Al menos 800 jóvenes vinculados a grupos de extrema derecha protagonizaron campañas de acoso dirigidas contra participantes migrantes, musulmanes y racializados en el European Youth Event (EYE), que se celebró en el Parlamento Europeo en junio. Un episodio que está lejos de ser un hecho aislado y evidencia una realidad alarmante: el auge de la extrema derecha en la juventud se está consolidando dentro de las propias instituciones democráticas del continente.
De manera particular, el Foro de la Juventud Musulmana Europea (Femyso) fue el principal blanco de una campaña de odio antimusulmán impulsada tanto de forma presencial como digital. La ofensiva fue encabezada por la eurodiputada francesa Marion Maréchal, presidenta del grupo Identité Libres, y contó con el respaldo de 30 eurodiputados de diferentes formaciones de derecha, quienes exigieron la expulsión de Femyso del evento, acusándoles de difundir “ideología islamista”.
Además, la campaña fue acompañada de mensajes denigrantes e islamófobos, con expresiones como “enemigos de Europa” o acusaciones de querer “imponer la Sharía”, además de amenazas y ataques racistas dirigidos a los jóvenes musulmanes presentes.
“Sabemos qué sucede cuando se permite que el odio hacia las minorías crezca, y mirar hacia otro lado se vuelve una opción aceptable. Lo vimos con el Holocausto contra judíos y gitanos, con el genocidio en Srebrenica, y hoy, mientras hablamos, lo estamos viendo con el genocidio en Gaza”, advirtió Hania Challal, presidenta de Femyso, durante su intervención ante miles de asistentes en el Parlamento Europeo. En su discurso, denunció el racismo, la islamofobia y la discriminación que enfrentaron sus participantes tanto dentro como fuera de las instituciones europeas.
“No es la primera vez que nos atacan, pero esta vez actuaron con una agresividad y un descaro sin precedentes”, afirmó la presidenta de la organización en una entrevista con TRT Español.
Frente a estos ataques numerosos eurodiputados expresaron su solidaridad con las víctimas, condenando enérgicamente las acciones de la extrema derecha y exigiendo medidas firmes para garantizar la seguridad y el respeto en los espacios institucionales.
Sin embargo, Femyso no fue la única organización acosada. DiasporaVote, que trabaja por la representación política de jóvenes de minorías, también sufrió hostigamiento verbal. “La presencia de grupos patriotas en los espacios institucionales ha aumentado considerablemente”, alertó la organización.
“Personalmente, no me sentí segura en el Parlamento Europeo con esa gente merodeando, lanzando insultos y generando un ambiente tenso y amenazante”, confesó Sawsane Djazouli, responsable de políticas y comunicación de DiasporaVote.
Estos episodios de acoso y odio contra minorías en un evento institucional reflejan una tendencia creciente en todo el continente: el avance de la extrema derecha dentro de las instituciones políticas. En las últimas elecciones europeas, estos grupos alcanzaron el 26% de los escaños, con más de 178 diputados, lo que representa un aumento de casi ocho puntos porcentuales respecto a 2019.
Un dato aún más preocupante es el crecimiento del apoyo a la extrema derecha entre los jóvenes. Más del 21% de los hombres pertenecientes a las generaciones Z (nacidos entre 1997 y 2012) y millennial (nacidos entre 1981 y 1996) respaldan a partidos de extrema derecha en 2024, según un estudio reciente publicado en la revista Journal of European Public Policy.
La extrema derecha pisa fuerte entre los jóvenes
Sawsane, de la organización DiasporaVote en Bruselas, vincula este auge con el entorno digital: “Esto tiene que ver con la polarización que vivimos en nuestras sociedades y con la exposición constante a contenidos muy radicales, incluso de odio, especialmente en internet”. Las redes sociales, con algoritmos que amplifican discursos extremos, desempeñan un papel crucial en la captación de jóvenes por parte de estos movimientos.
Julio Tapia, activista y empresario ítalo-peruano, señala sobre el impacto del abandono institucional y la precariedad: “Muchos jóvenes se sienten ignorados, fuera del sistema.” En ese contexto, señala, “es fácil que caigan en discursos que les prometen pertenencia, identidad o respuestas simples a problemas complejos”.
