Estados Unidos y China libran una competencia estratégica de alto impacto, donde los puertos, las bases navales y los corredores marítimos equivalen a enclaves decisivos de soberanía nacional, poder económico y proyección militar.
Hoy estos activos geoestratégicos consolidan zonas de influencia, facilitan operaciones militares en escenarios de tensión y aseguran el control sobre flujos comerciales vitales para la economía mundial.
Según analistas y funcionarios estadounidenses, el avance sostenido de China a través de su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por su siglas en inglés) ha motivado a Washington a intensificar su estrategia de contención, desplegando una combinación de diplomacia coercitiva, nuevas alianzas militares, inversiones en infraestructura y presencia estratégica en puertos clave de América Latina, África, Europa y Asia.
Sin ir más lejos, el año pasado Laura Richardson, exjefa del Comando Sur de EE. UU., expresó su preocupación por el megaproyecto portuario en Chancay, Perú, financiado por China, señalando su potencial uso civil-militar y su ubicación estratégica en el Pacífico sur.
Además, en febrero de 2025, Panamá decidió no renovar su acuerdo con la BRI tras presiones diplomáticas de EE.UU., una medida celebrada por el secretario de Estado Marco Rubio como un avance significativo para los intereses de Washington en la región.
¿Pero hasta dónde llega este duelo por el control de puertos y mares a escala global?
Una competencia geopolítica que llega a la Antártida
Esta competencia geopolítica se ha extendido a espacios estratégicos como el Atlántico Sur y la región antártica, que atraen la atención de China y Estados Unidos para asegurar su influencia en corredores comerciales y de seguridad clave.
La Antártida emerge como un nuevo escenario de disputa. La expansión de la presencia china, incluyendo la construcción de estaciones como Qinling, ha generado alertas entre expertos. La analista australiana Elizabeth Buchanan advierte sobre los posibles fines estratégicos y de vigilancia de estas instalaciones. Ambas regiones ilustran cómo el acceso, uso y dominio de los espacios marítimos se han vuelto centrales en la reconfiguración del orden internacional y en la consolidación de nuevas geografías del poder global.
Washington redobla la presión global: la nueva carrera por los puertos estratégicos del mundo
Esta misma lógica geopolítica se extiende a América Latina, donde Estados Unidos continúa impulsando estrategias de control sobre infraestructuras y territorios de especial interés. Un ejemplo es el canal de Panamá, una vía interoceánica fundamental para el comercio global y para las operaciones navales estadounidenses.
Desde el comienzo del segundo mandato de Donald Trump, surgieron presiones para asegurar un control indirecto sobre el canal, bajo argumentos de “seguridad hemisférica” y contención de la influencia china.
Simultáneamente, en el extremo sur del continente, la ciudad de Ushuaia en Argentina —ubicada estratégicamente en la puerta de entrada a la Antártida— ha sido objeto de reiteradas visitas por parte del Comando Sur de Estados Unidos, en un intento de establecer una base militar.
Esta propuesta ha generado un fuerte rechazo por parte de las autoridades locales. El intendente de Ushuaia, Walter Vuoto, ha afirmado públicamente que “no se entregará la soberanía”, subrayando que la instalación de una base estadounidense constituye una amenaza directa a los intereses nacionales, incluyendo la proyección geopolítica argentina sobre el continente antártico y la continuidad del reclamo soberano sobre las islas Malvinas.
A la par, China ha consolidado vínculos estratégicos con América Latina, particularmente a través de su Iniciativa BRI. Un ejemplo es la puesta en funcionamiento del megapuerto de Chancay en Perú, que refuerza la proyección comercial y logística china en el Pacífico suramericano.
Durante la Cuarta Reunión Ministerial del Foro China-CELAC, celebrada en Beijing en mayo de 2025, los países latinoamericanos reafirmaron su compromiso con una cooperación amplia y multisectorial, en claro contraste con la narrativa de desconfianza que promueve Washington.
Esta cooperación ha sido interpretada por los sectores de gran poder estadounidenses como una “amenaza directa” a su influencia histórica en la región.
Diplomacia coercitiva y proyectos tardíos
La reacción de Occidente con EE.UU. a la cabeza, ante el avance de China en el ámbito global, ha sido, en muchos casos, tardía y desorganizada.
