Esta colombiana, casada con un palestino, se juega la vida por visibilizar el genocidio en Gaza
AMÉRICA LATINA
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Esta colombiana, casada con un palestino, se juega la vida por visibilizar el genocidio en GazaA sus 24 años, Luna Valentina, nacida en Colombia, vive en el exilio en Jordania junto a su marido palestino. Trabaja en un campo de refugiados. Y sufre desde adentro la represión por denunciar los atropellos en Gaza.
Luna Valentina, activista colombiana en Rafah, participa en movimiento social para visibilizar genocidio en Gaza. / TRT Español
28 de julio de 2025

Luna Valentina nació en Colombia hace 24 años. Desde 2023, vive en Jordania. Pero, a decir verdad, más allá de ir y venir por el mundo, su corazón siempre estuvo con Gaza. Anclado en la necesidad de denunciar el horror de un enclave con 27 de sus 36 hospitales bombardeados. El 95% de su agua no apta para consumo. El 96% de escuelas atacadas o borradas del mapa.  Con niveles de hambruna letales que aumentan a cada minuto debido a la retención deliberada de ayuda humanitaria por parte de Israel. 

“¿Cómo puede un corazón dar la espalda a esa herida abierta que se desangra ante los ojos del mundo?”, se pregunta ella.

Hoy, Luna trabaja en un campo de refugiados. Está casada con un palestino. Y el 15 de junio pasado fue parte de la delegación colombiana que participó en la Marcha Global hacia Gaza, una iniciativa que pretendía salir de Egipto con rumbo a Palestina para romper el bloqueo impuesto por Israel y sus aliados desde 2007, como parte del proyecto de limpieza étnica. 

¿Pero cómo llegó esta colombiana a vivir en Jordania y poner cuerpo y corazón para denunciar la barbarie en Gaza? 

Todo comenzó en 2021 con una crisis, protestas y un paro.

Antes y después del quiebre

En 2021, Colombia enfrentaba una crisis marcada por altas tasas de desempleo, desigualdad e inseguridad, según reportes de ese momento. La situación desencadenó protestas masivas que llevaron a un paro nacional. El Comité Nacional de Paro, que encabezaba las manifestaciones, exigió cambios mediante la solicitud de una declaración de emergencia compuesta por siete puntos, entre ellos la intervención del sistema de salud y la implementación de un ingreso básico de emergencia para personas en situación de pobreza. Pero el gobierno se centró en los actos de vandalismo que se produjeron en algunos lugares, e insistió en que estos debían cesar. Además, destacó la necesidad de desbloquear todas las vías del país.

Según la agencia de noticias Anadolu, este paro dejó decenas de muertos, miles de heridos y desaparecidos, además de reportes de abusos por parte de las fuerzas de seguridad, en un momento que conmocionó a la nación. El grupo de derechos humanos Amnistía Internacional criticó los “actos de violencia” y denunció la “militarización” de algunas zonas durante las protestas.

Luna estaba en ese momento en Colombia: no tenía apoyo familiar ni ahorros. Aún así, se sumó a las manifestaciones. Lo perdió todo y hasta quedó viviendo en la calle. “A pesar de mi situación seguí participando activamente en el paro”, recuerda Luna a TRT Español. 

Se trasladó a La Guajira, en el norte de Colombia. Alguien le recomendó hacer las maletas, reunir lo poco que le quedaba en pie de sus posesiones materiales, y salir a buscar trabajo a Europa. Y allí fue.

Su primer acercamiento a Palestina

Luna fue la primera de su familia en emigrar. Primero aterrizó en Türkiye. De allí, pasó a Polonia y luego a la República Checa donde conoció a la comunidad palestina que migraba a trabajar en Europa. “Conocí a migrantes palestinos que me ayudaron con los papeles (documentos), porque mi migración fue difícil y sin asesoría. Hay empresas en Polonia que buscan explotar a los migrantes. Y eso fue lo primero que me acercó a la realidad del país”, evoca Luna. 

En ese contexto conoció y, de inmediato, se enamoró de Amer, su futuro marido, un palestino que luego encontraría refugio, como ella, en Amán, Jordania. 

Aún siendo colombiana, Luna vivió en carne propia la demonización por la causa palestina. Compañeros que en ese momento trabajaban en Europa —en Polonia, en Bulgaria, en República Checa— fueron víctimas de ataques por ser palestinos. Y ella misma paseando por una calle en Wroclaw, Polonia, estuvo al borde de la agresión física por usar el keffiyeh, el pañuelo tradicional palestino. 

