“Esta sangre es una gran responsabilidad”: Aty Tima, heredera de dos pueblos indígenas en Colombia
AMÉRICA LATINA
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“Esta sangre es una gran responsabilidad”: Aty Tima, heredera de dos pueblos indígenas en ColombiaAty Tima es heredera de dos cosmovisiones indígenas en Colombia que rara vez conviven en una misma vida: la de los arhuacos y la de los kamëntsá. En el Día de las Mujeres Indígenas destacamos su compromiso por proteger y mantener vivas sus raíces.
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hace 7 horas

Pueblo Bello, Cesar, Colombia — En Pueblo Bello, un pequeño municipio de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, una joven pasa horas tejiendo una mochila tradicional mientras recuerda los cantos que escuchó en su infancia. Se llama Aty Tima Zarkuney Jamioy Mestre y, a sus 23 años, es heredera de dos cosmovisiones indígenas que rara vez conviven en una misma vida: la de los arhuacos de la montaña en el norte de Colombia y la de los kamëntsá de la selva, en el sur del país.

Cada 5 de septiembre, en el Día Internacional de las Mujeres Indígenas, resurgen las historias de quienes han defendido a sus comunidades a lo largo del tiempo. Aty Tima es una de ellas: desde la Sierra Nevada hasta el Putumayo encarna la fuerza de las mujeres que, con su palabra, su trabajo y su experiencia, mantienen latentes las raíces de sus pueblos.

Su historia comienza con un encuentro: un padre kamëntsá y una madre arhuaca se conocieron lejos de sus territorios: en Manizales, capital del departamento de Caldas, en el centro del país. Y decidieron criar a sus hijos en contacto con sus raíces.

“Me siento orgullosa de pertenecer a dos comunidades, porque son dos raíces distintas y dos conocimientos también distintos, portar esa sangre es una responsabilidad muy grande”, afirma Aty Tima en conversación con TRT Español.

Su infancia comenzó en Manizales, donde nació y pasó sus primeros años, pero pronto su familia decidió mudarse a Pueblo Bello, en pleno corazón de la Sierra Nevada de Santa Marta.

“Mi mamá decía que no quería que creciéramos lejos de nuestras costumbres y de los saberes propios”, recuerda. “Por eso, venir aquí a Pueblo Bello fue valioso: aprendimos a reconocer el río, los animales, a sentir el territorio como parte nuestra”.

La Sierra Nevada de Santa Marta, es el hogar de los arhuacos, uno de los cuatro pueblos originarios que habitan este territorio en el noreste de Colombia, considerados guardianes espirituales de la montaña. En contraste, el valle de Sibundoy, en Putumayo, es el territorio de los kamëntsá, un pueblo de origen amazónico que basa su cosmovisión en el equilibrio con la naturaleza. Aty Tima es el puente viviente entre esos dos universos.

La población arhuaca supera las 34.000 personas, de acuerdo con el censo de 2018 del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), y se encuentra principalmente en los departamentos del Cesar, La Guajira y Magdalena. 

Los kamëntsá, por su parte, suman 4.773 según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), concentrados en el Putumayo. Aunque separados por la geografía, ambos pueblos comparten la defensa de su lengua, la protección del territorio y la transmisión de su cosmovisión ancestral.

El lenguaje del tejido y los símbolos

Desde pequeña, Aty aprendió a tejer con su madre y su abuela arhuacas. “El ‘tutu’, que en español llamamos mochila, representa el sentir y el pensamiento de la mujer. Tejer es mantener en armonía y equilibrio el universo”, explica. El tejido no es un simple oficio, sino una forma de hablar con la madre tierra.

De su padre kamëntsá heredó la práctica de la artesanía y la elaboración de accesorios como collares y pulseras. Cada pieza, asegura, contiene una simbología particular: “No es cualquier objeto, sino un lenguaje visual que transmite enseñanzas”. Estos saberes los ha combinado con su formación académica: estudió diseño gráfico en la Fundación Universitaria del Área Andina en la ciudad de Valledupar, capital del departamento del Cesar, y hoy trabaja en la diagramación de libros con un énfasis cultural.

