Srebrenica, Bosnia y Herzegovina – Las lápidas blancas se alinean una tras otras, entre las montañas que fueron testigos hace 30 años de la masacre más brutal en Europa desde el Holocausto. Poner un pie en el Centro Conmemorativo de Srebrenica-Potocari conlleva un compromiso implícito: pedir justicia y honrar la memoria de los 8.000 bosnios musulmanes asesinados en el genocidio del 11 de julio de 1995.
Y esto fue lo que sintieron miles de personas que se acercaron este viernes al cementerio, en el este de Bosnia y Herzegovina, para despedir a las víctimas identificadas este año. Un acto que se repite cada julio, pero que esta vez tuvo una carga particular: el aniversario número 30.
Muchas madres se sientan junto a las tumbas de sus hijos bajo un sol abrasador. Algunas parecen haber encontrado algún tipo de paz, mientras que otras siguen derramando las mismas lágrimas que inundan sus rostros hace tres décadas, cuando el ejército serbio-bosnio perpetró el genocidio durante la guerra de Bosnia (1992-1995).
Aunque los bosnios reciben a los visitantes con una sonrisa, el extenso cementerio, con más de 6.000 tumbas, está cubierto por un manto de solemnidad, donde toda expresión de alegría se desvanece. Allí, frente a la antigua fábrica de baterías de Potocari, donde se cometieron ejecuciones a sangre fría, el peso del recuerdo se siente a cada paso.
"Es muy duro para nosotros… Lo más importante es no olvidar, calmar el alma de quienes pasaron por esto. Y que nunca vuelva a ocurrir, en ningún lugar del mundo”, dice a TRT Ajka Rotic, quien este viernes dio sepultura a su madre, Fata Bektic, tras décadas de búsqueda.
Durante años y años, las familias han buscado en las fosas comunes algún rastro, algún hueso que pudiera compararse con su ADN y les permitiera conocer el destino de los suyos. Hubo años en que se logró identificar y enterrar a cientos de personas. Este año, en cambio, fueron apenas siete ataúdes, muy pequeños, con unos pocos huesos. La víctima más joven enterrada tenía 19 años al momento de su asesinato y la mayor, 67.
“Los familiares han estado en algunos casos hasta 30 años esperando identificar los restos de su ser querido. Para muchos, este entierro es una forma de cerrar un ciclo, que no significa olvidar lo que ha ocurrido ni mucho menos…”, explica Gervasio Sánchez, periodista que cubrió la guerra en Bosnia, en conversación con TRT Español desde el cementerio.

Hay familiares que han encontrado restos de sus seres queridos, pero los esqueletos están incompletos. “En algunos casos ha decidido enterrarlos tal como estaban y en otros casos han preferido guardarlos hasta que se completen y se encuentren el resto”, añade Sánchez.
"Esto me vuelve a traer todos los recuerdos. Todos los días es duro, pero hoy en particular es diferente”, cuenta Liubeca, mujer bosnia de 43 años, en las puertas del cementerio, en diálogo con TRT Español. “Me hace volver a ese momento en que vi por última vez a mi padre y a mi hermano. Están enterrados aquí: a mi padre lo sepultamos en 2009, y a mi hermano lo encontramos en 2012”, dice.
Liubeca relata que, tras la guerra, se fue como refugiada a Estados Unidos, donde tuvo que reconstruir su vida. A pesar de la distancia, visita el cementerio cada julio y lo hace junto a su hija, Leila, que hoy tiene 22 años.
"Es muy importante que estas historias pasen de generación en generación. Es parte de lo que somos, de nuestra historia. Estar hoy acá genera sensaciones muy fuertes”, dice Leila.
Ella es una de los miles de jóvenes que participaron en la jornada; algunos como voluntarios, otros como parte de la nueva generación que hereda el deber de recordar. Jóvenes que, en algún momento, se toman un tiempo para acercarse a llorar a las víctimas, a abrazar a una madre o hermano, y a ofrecer una palabra de consuelo.
“Lo mínimo que podemos hacer es recordar”
Unas 150.000 personas se congregaron este viernes en el cementerio para participar de la ceremonia de entierro, acompañada por oraciones y prácticas islámicas. Aunque entre las lápidas destaca una con una cruz cristiana, la gran mayoría de las víctimas eran musulmanas y fueron enterradas según esta tradición.
