Al papa Francisco lo vi una vez: un hombre de blanco que cargaba el dolor del mundo
AMÉRICA LATINA
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Al papa Francisco lo vi una vez: un hombre de blanco que cargaba el dolor del mundoEl papa Francisco, que caminó siempre por los márgenes, eligió un funeral sin corona ni cripta. De las periferias al papado, regresa ahora humildemente a la Basílica de Santa María la Mayor.
Un hombre que nos recordó quién era —con firmeza, con ternura, con persistencia—: amigo de los afligidos, los pobres y los sin voz. / Getty Images
24 de abril de 2025

Washington D.C. — El hombre que se atrevió a vestir con sencillez, vivir con austeridad y decir la verdad frente a los imperios —el papa Francisco— ha partido. El papa de las periferias yace ahora en capilla ardiente.

Y, aun en la muerte, Francisco sigue inclinando el arco de la historia.

Misas conmemorativas resuenan en todos los continentes: cada una como un suave himno doliente de despedida. En catedrales y capillas, en ciudades y campos, los fieles se reúnen. Algunos en silencio. Otros entre sollozos.

En todo el mundo, las banderas ondean a media asta. En Washington, los edificios gubernamentales permanecen en pausa, marcados por el luto. Estados Unidos se suma a una creciente lista de naciones que declararon días de duelo oficial, en los que lo diplomático y lo divino se mezclan en un dolor compartido.

En el Vaticano, mientras tanto, se reveló el testamento final del Papa. Y, fiel al hombre que fue en vida, se caracterizó por su sencillez.

No eligió las criptas bajo San Pedro. Ni los majestuosos sepulcros de pontífices pasados. Escogió la tierra de la Basílica de Santa María la Mayor: un espacio sagrado, no de poder, sino de misericordia mariana.

“La tumba debe estar en la tierra; simple, sin decoraciones particulares", escribió. Solo mi nombre. Franciscus. Nada más.

Sede Vacante, una silla vacía

La Iglesia católica entra ahora en un período conocido como “sede vacante”. La silla de Pedro está vacía. El anillo del pescador —sello único de cada papa— ha sido destruido por el camarlengo. Es el fin de la era Francisco.

Y este final es distinto.

Francisco fue el primer papa moderno en reescribir los ritos de su propio funeral. Eliminó capas de pompa, despojó siglos de hábito imperial. Sin plataformas elevadas. Sin vistas privadas para cardenales y funcionarios. Sin embalsamamiento. Sin espectáculo.

Su cuerpo reposará humildemente en la capilla ardiente. Un simple ataúd de madera. Sin fastos ni ostentación. Un rogito —breve biografía y testimonio de su servicio— será leído en voz alta y sellado dentro del féretro.

También desaparece la tradición del triple ataúd: ciprés, plomo y olmo. Pidió uno solo. Una caja. Un viaje. Un retorno al polvo.

El funeral del papa del pueblo

Este funeral no se tratará de coronas ni incienso. Se tratará de humildad.

Francisco comprendió algo esencial: la verdadera autoridad es moral, no institucional. Durante 12 años lideró con el ejemplo,viviendo no en el Palacio Apostólico, sino en una modesta casa de huéspedes. Rechazó los ropajes dorados, caminó sin escoltas, abrió las puertas del Vaticano a migrantes y excluidos.

En su testamento final, pidió únicamente sencillez. Una oración, un ataúd de madera y ser recordado como “un pecador redimido”. Nunca se consideró un rey. Solo un hombre que trataba de seguir al Nazareno.

Y quizá su visión más clara de la muerte no fue esculpida en mármol, sino escrita con palabras. En el prólogo de un libro del cardenal Angelo Scola, escribió: “La muerte no es el final de todo, sino el comienzo de algo”.

El cónclave

Cuando termine el funeral, el sábado, comenzará otra tradición.

Los cardenales, bajo juramento de silencio, ingresarán a la Capilla Sixtina bajo la mirada doliente del Juicio Final de Miguel Ángel. Votarán. Dos veces por la mañana. Dos por la tarde. Papeletas: Dobladas, marcadas, y quemadas.

Humo negro indica fracaso. Humo blanco, éxito.

Y cuando llegue ese momento, las campanas de San Pedro repicarán. Es una tradición milenaria. El mundo mirará hacia el balcón.

Una cortina se abrirá.

Y un cardenal dará un paso adelante y pronunciará palabras que no han cambiado en 2.000 años:

Habemus Papam.

Tenemos papa.

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Durante años, el papa Francisco alzó su voz por Palestina, denunció la “crueldad” de Israel y dijo lo que otros no se atrevieron. En pocas palabras, fue una brújula moral en un mundo que le dio la espalda a Gaza cuando más necesitaba que la miraran.

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La sala de las lágrimas

Pero antes de aparecer como nuevo papa, el elegido será conducido a una pequeña sala junto a la Capilla Sixtina —la sala delle lacrime.

Allí, la gravedad del momento se hará sentir. Siempre ocurre.

Porque vestir de blanco no es una cuestión de atuendos. Es cargar con el peso de la humanidad. La ruptura del mundo. El dolor. La política. Los escándalos. Las guerras. Y, aún así, creer en la misericordia.

Llorará. O se sentará en silencio. O rezará. Y luego saldrá, vestido de blanco.

El legado que deja Francisco

Francisco nunca fue un hombre de mármol. Fue carne y hueso. Hijo argentino de inmigrantes. Jesuita que barrió suelos y viajó en autobús. Rechazó títulos. Recibió a presidentes y prisioneros con la misma calidez.

Lo vi una vez en 2019, en Abu Dhabi. La ciudad brillaba con cristal y ambición. Y allí estaba él, de baja estatura, vestido de blanco, saludando suavemente desde un coche modesto. Quietud en movimiento. En una tierra de pompa, trajo una pausa.

Como si recordara a la multitud perfumada —y a mí— que el poder puede arrodillarse, y la santidad puede susurrar. Pensé: así se ve la sencillez cuando camina y no se acobarda.

En otras ocasiones, se puso junto a refugiados rohinyás en Bangladesh y pronunció la palabra prohibida —Rohinyá— que los poderosos evitaban. Abrió la Iglesia al cuestionamiento, al debate, a quienes llevaban años excluidos.

Y nunca apartó la mirada de Gaza. Ese estrecho enclave de dolor. Llevó a sus niños en sus oraciones, los mencionó a menudo. Cuando cayeron bombas, pidió silencio, no solo de armas, sino de indiferencia.

A veces ridiculizado por la extrema derecha, y a menudo incomprendido por la izquierda, el papa siguió caminando. Hacia los márgenes. Siempre.

Lo que viene

El cónclave decidirá el futuro. Tal vez una continuación. Tal vez un giro.

Pero Francisco sembró semillas. Semillas de sencillez. Semillas de amor.

Y mucho después de que el humo se disipe y un nuevo nombre sea pronunciado desde aquel antiguo balcón romano, el mundo lo recordará no como reformista o rebelde, sino como testigo.

Un hombre que nos recordó quién era —con firmeza, con ternura, con persistencia—: amigo de los afligidos, los pobres y los sin voz.

De los palestinos, los refugiados y los marginados.


FUENTE:TRT Español y agencias
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