En un giro desalentador de los acontecimientos, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha sugerido retrasar la segunda fase del acuerdo de alto el fuego en Gaza. El motivo: alega condiciones no cumplidas en la liberación de cautivos israelíes por parte del grupo de resistencia palestino Hamás.
La decisión provocó la suspensión de ayuda humanitaria crítica en Gaza, empeorando una situación ya de por sí desesperada para los residentes. Según informes internacionales, los alimentos y los suministros médicos se han reducido drásticamente, dejando a muchos palestinos de Gaza en una situación dramática, mientras las negociaciones diplomáticas siguen en punto muerto.
Soy, desde el año pasado, una de los 100.000 palestinos desplazados a Egipto. Aunque puedo continuar aquí mis estudios de odontología, estas maniobras políticas multiplican mi angustia.
La primera fase del cese del fuego había encendido una frágil esperanza: la posibilidad de regresar a nuestra patria y reunirnos con nuestras familias. Sin embargo, el estancamiento actual extingue ese sueño, prolongando nuestra separación y la incertidumbre que envuelve nuestro futuro.
La realidad del exilio está marcada por una añoranza que no termina y la carga pesada del aislamiento. Cada día fuera de Gaza es un día lleno de recuerdos de un hogar que ahora se siente dolorosamente lejano. La suspensión del cese del fuego no sólo retrasa nuestro regreso, sino que también afecta nuestra resiliencia emocional. Debemos lidiar con que las decisiones políticas sigan dictando el ritmo de nuestras vidas.
Mientras los políticos elaboran estrategias, los refugiados viven en un limbo
Este último retraso ha suscitado las críticas de múltiples líderes mundiales. Naciones Unidas ha pedido la reanudación urgente de ayuda humanitaria, y advierte que los civiles no deben ser utilizados en las negociaciones políticas como moneda de cambio.
Esta semana, los líderes de la Liga Árabe se han reunido para debatir vías alternativas y también han condenado el bloqueo israelí, instando a los gobiernos occidentales a presionar a la administración de Netanyahu para que siga adelante con la tregua. Sin embargo, como hemos visto una y otra vez, cuando se trata de acciones concretas que pongan fin a nuestro sufrimiento, estas declaraciones tienen poco peso.
Mientras los políticos elaboran estrategias, nosotros seguimos en un limbo, viendo con impotencia cómo nos roban días, meses y ahora años de nuestras vidas. Las familias siguen fragmentadas, con seres queridos separados por fronteras e impasses burocráticos.
El cese de ayuda humanitaria agrava el sufrimiento de los que siguen en Gaza, mientras que los desplazados nos enfrentamos a la desesperación de un exilio prolongado. Aspiramos a tener una vida normal, a la alegría sencilla de los lazos familiares, pero estas se ven aplazadas continuamente por maniobras geopolíticas que consideran que nuestras vidas son meros bienes colaterales.
Durante la primera fase del alto el fuego, me permití soñar de nuevo. Me imaginé pisando las calles familiares de Gaza, viendo los rostros de mi familia no a través de una pantalla de teléfono, sino al calor de la vida real. Imaginé reuniones llenas de risas, no conversaciones apresuradas, fragmentadas a través de conexiones de Internet deficientes. Pero a medida que el panorama político cambia una vez más, también lo hace mi capacidad de albergar esperanzas.
Fracasos diplomáticos
Las consecuencias de estos fracasos diplomáticos van mucho más allá de los desplazados. En Gaza, la crisis humanitaria sigue agravándose. Cada día que pasa, los hospitales se derrumban bajo el peso de un bloqueo implacable, y la desnutrición se cobra la vida de niños inocentes.
Aunque se ha producido una pausa en los ataques, hay que recordar que en Gaza quedan pocas viviendas en pie, y la mayoría sigue viéndose obligada a sobrevivir en refugios superpoblados y sin alimentos, agua ni atención médica. A medida que las negociaciones de alto el fuego se estancan, también lo hacen los esfuerzos por reconstruir hogares, escuelas y hospitales destrozados.
Las expectativas internacionales de poner fin a este conflicto han sido en gran medida retóricas. En el punto álgido de la guerra vimos cómo la administración de Joe Biden expresaba su apoyo a un alto el fuego y, sin embargo, seguía prestando ayuda militar a Israel, una contradicción que pone de manifiesto la hipocresía de la diplomacia mundial.
Los líderes europeos han apoyado una resolución permanente, pero no han hecho mucho más que emitir declaraciones de preocupación. Queda por ver cómo la cumbre árabe de esta semana repercute de forma tangible en el mismo lugar de los hechos. Hasta ahora, todo lo que hemos visto es un punto muerto diplomático que deja a los civiles, gente como yo, atrapados entre la política y la supervivencia.
Infancias robadas y sillas vacías
Desplazarse no consiste sólo en perder tu hogar. Es tiempo perdido. Son cumpleaños perdidos, infancias robadas, personas que fallecen antes de poder despedirse. Se trata de saber que mientras el mundo debate políticas y estrategias, hay sillas vacías que quizá nunca vuelvan a llenarse.
En Egipto, junto a otros palestinos desplazados como yo, celebramos otro Ramadán en el exilio. Este mes, que antaño era una época de calor y reuniones familiares, se ha convertido en un doloroso recordatorio de pérdida y separación. Nos sentamos al final del día para romper el ayuno, pero los asientos vacíos hacen eco de la ausencia de los que quedaron atrás, esos que deberían estar aquí, riendo con nosotros, llenando de vida este lugar.
El costo humano de este juego político es incalculable. Mis vecinos, que son madres, padres, hijos, comparten un dolor común: la herida profunda y aún abierta de la pérdida y el desplazamiento.
Mientras observadores internacionales y diplomáticos debaten políticas y estrategias, nosotros experimentamos el dolor punzante de la espera: esperar a que se abra una frontera, a que nuestras familias se reúnan y esperar por una paz cada vez más difícil de alcanzar.
A pesar de las decepciones recurrentes, sigue habiendo un espacio para la resistencia. En medio de la incertidumbre, seguimos soñando. Nos susurramos promesas al oído: algún día, nos decimos, estas fronteras dejarán de dividirnos. Algún día, nos decimos, las maniobras políticas dejarán de dictar el ritmo de nuestras vidas.
Nuestra esperanza, aunque maltrecha, sigue intacta. Es una esperanza que no nace de garantías políticas. Nace de una creencia profundamente arraigada en el poder de la conexión humana y del deseo inquebrantable de recuperar lo que una vez se perdió.