“Siempre resalto todo lo que tenga que ver con mis dos culturas. Cuando presentaba trabajos en la universidad, a mis compañeros les sorprendía escuchar historias nuevas y conocer tradiciones que no imaginaban”, recuerda. Su vida se mueve entre la tradición oral de los mayores y el lenguaje contemporáneo del diseño, uniendo herencia y modernidad.

Ser joven indígena en el siglo XXI


En Colombia, ser joven indígena significa enfrentar tensiones entre la vida comunitaria y una realidad global. Según el Censo Nacional de Población de 2018, el país cuenta con 1.905.617 de indígenas, que representan el 4,4% de la población total, distribuidos en 115 pueblos reconocidos oficialmente. 

Sin embargo, la mayoría vive en condiciones de vulnerabilidad, con brechas significativas en educación, salud y acceso a empleo formal.

Aty Tima ha transitado esos caminos. Estudió en la ciudad, pero nunca dejó de vincularse a las prácticas comunitarias. “Es una responsabilidad muy grande, porque no me represento solo a mí, sino a un pueblo. Siempre estoy aprendiendo historias, y me preocupa mucho que esos conocimientos se pierdan”, explica.

Aunque resalta que no ha sufrido discriminación directa, reconoce que hay falta de información y comprensión hacia las culturas indígenas por parte de la población occidental. “A muchos les sorprende escuchar costumbres distintas”, se asombra. “Creo que lo bonito es que la gente conozca, se informe y valore esta diversidad”.

La amenaza de la pérdida cultural y la defensa de la Madre Tierra


El riesgo de perder lenguas y saberes es una de sus mayores preocupaciones. “Si no seguimos practicando la lengua, el tejido o las historias de nuestros mayores, poco a poco pueden desaparecer. Nuestros mamos –líderes espirituales del pueblo arhuaco– no van a estar siempre, y sin ellos se perdería una memoria invaluable”, afirma.

Colombia es uno de los países más diversos de América Latina, con 65 lenguas indígenas habladas en su territorio, de las cuales 22 se encuentran en peligro de extinción, según el Ministerio de Educación Nacional. El pueblo kamëntsá conserva su lengua propia, mientras que los arhuacos mantienen vivo el iku, aunque ambas enfrentan amenazas de pérdida generacional.

La conexión entre cultura y medioambiente es inseparable. “La naturaleza es nuestra casa, nuestra madre, si seguimos talando y contaminando, ¿qué vamos a dejar a las nuevas generaciones?”, se pregunta Aty. En su comunidad, ella participa en espacios colectivos de tejido, siembra y diálogo intergeneracional. “Defender el territorio es defender también la mente y la espiritualidad”, resume.

También impulsa iniciativas vinculadas a su carrera, el diseño gráfico, para difundir la cosmovisión indígena en publicaciones y talleres. “Hablamos con la montaña y con el río, porque ahí está nuestra memoria, mantenerlos vivos es mantenernos vivos”, señala. Para los pueblos indígenas, este deterioro amenaza no solo el ecosistema, sino también la continuidad de sus prácticas culturales.

Aty Tima sostiene que vivir entre dos culturas no es una carga, sino un regalo. “Mi identidad es un puente, no una bifurcación”, comenta. En un país con más de 100 pueblos originarios, su vida es ejemplo de diálogo y posibilidad de entendimiento.

La historia de Aty Tima Zarkuney Jamioy Mestre atraviesa lo personal, simboliza la resistencia de los pueblos indígenas frente a la homogeneización cultural y los desafíos contemporáneos. Su manera de integrar saberes arhuacos y kamëntsá revela que la diversidad no fragmenta, sino que fortalece.

En tiempos de crisis climática y globalización, la voz de Aty Tima es un recordatorio de que el patrimonio cultural no está solo en museos o libros, sino en los tejidos, cantos y rituales que siguen vivos en las comunidades.

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FUENTE:TRT Español
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