Tras la caída del régimen de Bashar Al-Assad en Siria el 8 diciembre de 2024, el periodista Nader Dabo creyó que su vida cambiaría para siempre. Durante 14 años había trabajado bajo vigilancia y amenazas. Pensaba que el derrumbe del poder del Partido Baaz abriría un nuevo capítulo. La realidad fue otra: el miedo siguió, aunque ahora bajo una sombra distinta.
Tras el colapso del régimen de Assad, las fuerzas israelíes anunciaron que no cumplirían más con el Acuerdo de Separación de Fuerzas, firmado en 1974, y se adentraron en la zona desmilitarizada del sur sirio. Allí establecieron nueve bases militares a lo largo de la frontera, desde donde se desplazaron hacia aldeas y localidades cercanas.
Desde entonces han restringido el movimiento —en especial de los agricultores— y bloqueado a periodistas, multiplicando los riesgos de informar.
Desde su ciudad natal Nawa, en la provincia de Daraa, Nader recorre cada mañana caminos polvorientos cargando su equipo al hombro, a solo 15 kilómetros de la ocupación israelí. Es uno de los pocos periodistas que documentan sobre el terreno estas violaciones.
Según un informe del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), emitido el pasado 8 de agosto, las fuerzas israelíes han cometido múltiples violaciones contra periodistas sirios y extranjeros en el sur de Siria, desde finales de 2024. La Asociación de Periodistas Sirios, por su parte, ha documentado al menos cuatro incidentes graves en ese periodo.
Ambos informes registran persecuciones, detenciones e interrogatorios, disparos directos, golpizas, confiscación o destrucción de equipos y, en algunos casos, la eliminación forzada de material bajo amenaza. Un reportero fue herido de bala y otro sufrió lesiones graves tras una paliza.
“No existe ninguna entidad que se ocupe de proteger a los periodistas”, afirma Nader a TRT Español, tras una larga jornada de trabajo en Siria. Habla con nosotros mientras apaga su moto, cuyo rugido rompía el silencio del barrio rural donde vive.
Con esa moto recorre el camino hasta Al-Suweida al otro lado del sur de Siria para cubrir episodios recientes de violencia. En otras ocasiones, se dirige hacia el oeste para seguir de cerca las incursiones israelíes y su impacto en la vida de los civiles.
“Lo máximo que pueden hacer las instituciones y sindicatos de prensa es emitir comunicados de condena. Una protección real para nosotros simplemente no existe”, añade.
A sus 39 años, Nader trabaja como periodista en el periódico +963, es corresponsal de la agencia Syria Monitor y colabora con RT France, France 24 y Radio France Internationale.
A la caza de periodistas
La mañana del 14 de junio de 2025, Nader no tomó su motocicleta como de costumbre. Alquiló un coche y llevó a su hija Sham, de 11 años, en un viaje familiar a Damasco. Llevaba como siempre su cámara, pero el trayecto no se completó.
Una llamada del periódico para el que trabaja lo interrumpió: el ejército israelí había derribado un dron iraní en Quneitra, en el sur de Siria. Debía ir allí de inmediato.
Regresó con su hija a toda prisa hacia la zona rural de Quneitra y se reunió con su amigo, el periodista Nour Hassan. En el pueblo de Kodna, cerca de la recién instalada base militar israelí de Tal al-Ahmar al-Gharbi, tomaron fotos y entrevistaron a vecinos.
Entonces, una llamada de un residente cambió todo: las fuerzas israelíes habían entrado en el pueblo buscando periodistas. “Estábamos dentro de la aldea mientras ellos la rodeaban”, recuerda. “Sus vehículos comenzaron a perseguir nuestro coche, con mi hija, mi amigo y yo dentro. Tenía miedo por mí, por ella y por las fotos que llevaba en la cámara”.
Su voz temblaba, aunque intentaba disimularlo con una mueca que parecía risa.
La cámara contenía material sobre hechos anteriores. Perderla significaba destruir testimonios visuales y evidencias de violaciones israelíes que podían llevarlo a la cárcel, algo que le recordó los años de represión del régimen, cuando informar podía significar enfrentar prisión o a la muerte.
Tras más de 30 minutos de persecución, se topó con un puesto de control improvisado. A 500 metros, arrojó la cámara por la ventanilla hacia un campo de espinas para evitar que cayera en manos de los soldados.
“Fue el momento más difícil”, dice. “Trataba de salvar a mi hija y a la cámara al mismo tiempo. Al final, fue ella quien nos salvó a todos”.
Ocho soldados, entre ellos un oficial que hablaba árabe con fluidez, lo esperaban. Revisaron a fondo el vehículo e interrogaron a ambos periodistas. “¿Acaso no saben que esta es una zona israelí?”, les dijo el oficial. Nader replicó: “Creía que era siria, y que debía preguntarles qué hacen en mi tierra”.
Cuando la tensión creció, Sham rompió a llorar. Según Nader, fue ese llanto el que relajó la situación. Los soldados los dejaron ir al no encontrar la cámara. Horas después, cuando la fuerza militar volvió a su base, Nader regresó al campo, recuperó su cámara de entre las espinas y la maleza, la limpió y la abrazó, agradeciendo que siguiera intacta.
¿Cuándo terminará este viejo miedo?
Nader Dabo comenzó su labor periodística en 2011, con el estallido de la revolución siria. Documentaba las manifestaciones en la zona con su teléfono, rodeado de amenazas. Con el tiempo, dirigió la oficina de prensa de una de las formaciones militares opositoras y, después, se convirtió en corresponsal de agencias locales. Se desplazaba entre localidades liberadas del control del régimen Al-Assad en el sur de Siria.
El regreso del control del régimen, con apoyo ruso y el Acuerdo de Reconciliación patrocinado por Moscú, cambió la ecuación. Nader permaneció en su localidad, pero el temor a ser arrestado o asesinado lo llevó a dejar el periodismo durante un año.
En 2019 retomó con extrema cautela, colaborando con comités de documentación de derechos humanos y con el Centro Sirio para Medios y Libertad de Expresión. Un año después, empezó a trabajar como corresponsal bajo un pseudónimo, documentando redadas de los servicios de seguridad y otras violaciones del régimen.
Esa etapa fue la más peligrosa: sufrió tres intentos de asesinato, dos con disparos contra su casa y otro mientras caminaba por la carretera. El peligro llegaba de milicias del régimen, grupos del Daesh y milicias locales vinculadas a Irán.
Con la caída de Bashar al-Assad, Nader sintió que recuperaba su voz. Comenzó a trabajar con su nombre real y con más libertad. Perdió a amigos periodistas y él mismo pudo ser uno de ellos. Aun así, insiste en continuar.