Washington D.C. — En Texas, el río Guadalupe era popular para practicar rafting, pesca con mosca y canotaje. Pero este fin de semana, su nombre fue sinónimo de tragedia: en apenas una hora creció 8 metros, arrastrando casas, campamentos de verano y cerca de 110 vidas con las aguas desbordadas.
El agua subió antes del amanecer, rápida e implacable, engullendo cabañas, automóviles y las risas infantiles que solían resonar en Camp Mystic, campo de verano para niñas con más de un siglo de historia a orillas del Guadalupe.
Para media mañana, el campamento había desaparecido; el río había crecido más allá de lo imaginable. Y también se habían perdido decenas de vidas en lo que ahora las autoridades llaman la “inundación más letal” de la historia reciente de Texas.
Pero mientras los helicópteros sobrevolaban el lodoso paisaje en busca de desaparecidos, otro desastre, más silencioso y lento, comenzaba a desarrollarse: uno medido no en metros de agua, sino en primas de seguros por las nubes, pólizas abandonadas y el colapso de un sueño que alguna vez se vendió barato: tener una casa en Texas.
"Les digo a mis clientes que esto no es solo una crisis de vivienda", declaró a TRT World Javier Mendoza, analista de riesgo climático y exagente de seguros radicado en Houston. "Es una crisis de protección. En Texas aún se puede comprar el sueño americano. Simplemente no siempre se puede asegurar".
Una casa sin seguro
Durante décadas, Texas atrajo a muchos por su sol y su expansión. Un lugar donde profesores, conductores de Uber o graduados de primera generación aún podían aspirar a una casa de tres habitaciones con jardín. Pero en ciudades como Austin, el precio de vivir ya no es solo la hipoteca, sino también el costo de la crisis climática.
Una vivienda promedio en Austin cuesta entre 450.000 y 560.000 dólares. Pero cada vez más compradores, especialmente quienes pagan en efectivo o usan métodos de financiamiento alternativos, están renunciando al seguro.
¿Por qué? Porque la prima promedio supera ya los 2.700 dólares al año, y en algunas zonas de alto riesgo, las aseguradoras simplemente se están retirando.
“Básicamente estás comprando un activo de seis cifras sin paracaídas”, dijo Javier Mendoza. “Y en este estado, donde los incendios forestales llegan hasta tu patio trasero y el granizo es común, eso es suicida”.
Solo en Austin, el 71% de las viviendas está en riesgo de incendio. Un 9% enfrenta un riesgo severo de inundación en los próximos 30 años. Y tras las inundaciones mortales del fin de semana pasado, ni siquiera las zonas que no están en mapas de riesgo están a salvo.
Mientras los equipos de rescate continúan revisando las riberas del río en busca de desaparecidos, y las familias remueven los escombros cubiertos de barro, la atención política empieza a centrarse en la zona del desastre.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo a la prensa en Washington que planea visitar Texas esta semana, “probablemente el viernes”.
“Lo habría hecho hoy, pero solo estorbaríamos”, afirmó.
El crecimiento se encuentra con el abismo
Mientras las autoridades cuentan a los muertos, reparan carreteras, restablecen la electricidad y contabilizan las pérdidas, también hace una evaluación más silenciosa: una que no acapara titulares pero que duele más… Una crisis de vivienda agravada por el caos climático y la frágil ilusión de seguridad.
En Houston, los agentes inmobiliarios dicen lo que las aseguradoras no ponen por escrito: hay códigos postales enteros donde es casi imposible conseguir un seguro contra inundaciones. Los constructores siguen edificando. La gente sigue comprando.
Esta es también la paradoja del auge de Texas: torres relucientes y suburbios planificados construidos sobre arroyos olvidados.
Las ciudades están creciendo más rápido de lo que la infraestructura o los modelos de seguros pueden adaptarse. El clima ha cambiado. Pero la promesa no.
“Existe esta idea de que si trabajas lo suficiente, serás recompensado con estabilidad”, dijo Mendoza. “Pero lo que estamos viendo es una ruptura de esa narrativa. Puedes hacer todo bien y aun así perderlo todo de la noche a la mañana”, añadió.
La nueva apuesta americana
“En Austin, una clienta de 44 años compró una casa modesta en el lado este hace dos años, de contado, tras ahorrar durante casi una década. Intentó contratar un seguro. Cuatro compañías la rechazaron. La quinta le ofreció una prima tan alta que se habría llevado la mitad de su salario”, explicó Mendoza.
Este es solo uno de muchos casos, advirtió.
Desde 1980, Texas ha acumulado más de 400.000 millones de dólares en daños relacionados con el clima.
Pero el costo no es solo físico, es psicológico: millones de residentes viven en un estado constante de cálculo ansioso, preguntándose si la próxima alerta meteorológica será la que los arruine.
Una inundación arrasa con un campamento de verano. Pero también, en la letra pequeña, se lleva la idea de que una casa es un santuario.
En un mundo que se calienta, la historia de Texas no trata solo de resiliencia o incluso de pérdidas: podría tratarse de una reinvención, de replantear qué significa la seguridad en la era de los megaincendios, tsunamis tierra adentro e inundaciones repentinas.
“No solo nos estamos adaptando al clima”, dijo Mendoza. “Estamos reescribiendo el sueño americano en tiempo real. Y como toda gran historia, esta va a costar más de lo que imaginábamos”.