En un taller de la ciudad de La Punta, en la provincia argentina de San Luis, dos hermanas se sientan a tejer. Lo hacen desde hace años. Cada cuadrado de lana que producen tiene un destino diferente: abrigar a quienes enfrentan el invierno en hogares precarios o en la calle.
Cristina y Ana Maure lideran Bendita Trama, un grupo de mujeres tejedoras que fabrican mantas con lanas y telas recicladas para personas en situación de vulnerabilidad. Lo hacen sin fines de lucro ni estructura formal, impulsadas sólo por el deseo de ayudar.
“La idea surgió entre nosotras dos y, de a poco, se fueron sumando mujeres”, cuenta a TRT Español Cristina, de 40 años, madre soltera de tres hijos. “Ahora somos más de 15, cada una aporta en los momentos que puede”.
Las mantas llevan alrededor de 300 cuadros. Cada uno es tejido por manos distintas, muchas veces con lanas recicladas de prendas en desuso. “La gente nos da lanitas que ya no usa, o prendas viejas que nosotras desarmamos y usamos esa lana”, explica Ana.
Las mujeres, que se organizan a través de WhatsApp, se reúnen una vez por semana para unir los cuadrados. “Algunas están jubiladas y encuentran en esto una manera de sentirse útiles. Les da alegría colaborar”, dice Cristina. “Es un completo acto de amor”.
El punto de partida: la abuela modista inmigrante
La historia de Cristina y Ana Maure fue entrelazada con hilos que cruzan generaciones. Su vínculo con el tejido no nació con ellas, sino mucho antes, en las manos de su abuela Gaetana –a quien todos llamaban cariñosamente Tina–, una inmigrante del sur de Italia que llegó a Argentina después de la Segunda Guerra Mundial.
Modista de alta costura, Tina confeccionaba vestidos de novia, trajes de sastrería y piezas delicadas con una destreza que marcó a toda la familia. Aunque nunca se sentó a enseñarles punto por punto, su presencia bastaba: Cristina creció observándola trabajar en silencio, entre hilos, agujas y telas.
Ese mundo hecho a mano, paciente y minucioso, se convirtió con el tiempo en un legado que ambas retomaron a su manera. No fue una enseñanza formal, pero sí un aprendizaje emocional: un arte heredado casi por ósmosis.
“Pasaba mucho tiempo sentada a su lado, ella tejía al crochet y a dos agujas. Yo copiaba sus movimientos, practicaba sola, después me perfeccioné viendo videos en internet”, recuerda Cristina.
Ana, ocho años mayor, empezó a tejer más tarde, cuando sus hijos crecieron y tuvo más tiempo libre. “Siempre me gustó, pero no me daba el tiempo, ahora es mi pasión. Donde voy, llevo mi tejido conmigo”, dice entre risas.
Mantas para ayudar
Aunque de niñas no compartían proyectos juntas, hoy la solidaridad las une. Cristina recuerda su trabajo de años en un hospital, donde veía de cerca la vulnerabilidad de muchas personas. Tras la pandemia del covid-19, varios grupos solidarios dejaron de funcionar. Entonces pensó: “Vamos a hacer las mantas. ¿Quién me ayuda?”.
En los últimos años, la pobreza en Argentina se profundizó como consecuencia de la pandemia y de una sucesión de crisis económicas. Según los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el 38,1% de la población del país vive actualmente por debajo de la línea de pobreza.
La provincia de San Luis, con poco más de medio millón de habitantes, no es ajena a esta realidad y registra un índice de pobreza ligeramente superior, del 39,7%, al promedio nacional.
La primera en sumarse a la red de tejedoras fue Ana. Luego vinieron primas, amigas, y mujeres jubiladas. Sin jerarquías ni horarios fijos, hilaron una red de voluntarias que producen “cuadraditos de lana”, los unen y crean mantas para donar a quienes lo necesitan.
“Hay mucha gente que necesita abrigo, entonces no terminás nunca, seguimos tejiendo todo el tiempo”, dice Cristina.
