La herencia del olivo no solo ha inspirado un profundo arraigo en la comunidad palestina, sino que hoy, en la Cisjordania ocupada, representa un camino de resistencia frente a la limpieza étnica sionista y al colonialismo de asentamiento. Y gracias a la artista y activista palestina Aya Gazawi Faour, quien educa sobre la resistencia de su pueblo en redes sociales, esta historia ahora se comparte con el mundo entero.
En los últimos años, Aya se ha dado a conocer por ser cofundadora de Olive Odyssey, un colectivo de aceite de oliva producido en Palestina que explora la tierra, la memoria y la lucha de su comunidad. El proyecto, que en su cuenta de Instagram supera los 110.000 seguidores, brinda trabajo y sustento a generaciones de familias que han cultivado esa tierra, preservando una larga historia de resistencia y un vínculo inseparable con ella.
Olive Odyssey
Inspirada por sus frecuentes visitas a la comunidad palestina en Cisjordania ocupada, Aya probaba los distintos tipos de aceite de oliva y, de esa experiencia enriquecedora, surgió el alma de Olive Odyssey durante la cosecha de 2021. Allí, en cada pueblo, los habitantes palestinos siempre le insistían en que su producción del aceite era la mejor.
"Cuando visitas a tus amigos y familiares, en todos lados a donde vas, te dan un poco de su nuevo aceite de oliva para probar, y es como una competencia escolar que te hacen para darte la bienvenida", recuerda Aya en conversación con TRT Español. "Entonces empiezan a decirte: ‘Este aceite es de tal aldea’, y ‘Este es el nombre del agricultor’, y ‘Se prensó allí’".
En 2022, Olive Odyssey tomó forma: una cadena de suministro global que permite a los agricultores exportar su producto y fortalecer sus negocios, pero, sobre todo, compartir su historia.
Las aceitunas recolectadas a mano se extraen con métodos tradicionales no industriales—tambores de acero y piedras de molino—para preservar los sabores y aromas únicos de la región. El resultado es un aceite de oliva no filtrado y orgánico que conserva todos sus beneficios naturales y antioxidantes. Hoy, cada botella lleva el nombre de una aldea palestina, y, por supuesto, una historia de dolor y superación a cuestas.
Aya ha diseñado un paquete que incluye aceites de oliva extra virgen y za'atar—una mezcla de hierbas de Oriente Medio con tomillo, orégano y otras especias—junto con su colección de recetas, inspirado en la cocina de su abuela, Fátima Gazawi, y las primeras lecciones que recibió de ella en gastronomía palestina.
"Crecí en la casa de mi abuela en la Ciudad Vieja de Akka. Es un lugar muy pobre, especialmente en esa época", relata Aya sobre sus primeros años a finales de la década de 1980, bajo control israelí. "Todos allí eran palestinos. Y luego estaba la ciudad nueva, una mezcla de árabes e israelíes. Desde muy pequeña uno podía ver la diferencia entre dónde vivíamos nosotros y dónde vivían ellos. Mi ciudad es como el gueto de Palestina. De noche es oscuro y peligroso. Ni siquiera teníamos agua caliente corriente. Teníamos que hervir el agua".
La cuenta de Olive Odyssey en Instagram combina publicaciones para generar conciencia sobre el genocidio en Palestina y, además, mostrar la riqueza cultural de este pueblo. Su video con el reconocido chef Fadi Kattan ha superado las 80.000 visualizaciones y los 5.000 ‘me gusta’. En paralelo, otros contenidos –como los que ha publicado con la sobreviviente del genocidio Nisreen Shehada y con la influencer culinaria Qamar– demuestran la profundidad y diversidad de la cocina palestina.
Tierra de dolor, tierra de olivos
En Cisjordania ocupada, más del 45% de la tierra agrícola está dedicada a los olivos. "Este es un árbol que nuestros ancestros han cuidado por generaciones. Se ha convertido en un símbolo de resistencia porque la ocupación israelí incluso intentó robarnos la mayoría de los naranjales", Aya explica.
Para Aya, el olivo es "más como un miembro de la familia", dice. "Casi todo palestino tiene, ya sea que viva en una ciudad abarrotada o en un campo de refugiados, un olivo, incluso en sus balcones".
