El 13 de junio, apenas dos días antes de que Irán y Estados Unidos reanudaran sus negociaciones nucleares, Israel lanzó un ataque militar no provocado contra territorio iraní.
Presentado por Tel Aviv como una medida preventiva necesaria para frenar las supuestas ambiciones nucleares de Teherán, este ataque ha sido condenado por muchos como una flagrante violación del derecho internacional y un asalto a la soberanía de una nación comprometida con la diplomacia.
Debe destacarse que no existe ninguna evidencia creíble de que Irán esté desarrollando armas nucleares. De hecho, el presidente Masoud Pezeshkian ha reiterado públicamente que su administración no busca desarrollar un arsenal nuclear.
En un importante contraste, se estima que Israel posee hasta 400 ojivas nucleares desde la década de 1960 y ha rechazado sistemáticamente adherirse al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), a pesar de los persistentes llamados internacionales a la transparencia. Teherán, por el contrario, sí es signatario del tratado. Aún así, el discurso global sigue centrado desproporcionadamente en las hipotéticas capacidades nucleares futuras de Irán, en lugar de abordar el arsenal existente de Israel.
Esta contradicción se encuentra en el centro de la creciente percepción de que las normas internacionales se aplican de forma selectiva: una serie de reglas para los aliados de Occidente y otra para sus rivales. El silencio, o incluso el apoyo abierto, por parte de potencias clave como Estados Unidos y Francia, no hace más que profundizar el déficit de confianza global.
Un doble estándar que socava las normas internacionales
La justificación del ataque israelí –de que Irán supuestamente representa una amenaza nuclear inminente– hace eco de intervenciones occidentales anteriores basadas en información dudosa de inteligencia o motivaciones estratégicas. Basta con recordar la invasión estadounidense de Iraq en 2003, ejecutada bajo el falso pretexto de armas de destrucción masiva, que resultó en la muerte de aproximadamente medio millón de iraquíes. Esa historia proyecta una larga sombra sobre los acontecimientos actuales.
El problema de fondo aquí no es simplemente una confrontación entre dos Estados, sino la erosión del derecho internacional cuando las potencias actúan con total impunidad.
Ahora bien, esta dinámica no se limita a Irán. Ha sido brutalmente visible en lugares como Gaza, donde las operaciones militares israelíes han provocado miles de víctimas civiles sin consecuencias reales a nivel internacional. El mensaje es claro: las instituciones internacionales parecen impotentes, y los dobles estándares siguen profundamente arraigados.
Para los países más pequeños o no alineados con Occidente, esto envía un mensaje escalofriante: la soberanía no ofrece protección real en un mundo donde las reglas se ajustan según a ciertos intereses estratégicos.
El mensaje al mundo es sombrío pero evidente: las instituciones internacionales parecen incapaces, y la rendición de cuentas depende de las alianzas, no de los principios. Para los países fuera del eje occidental o del Sur Global, esto envía la señal de que la soberanía y el derecho internacional se vuelven cada vez más opcionales frente a la agresión respaldada por Occidente.
En este contexto, muchos Estados empiezan a mirar hacia la idea de un mundo multipolar, no por convicción ideológica sino por necesidad de supervivencia. Sin embargo, los acontecimientos en torno al ataque israelí contra Irán amenazan con exponer esa idea como una ilusión vacía.
Un sistema en necesidad de reforma
El 14 de junio, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, él mismo envuelto en prolongados escándalos de corrupción, hizo un llamado al pueblo iraní para un cambio de régimen bajo el lema de la democracia. Sin embargo, las preocupaciones de Tel Aviv no se centran en los valores democráticos, sino en el poder geopolítico, con el objetivo de debilitar la influencia de Teherán y modificar los equilibrios regionales.
Esa lógica también se aplica, y sigue vigente, en el genocidio israelí en Gaza. Las acciones de Tel Aviv allí no responden a fallas de gobernanza o amenazas por parte de una entidad. soberana, sino que están impulsadas por fines más profundos: étnicos, territoriales y estratégicos. No había ojivas nucleares en Gaza, y aun así su población sufrió el mismo destino bajo el poder de fuego israelí.
Resulta evidente que el sistema global surgido tras la Segunda Guerra Mundial, construido en torno a los vencedores y con poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, ya no refleja las realidades actuales del mundo. El presidente de Türkiye, Recep Tayyip Erdogan, ha sido una de las voces más firmes en reclamar una reforma estructural.
