Sueida (Siria) - Ivana saborea la sfiha como si fuese un manjar de reyes. Esta empanada de carne, especiada con sumac y servida en un humilde puesto callejero de Sueida, tiene el sabor de un pasado lejano, de un hogar que llevaba demasiado tiempo sin pisar. Catorce años transcurrieron desde su última visita a Siria, un país marcado por la guerra, la represión y la amenaza constante de ataques.
Sueida, al sur del país, es un enclave de la comunidad drusa y también un reflejo de la migración siria hacia Latinoamérica. En sus calles, el aroma del café con cardamomo se mezcla con el de la yerba mate, y no es raro escuchar una conversación en árabe salpicada de palabras en español.
En cuanto cayó el régimen, Ivana no dudó en volver a Siria. Aunque fuera de viaje. Se dio unos meses de margen para asegurarse de que la situación en Sueida no era demasiado peligrosa para regresar, y ahora ha llegado con su marido y su hijo de nueve años.
“Ví la guerra en la mirada de la gente”
Sólo ver la reacción de sus tías merecieron la pena del viaje, desde Islandia, donde Ivana vive desde hace dos años. “Mi familia siria se emocionó”, recuerda. “Mis tíos están viejos. Detrás de la sonrisa escondían dolor, estrés. Ví la guerra en la mirada de la gente. Ahora no hay suficiente dinero, y me avergüenza comer en los restaurantes: una parrillada cuesta el sueldo de un trabajador local”.
Mientras tanto, Israel no deja de castigar a Siria con ataques aéreos selectivos. En los últimos meses, los bombardeos sobre posiciones militares han aumentado, justificándolos como una estrategia para debilitar la presencia de Irán en la región. Pero en Sueida, la sensación es otra: los ataques parecen una estrategia de desestabilización. “Si Israel es un país que está bombardeando Gaza”, se inquieta Ivana. “¿Qué opinión puede esperar de los sirios?”
Sueida, la “Pequeña Venezuela”
Sueida es conocida como la “Pequeña Venezuela”. Además de ser capital de la región que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu quiere separar de Siria, este rincón al sur del país es como un trozo de Sudamérica en Asia occidental. Miles emigraron a Venezuela, Argentina y Brasil a principios del siglo XX. Los que volvieron, trajeron un árabe salpicado de Caribe y, sobre todo, se trajeron el mate. Hoy, Siria es el país mayor importador de yerba del mundo.
“Volver ha sido un choque de realidades”, cuenta Ivana en un restaurante en el que ponen arepas y pepitos venezolanos. Es la primera vez que regresa al país de sus orígenes desde 2012. Después de pasar su infancia en Venezuela, en 2000 sus padres decidieron mudarse a Siria con sus cinco hijas. Es la historia de muchas familias de Sueida, donde la mayoría drusa ayudó a hacer del país sudamericano la comunidad drusa más grande fuera de Asia Occidental u Oriente Medio. Sus abuelos paternos habían emigrado y su padre se había llevado a su madre. “Mi madre aprendió español a través de las telenovelas”, cuenta.
Cuando llegó a Siria de niña, Ivana no escribía ni leía árabe. Aun así, llegó a estudiar filología hispánica en la Universidad de Damasco. Recuerda su periodo en la capital con cariño: afianzó sus raíces latinas, sus amigas tenían todas una historia similar. Incluso el noviazgo que la llevó de vuelta a Venezuela empezó de la manera más druso-hispana posible: con mate.
En su primera cita —concertada por su familia y a la que Ivana se resistía a acudir— dejó claro a su pretendiente que no estaba preparada para ningún compromiso: “Yo soy muy terca: no sé cocinar, tengo muchas ambiciones y sueños que cumplir, tengo un carácter muy difícil”, la advirtió Ivana. “¿Por qué no te buscas a una mujer de 15 años y la moldeas a tu gusto?”. “Vaya, una mujer con las ideas claras”. le dijo su futuro marido. “Eres lo que estoy buscando”.
Pasaron las citas y la relación se fue afianzando. Empezando la guerra, decidieron casarse. Y a los nueve días volvieron a Venezuela. “Nos tocó duro el conflicto. Me escapé de una guerra para entrar en una crisis económica. Viví los dos tipos de guerra: en Venezuela, la falta de alimentos y medicina no fue una crisis, fue una guerra”.
Un futuro en Islandia
Después de ocho años a orillas del Caribe, las protestas callejeras obligaron a la pareja —ya con un hijo pequeño— a entregar el restaurante que regentaban y volver a partir. “La guerra económica en Venezuela nos llevó a Islandia, donde vivían mis otras dos hermanas”, recuerda Ivana. “Era el único país que estaba aceptando a los venezolanos. Gracias a Dios, nos ha recibido con mucho amor”.
Durante los casi dos meses que vivieron en un hotel pagado por el Gobierno islandés, se presentó voluntaria para dar comida venezolana y árabe a la comunidad. “Muchas veces se tiraba la comida porque la gente no comía, los platos que se preparan en Venezuela eran diferente y no estaban acostumbrados”, evoca. “Y, como vengo de un país donde la comida no se desperdicia, me daba pena”.
Esos platos típicos de Venezuela los ha encontrado ahora curiosamente en su regreso a Siria. “Ver las verduras frescas en la calle, todo tipo de hierbas: menta, cilantro. Pasear por los mercados de Damasco y probar los condimentos, los aceites de oliva, los quesos. ¡Cuánto tiempo hacía de esto! Extrañaba esos aromas”, se entusiasma.
Pese a eso, se llevará de vuelta a Islandia un sabor amargo de su paso por Siria. La situación aún no es segura, hay tiroteos casi diarios en la región de Sueida y una crisis económica alarmante. Por encima de eso, están los intentos desestabilizadores de Israel.
Volver, un sueño lejano
Por todas esas razones, Ivana por el momento no se muda del apartamento ya amueblado que su familia ha conseguido en la capital islandesa. En Reikiavik, la sirio-venezolana pudo validar sus estudios, le dieron licencia de enseñanza y actualmente trabaja como ayudante de profesora.
“Tendría que haber más seguridad, organización, leyes que ayuden a que uno viva como un ser humano en Siria, con todos sus derechos”, se lamenta. “Que uno sienta que vive, no que sobrevive. Que haya leyes”.
Ivana cuenta que uno de los motivos de su viaje ha sido que su hijo Karim comparara su vida actual en Islandia con la de sus primos en Siria. “Tuvo la oportunidad de visitar una escuela: están prácticamente destruidas”, dice ella, “pero mi hijo aún así lo disfrutó mucho”.
Para Ivana, el regreso a Siria no ha sido solo un viaje al pasado, sino una confrontación con una realidad devastadora. Caminando por los mercados de Damasco, entre las montañas de especias y las estanterías de aceites de oliva, siente nostalgia de una vida que pudo haber sido distinta. Las escuelas que visitó con su hijo están en ruinas, los niños juegan entre escombros, y los adultos llevan en el rostro el peso de los años de guerra. La sombra del conflicto que aún lo cubre todo.