Buenos Aires, Argentina - El sol aún no había salido cuando la tristeza empezó a recorrer Argentina: había muerto el papa Francisco. Poco después, cientos de personas comenzaron a acercarse a la Basílica San José de Flores, en Buenos Aires, para rezar por él. El mismo templo donde Jorge Mario Bergoglio, siendo joven, sintió el llamado que lo llevaría hasta el Vaticano y lo convertiría en un orgullo nacional.
Y es que para los argentinos Francisco fue mucho más que un papa que llevaba su misma camiseta: fue su representante en el mundo.
“Fue una persona muy querida a nivel global, un argentino querido en todo el mundo, por su cercanía con la gente, con los pobres y con quienes realmente necesitan a la Iglesia”, dice Camila, de 30 años, conmovida, mientras se acerca a la basílica en el barrio porteño de Flores, en conversación con TRT Español.
“Siento que él hubiera querido hacer mucho más, tanto por Argentina como por el mundo. Era muy humilde, y fue esa humildad la que hizo que tantos lo quisieran y admiraran. Por eso, lo vamos a recordar siempre”, añade su madre, Norma, mientras ambas se acercan hacia la entrada de la basílica para presenciar la misa que brindaría en su honor el arzobispo Jorge García Cuerva.
Flores, el barrio que lo vio crecer
Velas, rosarios y fotografías decoran la entrada a la basílica donde a los 17 años sintió el llamado al sacerdocio, ubicada frente a la estación de “subte” (metro) que tomaba todos los domingos para visitar la basílica mientras era obispo.
Porque más allá de ser el líder espiritual de 1.400 millones de católicos del mundo, en Flores, el barrio que lo vio nacer hace 88 años, también se lo recuerda como a un vecino querido.
“En los 80 venía siempre por el barrio, pasaba por mi negocio. Cuando pasó a ser obispo acá, ni siquiera se notaba la diferencia. Siempre terminaba las conversaciones con ‘recen por mí’, como después haría siendo papa”, recuerda Sebastián, de 71 años, en diálogo con TRT Español. “Fue el papa ideal: humilde, solidario, no buscaba hacerse notar”.
Ahora, en el barrio donde creció, cerca de la plaza donde jugaba a la pelota y compraba el periódico, cientos se reúnen para despedirlo, pero no todos pueden poner en palabras lo que sienten, porque brotan las lágrimas. “El sentimiento no se puede describir. Se va un gran hombre, defensor de la gente más humilde. Y un hombre que ha renovado a la Iglesia católica”, cuenta Jorge, con la voz entrecortada.
Un orgullo más allá de la Iglesia
Pero el respeto y la admiración por el papa Francisco va mucho más allá de la institución eclesiástica.
“Yo no me involucro mucho en lo que es la Iglesia, porque también es política. En todo lo que sea el Vaticano influyen otros poderes. De eso estoy alejado. Hoy vengo a la casa de Dios, agradezco y rezo por él”, reflexiona Sebastián.
Tomás, un joven que también se acerca a las puertas de la basílica, coincide: “No me siento identificado por el Vaticano, pero eso no significa que no lamento la muerte del papa. Es un orgullo para nosotros y de hecho vine acá para recordarlo”.
El regreso que no fue
A principios de 2013, Bergoglio partió rumbo a Roma para el cónclave tras la renuncia de Benedicto XVI. Fue elegido papa y, desde entonces, nunca volvió a su país, algo que muchos analistas atribuyen a una decisión para no generar divisiones entre los argentinos.
“Teníamos la esperanza de que él pudiera volver. Muchos dicen que no quiso venir por cuestiones políticas. Pero también tenía muchos compromisos y creo que no llegó a hacer todo lo que quería”, dice Camila. “Aun así, hizo muchísimo en estos 12 años. Su palabra llegó a muchos”.
Sebastián coincide: “El papa Francisco no volvió por la política, porque no quería dejarse influenciar. Pero creo que no era necesario que viniera. El cariño de la gente está presente igual”.