaza, el dúo Athrodeel, formado por Ahmad Dyab y Aseel Massoud, coincidió: “Estas cancelaciones son acciones necesarias para ejercer presión por una política más justa.”
No es solo el gesto lo que se valora, sino lo que representa: una ruptura del silencio, una grieta en el muro de la impunidad.
Porque, al final, la canción más poderosa es la que no se canta.