Tapia subraya cómo los grupos extremistas ofrecen un sentido de comunidad basado en la exclusión y la violencia: “Ellos sienten una fuerte identidad dentro de los grupos fascistas... donde la violencia —sobre todo en estos grupos de extrema derecha— es un componente bastante marcado”. A su juicio, el crecimiento de estas ideas se produce en un escenario de crisis prolongada: “Europa vive una crisis económica y social desde hace unos 15 o 20 años... La falta de crecimiento se refleja sobre todo en los sectores más vulnerables.”
Uno de los principales ejes de esa retórica ha sido señalar a la inmigración como culpable de los problemas. “Europa ha sido muy impactada por este fenómeno”, recuerda Tapia, especialmente entre 2015 y 2018. Aunque los partidos extremistas acusan a los migrantes de los problemas del país, él rechaza tajantemente esa narrativa: “Esta situación es mucho más complicada, obviamente, y no pueden ser los migrantes el problema”.
El precio del ascenso: consecuencias del auge de la extrema derecha
Pero el crecimiento de estos grupos, y su impacto político, está teniendo consecuencias sobre las comunidades migrantes y musulmanas, a quienes estos grupos suelen atacar.
Para Sawsane, estos grupos han logrado imponer sus temas e influir en los partidos de derecha tradicional: “Ahora vemos cómo incluso partidos de derecha tradicionales, que antes defendían simbólicamente los derechos humanos y la igualdad, están adoptando discursos de la extrema derecha”.
Esta tendencia se refleja en varios países europeos, donde la derecha clásica ha pactado o depende del apoyo de fuerzas ultraderechistas para gobernar, asumiendo buena parte de su agenda. En Italia, la primera ministra Giorgia Meloni lidera una coalición con partidos conservadores que ha endurecido las políticas migratorias y securitarias. En Países Bajos, los liberales han sellado una alianza con Geert Wilders, aceptando propuestas drásticas contra la inmigración y el asilo. En Francia, aunque la extrema derecha aún no ha alcanzado el poder, el ascenso del partido de Marine Le Pen ha arrastrado a la derecha tradicional hacia posturas cada vez más radicales en cuestiones de identidad, seguridad e inmigración.
Según advierte Sawsone, estas dinámicas se traducen en una criminalización creciente de la migración: “Más controles, más vigilancia policial, más criminalización”. Además, hay un retroceso general de las libertades: “Están recortando nuestros derechos, limitando el derecho a expresarnos como sociedad civil y se está desmantelando la idea de una sociedad inclusiva”, alerta.
Ese clima de violencia también lo denuncia Tapia. Según relata, existen grupos neofascistas que actúan en las zonas periféricas de las ciudades: “En las zonas más periféricas de las grandes ciudades rondan armados, diciendo que cuidaban la zona”.
Esto genera una percepción creciente de inseguridad y hostilidad: “Una tendencia violenta, sobre todo en esos grupos más militarizados”. Un entorno que provoca miedo, especialmente entre personas migrantes.
Roger, por su parte, alerta sobre los efectos de esta ola autoritaria en toda Europa: “Las consecuencias pueden ser nefastas para Europa y para el conjunto de los 27 Estados miembros. Puede acabar muy mal, porque al final esta gente ataca a las minorías”.
Como resultado, explica, muchas personas se ven forzadas a tomar medidas extremas como “tener más cuidado al salir a la calle por miedo a que la policía los ataque”.
Y es que estos testimonios vienen acompañados de informes que alertan sobre esta creciente realidad. En 2024, Europa enfrentó un preocupante aumento en el discurso y los delitos de odio, dirigidos principalmente contra migrantes y comunidades musulmanas.
Según la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA), casi la mitad de los musulmanes encuestados en 13 países sufrieron discriminación racial en los últimos cinco años.
La intervención de Hania Challal no fue solo una denuncia, sino un recordatorio ineludible: la historia nos ha mostrado, una y otra vez, las consecuencias del odio cuando se normaliza y se institucionaliza.
Ante el avance de discursos que alimentan la exclusión, la violencia y la supremacía, Europa se encuentra en una encrucijada histórica: o se resigna al silencio cómplice y al retroceso democrático, o decide trabajar por sociedades inclusivas y antirracistas que defiendan la dignidad y los derechos de todas las personas.