Trabajar bajo la ocupación israelí con constantes amenazas a las operaciones, desde la producción hasta la exportación, es sumamente difícil. Aya cuenta que, en los primeros días, tenían que "contrabandear" pequeñas botellas de aceite en cantidades reducidas para evitar la confiscación. "Siempre es difícil llegar a Cisjordania (ocupada). Tratar de sacar productos desde allí siempre es complicado", admite Aya.
El bloqueo israelí ha hecho que muchas familias pierdan cosechas enteras de aceitunas. Pero, para Aya, lo más desgarrador ha sido compartir las historias de agricultores palestinos como Shireen, del pueblo de Burin en Cisjordania ocupada quienes han enfrentado la violencia de los colonos israelíes.
"Atacaron su tierra, y muchos de los olivos fueron quemados. Esto sucede casi cada año, pero probablemente el año pasado fue el más horrible", dice Aya. "Fue lo más duro que hemos tenido que presenciar".
Series palestinas
El legado de Olive Odyssey sigue creciendo. Además de sus producciones de aceite de oliva —una destilación de resistencia global—, el proyecto también lanza series digitales que no sólo dialogan con el presente, sino que también rescatan el pasado. La más popular hasta ahora ha sido “Bienvenidos a Palestina”, una serie que ha contribuido activamente a combatir el borrado histórico.
Tras la Nakba, “catástrofe” en árabe, 700.000 palestinos fueron desplazados de sus pueblos y ciudades para dar paso a la creación del estado de Israel, una experiencia vivida por los abuelos de Aya. Ella explica que la serie recupera historias de lugares poco conocidos, donde hoy se observan “colinas silenciosas, muros de piedra derrumbados, higueras que aún crecen en silencio”, paisajes invisibilizados durante décadas por la propaganda sionista. En poco tiempo, cuenta, el proyecto ha sido ampliamente acogido fuera de la Palestina histórica, especialmente entre quienes tienen prohibido regresar.
"Queremos llevar a estas personas de vuelta a casa, para que vean su tierra natal y de dónde vinieron sus abuelos", afirma.
Otra serie, “Las Plantas Son Políticas”, documenta el impacto de los asentamientos. Tras la Nakba , dice Aya, se prohibió la práctica palestina de recolectar alimentos silvestres. La ocupación incluso ha detenido a chicos que la practicaban.
Esta prohibición forzó a la comunidad a depender de alimentos procesados y grasos, a los que no estaban acostumbrados, como el arroz. También, advierte Aya, esto es algo que afecta a pueblos originarios en América, como en EE.UU., donde se limita la recolección en muchas áreas protegidas.
"Desconectar a los pueblos de su tierra significa quitarles poder. Los debilita no solo mental, sino también físicamente porque dependemos de los alimentos que recolectamos”, subraya a TRT Español. “Nuestra dieta se basa en ello. Así que en Palestina, desde el momento en que llegaron, dividieron el territorio. No permitieron que la gente se moviera libremente".
En un video grabado en la aldea palestina de Abu Zarayq, que abarcaba unas 10.000 dunams (la métrica que usan los palestinos, equivalente a 1.000 hectáreas), y donde las unidades sionistas desplazaron a 638 habitantes, capturaron a 30 palestinos, asesinaron a dos mujeres y a cuatro niños.
Aya recorrió ese escenario, hoy desolado, mientras recordaba cómo cada primavera el lugar florecía con plantas que nutrían a los palestinos. "Mientras visité el lugar, pude enseñar a mi hijo y a mis amigos a reconocer estas plantas, a entender sus usos”, recuerda. “Enseño a amar esta tierra como la amaron nuestros ancestros. Sé que nuestras raíces aquí crecen más profundo. Cada planta que identifico, cada historia que comparto, cada comida que preparamos juntos se convierte en un acto de memoria y un acto de resistencia".
Y detrás de todo eso, detrás de las muertes, la ocupación, el genocidio, y la limpieza étnica, Aya siente que, bajo tierra, las raíces de su pueblo, ese olivo inmemorial que es un símbolo global, persisten. Y aún más, se fortalecen. "El amor siempre ha sido la fuerza que nos ha guiado a los palestinos. Nuestro amor por la tierra, por nuestros hijos, por la vida. Eso nos mantiene con raíces. Pues el retorno no es solo un sueño”, concluye Aya. “Es un derecho".