Pero la ceremonia no convoca solo a familiares, ni únicamente a habitantes de Srebrenica, ni siquiera exclusivamente a bosnios. Personas de todo el mundo llegan al lugar para acompañar y rendir homenaje a las víctimas. Los alojamientos de los pueblos cercanos, habitados hoy tanto por bosnios y serbios, se agotan incluso meses antes.
En la tarde previa a la ceremonia, las calles cercanas al cementerio se llenaron de rostros cansados: era la llegada de la “Marcha de la Paz”, a la que este año asistieron unas 6.000 personas. Caminaron durante tres días por la misma ruta que, hace 30 años, tomaron los bosnios en aquel intento desesperado por huir del ejército serbio.
Además de la marcha, llegaron grupos de ciclistas, motociclistas en caravana y largas filas de autos y autobuses con visitantes de distintas partes del mundo.
Carmen, de 63 años, viajó con un grupo de turistas desde Madrid, España, impulsada por la empatía y el deseo de comprender lo ocurrido. "Cuando estalló la guerra, en los 90, se sentía como algo lejano. Pero siempre estuve atenta. Toda guerra es injusta, pero esta es una injusticia aún más grande. No fue una pelea de igual a igual, porque los bosnios no tenían nada”, señala a TRT Español.
“Creo que lo mínimo que podemos hacer es recordar, recordar a los muertos. Cuando ves el cementerio, quizás no dimensionás lo grande que es. Es brutal la cantidad de personas que murieron, pero también es terrible pensar en los que quedaron, en las madres que perdieron a sus hijos…”, dice Carmen.
Junto a ella viaja otra española, de 74 años, que vincula lo ocurrido con la historia reciente de su país: “También seguimos buscando a los desaparecidos de la Guerra Civil, intentando identificar cuerpos en fosas comunes”.
“Vine para aprender, y también para solidarizarme con los desaparecidos y sus familias. No puedo hablar mucho con ellos por el idioma, pero al menos llevo su pañuelo. Quiero que sepan que estoy acá para acompañarlos”.
Fue un genocidio
Durante años se usó la palabra “masacre” para referirse a lo ocurrido en Srebrenica, un enclave que había sido declarado “zona segura” por la ONU. Fue el episodio más sangriento de una guerra en la que el ejército serbio-bosnio atacó pueblos de mayoría musulmana y, bajo el pretexto de anexarlos, emprendió una campaña de limpieza étnica.
Hasta que en 2007, la Corte Internacional de Justicia determinó que lo sucedido en Srebrenica fue, efectivamente, un genocidio.
Ese término, que va mucho más allá de una definición jurídica, tiene una resonancia especial este año. Pensar que una atrocidad así ocurrió hace solamente 30 años estremece. Y más aún cuando, al mirar el presente, sabes que está ocurriendo actualmente otro genocidio, en Gaza.
“Nunca tuve tías ni tíos. Nunca tuve a ninguno de ellos. Todos fueron asesinados. Y lo ves hoy en Palestina, con la gente de Gaza. Y el mundo no hace nada. Mientras los observan y los matan de hambre. Es horrible ver que sucede una y otra vez”, dice una joven bosnia, que porta la bandera palestina en el cementerio en Srebrenica.
Aunque muchos de los responsables del genocidio han sido juzgados, como Ratko Mladic y Radovan Karadzic, condenados por crímenes de guerra y de lesa humanidad, la búsqueda por la verdad y la justicia continúa.

“En estos momentos hay casi 6.000 cuerpos identificados y enterrados de manera individual en este cementerio. Bosnia ha dado una lección ejemplar de cómo hay que abordar el problema de los desaparecidos, de las ejecuciones extrajudiciales, de las fosas clandestinas. Ha dado una gran lección histórica a muchos países”, señala Gervasio Sánchez.
Durante la ceremonia, Elmedin Velic, sobreviviente del genocidio, resumió con una frase la importancia de, más allá del dolor, abogar por la memoria. “Estoy enviando un mensaje a todo el mundo, a todas las naciones: no debemos permitir que lo que nos ocurrió en 1995 vuelva a repetirse”, dijo.
Después del funeral colectivo, abandonar el cementerio no es fácil. Largas filas de vehículos se abren paso lentamente para salir del pequeño pueblo de Potocari, en Srebrenica, aquel lugar de horror y que hoy es refugio de memoria. Miles de personas se alejan con el corazón en la mano, muchas ya pensando en volver el próximo año. Porque recordar no es mirar hacia atrás: es una responsabilidad del presente, para que nunca vuelva a ocurrir.