La gente, cuando tiene claro lo que quiere, lo deja impreso de mil y una formas. Busra Ogut, menor de cuatro hermanos, nacida en 1998, creció en la ladera de los montes Tauro, al suroeste de Türkiye.
Allí, Moammer y Afife Ogut, es decir papá y mamá, se dedicaban a la ganadería y la agricultura. Y Busra, de niña, los ayudaba. Sin embargo, siempre que podía y aún sin tener ninguna formación artística, cada superficie que encontraba, por más pequeña que fuera, ella la dibujaba. Podían ser piedras, cáscaras de nueces, bombillas, tapones de botellas y paredes de la casa –y esta es la opción que, como podrán imaginar, a mamá menos le gustaba-. Ella dejaba allí su sello.
“Desde chica me encantaba experimentar con los materiales que encontraba en la naturaleza”, mira hacia atrás su vida Busra para TRT Español. “Tomaba piedras y dibujaba sobre ellas. No necesitaba papel ni colores artificiales; creaba utilizando lo que me rodeaba. Me parecía un patio de recreo infinito para la creatividad”.
Para ella, el paisaje era un lienzo y también, a la vez, una paleta de colores. De todas las actividades que hacía, sin dudas, pastorear las cabras y las vacas por la montaña era su favorita. Allí, tan cerca del cielo -a 1.100 metros sobre el nivel del mar-, Busra observaba cómo Dios, ese inmenso pintor, modificaba su cuadro a cada temporada. “Cuando íbamos al monte con los animales, tenía mucho tiempo libre así que me dedicaba a explorar y dibujar con lo que encontraba”, evoca. “Me emocionaba cada vez que iba a la montaña porque descubría un color o una textura nuevos. Creo que este proceso dio forma a lo que soy”.
En lugar de comprar pinturas, Busra las busca en el mismo lugar donde son creadas. “En los montes Tauro hay muchas piedras marrones que revelan un color blanco al rascarlas con otra piedra. Ese fue mi punto de partida”, recuerda. Así descubrió, entre otras cosas, cómo fragmentos de cerámica antigua, que se encuentran por toda la montaña, dan un tono rojizo al aplastarlos. Obtuvo el negro de restos de leña carbonizada. Extrajo el verde de las hierbas, el amarillo de las piedras que sólo se encuentran en una pequeña parte de la montaña y los tonos azules de la espiga de flores. “Me encanta que cada obra de arte tenga una conexión directa con el lugar donde fue creada”, se entusiasma.
Una artista en familia de ganaderos
Fue raro en un lugar tan remoto como ese convencer a su entorno de que quería ser artista. Para su familia, por ejemplo, lo importante, le repetían una y otra vez, era concentrarse en la huerta, en los animales. Es decir, en lo que le daría un ingreso fijo en el futuro, al igual que sus padres y sus hermanos. ¿Ser artista? ¿Qué idea tan extraña era esa? “En nuestra región, no conocían a nadie que se hubiera dedicado al arte”, explica. “Pero con el tiempo, al ver que no me rendía, mi familia empezó a alentarme y se convirtió en mi mayor apoyo”.
Ni siquiera entre las montañas, rodeada de animales y yendo a la pequeña escuela del pueblo, había forma de ocultar su talento. El profesor de primaria descubrió sus dibujos y pronto su arte empezó a llamar la atención de la comunidad. Y hasta años más tarde, le asignaron un retrato de Mustafá Kemal Atatürk, padre de la república turca, en la pared de un gran edificio junto a la plaza del pueblo.
Con el tiempo, pudo dejar las montañas –al menos por varias temporadas - y licenciarse en 2021 en el Departamento de Diseño Gráfico de la Universidad de Bellas Artes, Mimar Sinan de Estambul. Y desde 2023, trabaja como directora de arte.
El mensaje que baja con la naturaleza
Para Busra, no se trata sólo de reflejar lo que el paisaje le habla, le inspira, le susurra al oído. Para ella, también las piedras, el carbón, la ceniza, las entrañas del cerro también denuncian las injusticias de este mundo. Y ella está ahí para descifrarlo y contárselo al planeta. “Cuando observas la naturaleza de cerca, te das cuenta de que el arte existe en cada rincón, y todo lo que tienes que hacer es acercarte a él. A través de mi arte, expreso la destrucción del medio ambiente, las masacres en tiempos de guerra o las violaciones de los derechos y libertades de grupos marginados. Mis obras pretenden ser una voz contra estas injusticias”, argumenta. “Una de mis obras mostraba el cuerpo de una mujer formado a partir de lápidas, como referencia simbólica a las mujeres víctimas de violencia doméstica. Otra vez dibujé una escena impactante en una roca de nuestro jardín: un soldado llorando mientras rescataba a sus compañeros durante una avalancha en Van”.
A veces la naturaleza le habla entre líneas, ambiguamente, y a veces le transmite un mensaje con la contundencia de un martillo. “Una de mis obras se inspiró en las líneas de un tronco de un árbol talado”, recuerda. “Me recordaron la postura de un feto en el vientre de su madre. Las ramas a los lados simbolizaban los lazos y las elecciones que mantienen a un ser conectado a la vida”.
Sus obras han llamado la atención de galerías de arte reconocidas en Türkiye y han sido expuestas en muestras de largo alcance. Su trabajo hoy abarca el diseño gráfico, la caricatura, la pintura y la instalación artística. Y ha desfilado por la Exposición de Jóvenes Artistas organizada por el Rotary Club, una exposición en el marco del proyecto A Place for Art en Galataport. Ha intervenido en la exposición Face to Face organizada por la Fundación Aydın Doğan, y la muestra de carteles organizada por el Ministerio de Cultura y Turismo de Türkiye. Cada año, suma más y más lugares como un collar innumerable de logros como cadena de montañas.
Arte efímero que nace y muere absorbido por la naturaleza
Al principio, Busra no toleraba que muchas de sus obras de juventud fueran reabsorbidas por el paisaje –pues quedaban a la intemperie, con la montaña como único espectador-. A veces era la lluvia, a veces el viento que todo lo borra. Y a veces, el paso de los animales. Busra intentaba llevarse las piedras intervenidas a casa para conservar su obra. Pero con el tiempo comprendió que la desaparición formaba parte del ciclo natural de la vida. Y eso, de algún modo profundo, le trajo paz. “Empecé a ver el arte, como la vida misma, algo que nace y se desvanece de forma natural”, recuerda. “Y empecé a amar la idea de que mi trabajo se mezclara con la naturaleza, en lugar de separarse de ella. Después de la lluvia, puedo volver a la misma roca y dibujar algo nuevo sobre lo que queda. Las capas se acumulan, creando nuevas historias”.
Ni hoy ni de niña mientras pastoreaba las cabras de sus padres, jamás Busra dibujó para ganar fama. No crea arte para ganar dinero. Ni decide ser artista para formar parte de un movimiento de vanguardia o tener más seguidores en redes. Busra tiene un propósito más simple y más profundo: “Creo arte porque lo disfruto y porque es una responsabilidad hablar a través de mis obras”, concluye como si fuera lo más obvio del mundo. “La naturaleza, los árboles y los animales me transmiten una profunda sensación de pertenencia. Creo que cada huella que dejamos en esta tierra crea una onda, y es esencial generar conciencia de nuestras responsabilidades en el mundo en que vivimos”.
Este artículo fue redactado por Abdul Wakil Cicco y reportado por Mohammad Bashir Aldaher.