“Un hombre comenzó a seguirme. Me hablaba de Dios, con un discurso raro, cargado de religiosidad forzada”, dice Luna. “Me tiraba la keffiyeh, intentaba tocarme. Ahí sentí un límite muy claro. Todos me miraban, pero nadie intervenía. Nadie hacía nada. Estas actitudes normalizan ese tipo de ataques. Yo no tengo rasgos árabes, y aun así fue peligroso. Sé, por lo que vivieron mis compañeras, que si yo hubiera sido árabe, la situación habría sido peor. No podía quedarme mirando este tipo de actitudes, pero tampoco podía enfrentarlas sola”.

Refugiarse en Jordania


En medio del odio y la islamofobia, la comunidad árabe en Europa comenzó a dispersarse. Luna tomó una decisión: volar a Jordania, donde estaba su pareja y su familia viviendo en condición de refugiados. Llegó durante el genocidio en Gaza. Se dispuso a estudiar árabe. Y decidió hacer el esfuerzo por integrarse a la sociedad. No fue fácil.

Allí conoció aún más de cerca la realidad palestina en el exilio. “En sus tarjetas de identidad los palestinos tienen un número especial que indica que son refugiados”, cuenta. “Es como un código en la frente, que determina su actividad social. Y eso es muy fuerte porque un 40% de los jordanos son de origen palestino”. 

Ser activista y asumir los riesgos

Pronto entendió que ser activista no es un acto simbólico: es poner el cuerpo. “Una manifestación, como la conozco en Colombia o en Europa, es que la gente camina, está un poco más dispersa, ¿verdad?”, compara ella. “Pero aquí en Jordania es distinto. Tienes que quedarte de pie en un espacio reducido y tienes dos horas para manifestarte calculadas milimétricamente”.

En junio participó junto a una pequeña delegación de colombianos en la Marcha Global hacia Gaza, convocada a través de las redes sociales. El objetivo era partir desde Egipto y entrar a Gaza, rompiendo el cerco israelí de ayuda humanitaria. Pero la intención de esas 5.000 personas convocadas por Gaza, quedó frustrada por un bloqueo impenetrable que les impidió cruzar la frontera.

Para llegar a la frontera desde Egipto necesitaron pasar por dos puestos de control. En el primero, tuvieron suerte. En el segundo, junto a otros miles de manifestantes, quedaron retenidos, una realidad registrada en varios medios destacados.

“Gente sin uniforme al lado de la policía empezó a pedirnos los pasaportes. Nos increparon bruscamente: ‘Pasaportes y fuera del carro’. Y nos dejaron parados ahí, bajo un solazo, sin pasaportes”, recuerda Luna. 

Acto seguido, cerraron el puesto de control y les dijeron a todos: “De aquí, nadie pasa”. 

Tardaron cinco horas en devolverles sus pasaportes. Algunos nunca los recuperaron. Así y todo se negaron a retroceder. “Ese lugar se convirtió en un plantón improvisado: cánticos, keffiyehs al viento, una sola voz pidiendo dignidad. Pero no llegó nadie del gobierno. Solo los grupos antidisturbios y paramilitares, y empezaron a atacarnos con látigos y piedras”, recuerda Luna. 

“La policía no sólo no intervino: estaba junto a ellos. Vi a compañeros arrastrados del pelo, ensangrentados. Esa noche muchos desaparecieron. En esa situación, con mi pareja, decidimos regresar. Él es palestino. Y si lo detienen lo encarcelan pero no por medios oficiales”. 

Reconstruir la vida entre escombros y misiles

Al llegar de regreso a Jordania el alivio duró poco. Cinco alarmas de misiles rompieron el silencio. Los cohetes dejaban una firma luminosa y alarmante en el cielo. Aún así, no bajó los brazos.

Hoy, Luna y su familia trabajan en la reconstrucción de Gaza a través de Palimar, un colectivo dirigido por su suegro y fundado en 2008. La organización ha ejecutado 78 proyectos valuados en 70 millones de dólares, entre ellos hospitales, escuelas y viviendas. Actualmente, se enfocan en brindar refugio de emergencia a personas desplazadas, destacándose por su liderazgo en los esfuerzos de reconstrucción palestinos.

Allí, en los campos de refugiados, Luna sostiene la esperanza en niños que, a pesar de su corta edad, se reconocen como palestinos y defienden su identidad. 

Su forma de manifestarse por Gaza hoy es esa: ayudar a esos niños a no perder la fe. A decirles que hay sol al final de la tormenta. Luz al final del túnel. Y que Dios siempre está del lado de los pacientes. Y la justicia, por más cruel que sea el escenario, tarde o temprano, llega.

Este artículo fue redactado por Abdul Wakil Cicco y reportado por Diana Carolina Alfonso


FUENTE:TRT Español
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