Su ya conocida afirmación de que “el mundo es más grande que cinco” critica el poder desproporcionado de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y exige un sistema de gobernanza global más justo y representativo.
Ambiciones multipolares frente a la realidad geopolítica
Tras el fin de la Guerra Fría, el orden unipolar dominado por Estados Unidos permaneció prácticamente sin oposición.
Sin embargo, el siglo XXI ha presenciado una redistribución gradual del poder global, con países como China, India, Rusia, Indonesia, Türkiye y los Estados del Golfo ganando influencia en los ámbitos económico y político.
En respuesta a estas nuevas dinámicas, Rusia y China han liderado la creación de alianzas como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para contrarrestar la hegemonía occidental y promover la multipolaridad. Irán, reconociendo los límites del sistema global existente, se ha alineado en consecuencia.
Se unió a la OCS en 2023 y a los BRICS en 2024, dos bloques que representan colectivamente una parte significante del PIB mundial, a la población y la producción de energía.
Más allá de estos alineamientos institucionales, Irán ha forjado relaciones bilaterales profundas. Con China, firmó en 2021 un pacto de cooperación de 25 años, convirtiéndose en uno de sus principales proveedores de petróleo. Aproximadamente el 1% del petróleo que importa Beijing proviene de Irán.
A principios de 2025, Moscú y Teherán firmaron un acuerdo de asociación estratégica de 20 años centrado en gran medida en la cooperación militar. Los drones kamikaze iraníes se han vuelto un elemento destacado en las operaciones rusas en Ucrania, consolidando aún más los lazos militares entre ambas naciones.
Sin embargo, cuando Israel lanzó su ataque, estas alianzas no se tradujeron en acciones significativas. Ni China ni Rusia ofrecieron disuasión militar ni compromisos defensivos sustantivos. Sus respuestas, limitadas a condenas diplomáticas, quedaron muy por debajo de lo que implicaría un sistema verdaderamente multipolar.
Esta desconexión plantea una pregunta crítica: ¿es la multipolaridad una alternativa real o simplemente un contrapeso retórico al poder occidental? Si China y Rusia no pueden, o no quieren, actuar en defensa de sus aliados en momentos de crisis, la promesa multipolar comienza a parecer una ilusión frágil.
Un momento clave
Estados Unidos, como era de esperarse, respaldó firmemente a Israel, ofreciendo asistencia militar y desplegando fuerzas navales en el Mediterráneo para interceptar posibles represalias iraníes. Francia, por su parte, también expresó su disposición a asistir en la defensa de Israel.
En contraste, la autodenominada coalición multipolar, BRICS, OCS y sus Estados miembros, respondió con silencio o gestos simbólicos. Esta asimetría revela las limitaciones de los esfuerzos multipolares actuales y subraya una verdad dolorosa: las reglas internacionales siguen siendo impuestas y aplicadas por Occidente.
Si no se actúa ahora, otros Estados soberanos caerán uno por uno bajo pretextos arbitrarios. Hoy es Irán; mañana podríamos ser nosotros.
Como nos recuerda el poema del pastor alemán Martin Niemoller: “Primero vinieron…”, aquellos que callan ante la injusticia podrían encontrarse solos cuando la tormenta los envuelva.
Incluso recientes declaraciones de funcionarios estadounidenses –como las del embajador en Türkiye y enviado especial para Siria, Tom Barrack, quien afirmó que “la era de la injerencia occidental ha terminado. El futuro pertenece a las soluciones regionales, a las alianzas y a una diplomacia basada en el respeto”– suenan vacías frente a los hechos. A pesar de la retórica, la realidad no ha cambiado: la fuerza sigue prevaleciendo sobre el derecho.
El ataque de Israel contra Irán no es solo un acto de agresión; es un punto de inflexión para el orden global. Si el mundo multipolar se mantiene firme, podría salir fortalecido y acelerar la creación de mecanismos capaces de sortear la dominación occidental.
Si no responde de manera significativa, corre el riesgo de consolidarse como poco más que un eslogan.
El futuro del orden global está en juego. El mundo, en efecto, es más grande que cinco naciones. Pero si el resto no actúa ahora, puede seguir gobernado por esos cinco —y sus aliados— durante generaciones.
