Buenos Aires, Argentina – A un año y medio de la asunción del presidente Javier Milei, las políticas de ajuste fiscal que puso en marcha están teniendo un fuerte impacto en los sectores más vulnerables de Buenos Aires. Allí aumentó un 23% la cantidad de personas bajo la línea de indigencia, que ya superan las 4.000, según datos oficiales. Sin embargo, organizaciones sociales apuntan a que pueden ser 12.000.
Horacio Ávila lo ha experimentado en carne propia. Él mismo vivió en la calle durante siete años, y hoy lidera Proyecto 7, una ONG que asiste a diario a más de 1.000 personas que cayeron, como él, en la más extrema pobreza y viven sin techo.
“La calle no es un lugar para vivir”, reza el tatuaje que Ávila lleva en su brazo izquierdo. La frase resume una lucha que encaró hace 20 años, cuando aún vivía en la calle, luego de quedarse sin empleo ni hogar tras la crisis social, política y económica que estalló en Argentina a finales de 2001. Entonces, más del 60% de la población quedó en la pobreza.
A pesar de que el último índice oficial marcó que la pobreza en Argentina alcanza al 38,1% de la población, Ávila, a los 53 años, observa un parecido entre aquel drama social y el presente.
Hasta quedar en la calle, trabajaba como tapicero y podía sostener un nivel de vida aceptable con altibajos “como cualquier trabajador”, según recuerda. Sin embargo, la crisis de 2001 lo descolocó económica y emocionalmente. No pudo seguir pagando el alquiler, debió vender sus pertenencias y acabó en la calle. “Perdí todo, puse a resguardo a mi hija y me fui a vivir a una plaza”, asegura.
Vivir en situación de calle
Ávila pensó que la vida en la indigencia sería momentánea, “una mala racha”, y que en poco tiempo podría reincorporarse al sistema. Pero no fue así: durante casi siete años durmió en calles y parques de Buenos Aires, enfrentó hambre, frío extremo en invierno y calor agobiante en verano, y sobrevivió a situaciones de violencia, discriminación y agresiones de la Policía.
“De un momento a otro es como si no existieras. Las personas pasan a tu lado y no te ven, creen que sos un bulto. Te volvés invisible a la sociedad. Era mejor la mirada de desprecio a que no te miren. Eso fue lo que más me marcó”, asegura Ávila. Los primeros días fueron los más crudos, aunque resalta la solidaridad de hombres y mujeres que se encontraban en la misma situación. “Se compartía todo, desde el espacio para dormir hasta la comida que podíamos reunir”, recuerda. “Éramos pares”.
La situación que Ávila imaginó circunstancial se volvió permanente: subsistió gracias a pequeños trabajos esporádicos que le permitieron enviar dinero a sus hijos, con quienes siempre estuvo en contacto. Sin embargo, lo que recaudaba le impedía acceder a una vivienda digna, e incluso en muchas ocasiones ni siquiera le alcanzaba para un plato de comida.
“Durante años en mi vida no hubo silencio ni oscuridad. Dormir en la calle es la exposición a estímulos permanentes, luces y ruidos”, describe.
Proyecto 7, un refugio para salir de la calle
En 2003, la muerte de otra persona sin hogar por coma alcohólico en el centro de Buenos Aires impulsó a Ávila a organizarse con sus pares para visibilizar los reclamos de las personas en situación de calle y hacer oír su voz para recibir asistencia. Así surgió la ONG Proyecto 7.
Entonces, bloquearon calles e hicieron huelgas de hambre que ganaron gran repercusión, al tiempo que comenzaron a reunirse con organizaciones sociales y dirigentes políticos y a elevar reclamos por empleo, capacitaciones laborales y asistencia económica. “Pensábamos que podíamos morirnos de un día para el otro, porque el deterioro físico, mental y moral era muy grande”, recuerda.
En busca de una solución, Ávila y sus compañeros comenzaron a trabajar para asistir a personas que, al igual que ellos, vivían en las calles. Así, organizaron grandes ollas comunales para garantizar al menos un plato de comida al día y coordinaron acciones solidarias para reunir ropa y abrigo.
A lo largo de los años, Proyecto 7 impulsó la elaboración de planes y políticas públicas enfocadas en la asistencia de los sectores más vulnerables.
Luego de años de reclamos, en 2010 la Ciudad de Buenos Aires sancionó una ley de “protección y garantía de los derechos de personas en situación de calle y en riesgo a la situación de calle”. Y en 2021, el Congreso de Argentina aprobó otra ley con el objetivo de proteger los derechos de personas en situación de calle que sufren “extrema vulnerabilidad social”. Aunque para Ávila son un avance, cuestiona la implementación de la legislación y asegura que el presupuesto es insuficiente.
La solidaridad como bandera
A más de 20 años de su creación, Proyecto 7 gestiona cuatro centros de asistencia que albergan a 400 personas que a diario reciben alimentos, asistencia médica, legal y de salud mental, y donde buscan generar las condiciones para rearmar proyectos de vida, según explica Ávila. También organizan desayunos solidarios en plazas a las que se acercan cientos de personas en situación de calle.
Además, hace siete años fundaron Bocacalle, una cooperativa de trabajo integrada por personas que han vivido en la calle, en la que realizan productos de panadería, y ofrecen frutas y verduras a precios accesibles. También administran un pequeño restaurante que ofrece platos elaborados a menos de cinco dólares.
“La gente no está en la calle porque quiere”
A pesar de la reducción de la inflación, el plan de ajuste que puso en marcha el Gobierno de Milei acrecentó la crisis en las poblaciones más vulnerables. Según datos oficiales, en la Ciudad de Buenos Aires la población en situación de calle saltó de 3.286 a 4.049 personas entre 2023 y finales de 2024.
Recientemente, el gobierno municipal realizó un nuevo censo para registrar a la población en situación de calle, pero aún no se conocen los resultados. Proyecto 7 hará su propio conteo el próximo mes, pero de antemano Ávila calcula que las cifras serán mucho más altas: según estima, unas 12.000 personas sólo en la capital.
Además, para Ávila, en las últimas décadas se modificó la composición de la población en indigencia, de personas solas con adicciones o enfermedades de salud mental a familias completas, e incluso profesionales o trabajadores. “A mí me tocó compartir con profesores, abogados, filósofos, hasta una pareja que tuvo una joyería”, recuerda.
“Ahora el 60% son personas solas y el 40% restante, familias o madres solas con criaturas. También hay muchos abuelos y abuelas. Hoy hay que elegir: comer o pagar el alquiler. La gente no está en la calle porque quiere, ni es vaga. El dinero de un empleo formal no alcanza para llegar a fin de mes”, dice.
Ávila mira para atrás con orgullo, pero también con cansancio. A más de 20 años de la fundación del proyecto solidario, cree que es una utopía absoluta que no haya personas viviendo en la calle. “Sería lo ideal”, asegura. “Hice lo que estaba a mi alcance, pero todo fue colectivo. No me puedo olvidar de lo que pasé: salí de la calle y si llovía me dolía por el resto. Si comía un asado, me sentía culpable”, dice hoy. “No busqué ser un héroe. Sólo usé las herramientas que tenía”.
