CULTURA
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De Estambul a Arafat: lo que me acompaña al Hajj
El Hajj es uno de los rituales más sagrados del islam, pero su verdadero comienzo no es físico, sino interior. Esta es una reflexión sobre cómo me he preparado espiritualmente y por qué el Día de Arafat representa tanto para millones de creyentes.
De Estambul a Arafat: lo que me acompaña al Hajj
Más de un millón de peregrinos ya han llegado a Arabia Saudita para realizar el Hajj, la gran peregrinación a La Meca que, según la tradición islámica, se debe hacer al menos una vez en la vida. / AA
2 de junio de 2025

Hoy es el primer día del Dhul Hijja, el último mes del calendario lunar islámico y en el que están 10 de los días más sagrados del año para los musulmanes. Más de un millón de peregrinos ya han llegado a Arabia Saudita para realizar el Hajj, la gran peregrinación a La Meca que, según la tradición islámica, se debe hacer al menos una vez en la vida. Este año, alhamdulillah (gracias a Dios), yo estaré entre ellos.

A punto de cumplir 33 años—una edad significativa para los musulmanes, relacionada con la juventud eterna en el Paraíso—estoy haciendo mis maletas en Estambul, en medio de una mezcla de emociones difíciles de describir. Puede considerarse una edad temprana para este viaje, pues muchos musulmanes esperan tener una edad mayor para hacerlo. Me siento profundamente honrada, agradecida, emocionada... y, si soy honesta, también un poco abrumada.

Hay una alegría silenciosa al saber que estaré caminando junto a millones de personas de todos los rincones del mundo. Rezaremos unidas—hombro con hombro, sin importar la lengua ni la cultura—unidas por el amor a Dios. Pero también hay una inquietud interior: ¿estaré realmente preparada para una experiencia tan sagrada?

El Hajj no es solo un conjunto de rituales. Es una experiencia transformadora. Nos recuerda quiénes somos, por qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Es algo íntimo y colectivo a la vez. Es, en cierta forma, la forma en que Dios nos recuerda que nunca fuimos creados para caminar solos por este mundo.

A través de cada paso—físico, emocional y espiritual—el Hajj enseña que somos seres completos, hechos para adorar no solo con el corazón, sino también con el cuerpo y en comunidad.

En los días previos a mi partida, intento prepararme en distintos niveles: aprendo la logística de cada rito, reflexiono sobre sus significados y trato de comprender la profunda dimensión simbólica de cada gesto. Como alguien que alguna vez se enorgulleció de ser una buena estudiante, quiero “hacerlo bien”. Pero esta vez no se trata de calificaciones. Se trata de sinceridad.

Y con esta serie de diarios, quiero invitarte a que me acompañes: ya sea hayas realizado el Hajj, sueñes con hacerlo o simplemente quieras comprenderlo desde dentro, desde la vivencia personal.

Arafat: el corazón del Hajj

Entre los musulmanes hay una frase que suele repetirse: “El Hajj es Arafat”. Pero ¿qué significa realmente?

Arafat es una extensa llanura cerca de La Meca donde, el noveno día de Dhul Hijja, todos los peregrinos se reúnen para realizar el wuquf, una pausa sagrada en la que se permanece de pie en adoración. Desde el mediodía hasta el atardecer, no hay rituales complejos ni ceremonias elaboradas. Solo millones de personas en pie, en silencio o en llanto, hablando con Dios.

Se dice que fue allí donde Adán, el primer ser humano, se reencontró con Hawwa (Eva), y donde sus súplicas fueron escuchadas y perdonadas por Dios. A partir de ese momento, comenzó el verdadero viaje de la humanidad en la Tierra: no con un castigo, sino con misericordia.

Arafat simboliza eso: el principio de la existencia humana, marcado no por la perfección, sino por el arrepentimiento, la humildad y el perdón divino.

Por eso, este día tiene un significado tan profundo para cada peregrino.

Un equipaje invisible: cargar con súplicas

Mientras doblo mis pañuelos, guardo abayas (ropa holgada usada por muchas mujeres durante el Hajj) y coloco sandalias en mi maleta, también llevo conmigo algo más valioso: duas—súplicas personales.

Pero esta vez, no son solo mías. En los últimos días, amigos, vecinos y familiares se han acercado a despedirse y a hacer algo hermoso. Con sus abrazos, me han confiado sus oraciones. Me susurran nombres, dolores, esperanzas. Me piden una sola cosa: “No te olvides de mí en Arafat”.

Es una tradición sencilla, íntima. Pero también una de las formas más profundas de fe y de confianza mutua que he vivido.

Para ellos—y para mí—no es solo un favor. Es un honor. Y una responsabilidad sagrada.

Aunque, mientras escribo, esto aún faltan algunos días para estar físicamente en Arafat, ya siento su peso. No el físico, sino el espiritual.

Porque cuando una se para allí, no estás sola. Estás de pie por quienes amas. Por quienes no pudieron hacer el viaje. Por quienes, en silencio, te confiaron una parte de su alma.

Arafat es como un ensayo del Día del Juicio Final: ese momento en que todos compareceremos ante Dios.

Pero a diferencia de ese día, Arafat está lleno de esperanza.

En ese lugar no hay jerarquías, ni idiomas, ni muros. Solo almas dirigiéndose hacia lo Alto.

Y Dios ha prometido su perdón a quienes lo buscan con sinceridad.

Así que estaré allí. De pie.
Y pediré.
Por mí.
Por los que amo.
Y por todos los nombres que ahora llevo conmigo, cruzando mares y fronteras, esperando ser susurrados hacia el cielo.

FUENTE:TRT Español
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