Encuentros que abrigan y dan calor
Las primeras mantas fueron entregadas en La República, un barrio ubicado en la periferia de la ciudad capital de San Luis, donde la necesidad recorre sus precarias calles. Una de esas mantas fue destinada a una mujer embarazada. “Estaba feliz, nos agradeció muchísimo y fue hermoso entregarle la manta”, cuenta Ana emocionada.
Cristina también se emociona con cada entrega: “Ver la manta terminada, saber que cada cuadro fue hecho por alguien distinto con un mismo fin, ayudar, eso tiene mucho valor”, afirma.
La única constancia: el compromiso
El proyecto no tiene metas fijas ni fechas límite. Tejen cuando pueden, entregan cuando las mantas están listas. La única constante es el compromiso de cada una de las tejedoras con ayudar a otras personas.
Este año, el frío las sorprendió con las agujas aún en movimiento. Cuando comenzaron a organizarse y a tejer los primeros cuadraditos, el frío ya se había instalado en San Luis. A pesar del entusiasmo, el tiempo jugaba en contra. Las primeras mantas llegaron a destino en plena temporada invernal, pero ahora proyectan con más previsión.
“Nos agarró el frío empezando tarde, por eso ya estamos pensando en tejer durante el verano para llegar con stock al invierno que viene”, dice Ana.
Ubicada en el corazón de Argentina, la provincia de San Luis se caracteriza por un clima con estaciones bien definidas. Los veranos son cálidos y secos, y en los inviernos las temperaturas descienden por debajo de los 0 grados Celsius. El frío comienza a sentirse desde mayo y se extiende hasta agosto, marcando una temporada invernal especialmente dura.
Un espacio para crear, compartir y multiplicar
Bendita Trama no solo dona mantas. También ofrece talleres gratuitos y de pago de crochet, macramé, bordado mexicano y pintura decorativa, para todo tipo de público. Allí, además de aprender técnicas, se comparten historias de vida.
“El espacio es terapéutico, viene gente con distintas realidades y encuentra en el arte una forma de desestresarse, es como una catarsis colectiva”, explica Cristina.
La pasión por el tejido forma parte del día a día de Cristina y Ana. Lo hacen en sus casas, en encuentros con otras mujeres, e incluso cuando viajan.
Ambas coinciden en que tejer también les dio una nueva rutina, más conectada con lo que disfrutan hacer. Para ellas, el tejido no es una carga, sino un espacio de placer, calma y entrega. Y, aunque el compromiso es grande, encuentran el apoyo necesario en sus familias.
Si bien no todas sus hijas comparten la misma pasión, las acompañan y respetan el trabajo que hacen. “Mi hija me dice: ‘Otra vez llevás el tejido de vacaciones’, pero me apoya. Me impulsa”, dice Ana, entre risas.
Cristina agrega: “Cada una aporta desde su lugar. Mi hija no teje, pero cocina para ayudar, somos un equipo”.
El mensaje es claro: ayudar es posible desde lo que cada uno sabe hacer. Coser, cocinar, levantar una pared, acompañar a otros, para las hermanas Maure todo suma.
El deseo de Cristina y Ana no se limita a su entorno. Sueñan con que este gesto íntimo que comenzó entre dos hermanas se multiplique en otros rincones del país. “Ojalá que en cada ciudad haya gente que se anime a tejer una manta para quien lo necesita”, dicen, con el deseo de que otras personas de Argentina y el mundo se contagien con esta iniciativa.
Para ellas, la idea no es tener protagonismo, sino contagiar esa voluntad de ayudar desde lo que cada uno sabe hacer. Porque en tiempos de crisis, tejer también puede ser una forma de resistir y acompañar.
“Es muy satisfactorio ayudar sin esperar nada a cambio, es lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos, es lo que nos sostiene”, afirma Cristina.
En un país golpeado por la crisis económica, donde miles de personas pasan las frías noches de invierno sin abrigo, estas mujeres demuestran que la solidaridad también se puede tejer.