En un intento por contrarrestar el megaproyecto de conexión terrestre, férrea, marítima y energía entre otros que representa el BRI, EE.UU. y sus aliados han impulsado iniciativas como la "Asociación para la Infraestructura y la Inversión Global" (PGII, por sus siglas en inglés), que se lanzó durante la cumbre del G7 en el año 2022, y a la par, la "Global Gateway" de la Unión Europea.
La PGII busca afianzar la influencia occidental, particularmente de Estados Unidos y sus aliados del G7, en regiones clave de África, Asia, América Latina y Europa del Este, mediante alianzas público-privadas que consolidan posiciones geopolíticas frente al avance de acuerdos comerciales con China, al tiempo que refuerzan la dependencia financiera y tecnológica del Sur Global.
No obstante, ninguna ha logrado replicar la escala ni impacto de la iniciativa china, que ya ha comprometido inversiones superiores al billón de dólares y cuenta con más de 150 países socios.
En 2023, durante la cumbre del G20 en Nueva Delhi, se anunció el India-Middle East-Europe Corridor (IMEC), un corredor comercial respaldado por Estados Unidos que conecta India, Medio Oriente y Europa.
Este proyecto busca competir con la Nueva Ruta de la Seda, pero hasta ahora se mantiene en estado embrionario.

Mediterráneo: presión sobre Grecia
Un ejemplo elocuente de esta disputa es el mar Mediterráno y Grecia. El Gobierno de Estados Unidos ha intensificado su presión sobre Atenas para debilitar la influencia china en sus principales puertos.
Según el diario griego Kathimerini (mayo de 2025), la prioridad de Washington es recuperar el control del puerto de El Pireo, actualmente operado por la estatal china COSCO Shipping. Este puerto no sólo es el más importante de Grecia, sino uno de los más grandes del Mediterráneo.
Además, EE.UU. busca ejercer influencia sobre otros puertos como Salónica y Alejandrópolis, puntos estratégicos para transportar material militar de Estados Unidos a Ucrania por ejemplo.
La presión ejercida para desplazar a COSCO del puerto de El Pireo revela una diplomacia que busca imponer condiciones más que cooperar en términos equitativos. Como lo indica Ravi Agarwal, editor de Foreign Policy, la política exterior de Estados Unidos se ha reducido a "cualquier cosa que obstaculice los intereses de China".

América Latina y el dilema de la soberanía
América Latina se encuentra en el centro de esta disputa. Por un lado, ofrece recursos naturales, ubicación estratégica y socios comerciales diversificados. Por otro, está presionada por el retorno de una política imperial por parte de Estados Unidos que busca reinstalar la Doctrina Monroe en pleno siglo XXI. La negativa del pueblo de Ushuaia en Argentina a aceptar una base naval extranjera revela una conciencia creciente sobre la importancia de la soberanía territorial, marítima y geopolítica.
A diferencia de décadas pasadas, muchos países de la región han decidido diversificar sus relaciones exteriores, ampliando sus vínculos con China, Rusia y otros actores globales.
En ese sentido, la BRI, relanzada por China en 2013 como un ambicioso proyecto de integración económica global, retoma la antigua Ruta de la Seda para construir corredores terrestres y marítimos que conectan Asia con Europa, África y América Latina.
Más allá de proveer infraestructura como puertos, ferrocarriles, carreteras y redes digitales, representa una narrativa alternativa al modelo occidental de desarrollo, ofreciendo cooperación económica sin las tradicionales condiciones político-ideológicas impuestas por potencias occidentales.
Esta estrategia china se presenta como una vía multipolar al progreso, en contraste con el enfoque unilateral y coercitivo que ha caracterizado la proyección geopolítica de Occidente.
Aunque la BRI enfrenta críticas legítimas –como la opacidad en sus contratos o el endeudamiento en ciertos países–, ha logrado consolidar una red global de cooperación que trasciende los intereses unilaterales.
¿Una nueva guerra fría marítima?
Desde el Mediterráneo hasta la Patagonia, el nuevo campo de disputa no son solo las rutas de mercancías, sino los modelos de hegemonía y soberanía.
La pregunta es si América Latina podrá mantener su autonomía estratégica en este nuevo tablero o si se verá arrastrada por una reedición de la Guerra Fría, esta vez protagonizada por barcos, contenedores y tratados marítimos.
Lo cierto es que, en este contexto, la defensa de la soberanía regional y la consolidación de alianzas multipolares no es solo una opción política, sino una necesidad.
