En la mañana del 18 de abril de 2025, un avión aterrizó en el aeropuerto de Málaga, en España. A bordo iban una madre llamada Reem y sus dos hijos: Nour e Ismail, procedentes del corazón del genocidio en Gaza. Mientras tanto, Emad Hegazi, su marido, los esperaba junto a su otro hijo con el corazón en la mano. La ofensiva brutal de Israel había partido a esta familia en dos: la esposa había quedado con sus dos hijas y el hijo pequeño atrapados en Gaza bajo el bombardeo, el hambre y el asedio. Mientras tanto, el padre y su otro hijo vivían en España procurando reunir de nuevo a la familia y sacarlos de allí. La historia de su evacuación y supervivencia es casi milagrosa.
Tras un año y medio de separación, al fin, en el aeropuerto de Málaga la familia de los Hegazi volvió a verse. “Fue indescriptible”, recuerda Emad a TRT Español. Mientras su esposa comenta: “Solo queríamos llorar. En Gaza no teníamos tiempo para llorar: solo pensábamos en proteger a quienes nos rodeaban. Era caer y levantarse. Y al que moría, no había tiempo para llorarlo”.
La historia de esta familia hispanopalestina, afincada en España desde hace más de 20 años, comenzó cuando Reem viajó a Gaza en 2019 con sus hijos —Ismail, Nour y Huda— para estar junto a sus padres, especialmente tras el agravamiento de la salud de su papá. Creía que la visita sería corta, pero el estallido de la pandemia de COVID-19, a principios de 2020, trastocó sus planes y quedaron atrapados en Gaza sin posibilidad de regresar.
En cuanto a Emad, cabeza de familia y profesor en la escuela de Linares en Jaén, Andalucía, organizaba visitas esporádicas a Gaza para encontrarse con su esposa, sus hijos y sus padres. Su último viaje fue dos meses antes de la incursión de Hamás sobre Israel, el 7 de octubre de 2023. “Por poco, lo que vino después nos atrapa allí”, cuenta.
Atrapados en Gaza
Reem despertó el 7 de octubre en su apartamento en el norte de Gaza, junto a la Universidad Islámica, “como si fuera un día normal”, sin darse cuenta de que algo grave ocurría a su alrededor y que la mantendría atrapada allí.
“Oíamos sonidos lejanos y decidimos quedarnos en casa. El primer bombardeo cayó entre mi vivienda y la Universidad Islámica. Mi hijo de 10 años se asustó mucho porque estaba mirando por la ventana. Decidí salir del edificio, pero no había coches y se cortó la electricidad. El pánico se apoderó de los vecinos: nadie sabía qué hacer ni qué iba a pasar”, relata a TRT Español.
Reem se trasladó con sus hijos a la casa de sus padres. “Allí los niños estaban más seguros, puesto que su padre no estaba”, comenta. “Fue como si la vida se hubiera detenido al pulsar un botón”.
Albergaba la esperanza de que aquella situación durara solo unas semanas, pero fue mucho peor de lo que todos esperaban. Tuvo que ocuparse de conseguir comida para sus hijos y de desplazarse por zonas de refugio, llegando incluso a ser desplazada tres veces en el norte de Gaza.
Desde España, Emad seguía en vilo las noticias. Las noches se hicieron largas y los días pasaron sin noticias ni contacto con su familia. Mientras tanto, los bombardeos seguían en aumento. “Las comunicaciones eran malísimas. Pasaron semanas sin saber nada de ellos. Oía noticias de aquí y de allá, y mis nervios estaban al límite”, recuerda.
No podía hacer mucho, salvo unirse a las manifestaciones en apoyo a Palestina en Linares. En una de esas ocasiones, tras volver de una protesta—mientras Reem y sus hijos llevaban meses atrapados en Gaza—Emad sufrió un infarto. Le colocaron cinco stents en el corazón. “No podía trabajar, ni dormir, ni hacer nada. La situación era extremadamente dura”, recuerda.
Había iniciado gestiones con el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Embajada de España en Egipto. En un principio, los nombres de su familia figuraban entre los españoles evacuados en noviembre de 2023 desde el paso de Rafah. Sin embargo, no pudieron llegar porque se encontraban en el norte y las fuerzas israelíes atacaban a los desplazados que se dirigían allí.
Huda, hija mayor de la familia, tiene 27 años y trabaja como periodista en Gaza. Es la única corresponsal en lengua española allí para canales hispanohablantes. A finales de 2023, también se vio obligada a separarse de su madre y hermanos tras conseguir llegar al sur, desde donde aún continúa cubriendo el horror en Gaza.
Un asedio de 14 días
Durante el Ramadán de 2024, la familia vivió 14 días de asedio que resultaron los más peligrosos para Reem y sus hijos. Convivieron junto a 13 personas más en una habitación, donde dormían, comían y bebían. “Bombardearon el cercano edificio Al-Abbas y la metralla voló hacia la habitación. La gente gritaba, los perros aullaban… era muy duro no poder ayudar”, recuerda Reem.
“Era la noche del domingo en Ramadán, y por el pánico ni siquiera pudimos comer para atravesar el ayuno. Nos tumbamos en el suelo mientras el asedio y los bombardeos continuaban cada día. Los vecinos en el edificio venían a preguntarnos: ‘¿Vamos a salir?’ Nosotros les advertíamos: ‘Aquí tenemos un 50% de probabilidad de morir, pero si salimos, la posibilidad de que nos bombardeen es del 100%, porque nos verán desde todas las direcciones’”.
Emad carecía de información precisa sobre lo sucedido: solo recibía rumores de que su familia había sido alcanzada por un bombardeo en el edificio donde estaban.
“Cuando los israelíes levantaron el cerco, uno de los jóvenes se acercó a la ventana para observar los tanques al amanecer, y entonces comenzaron a dispararnos. Fue uno de los momentos más aterradores de mi vida, porque pensaba que iba a morir, que mis hijos morirían ante mis ojos, o que alguno resultaría herido y no pudiéramos socorrerlo. Debido a la intensidad de los disparos, no pude dar la mano a mi hija Nour, que estaba en brazos de su tía. Parte de la gente decía: ‘Separémonos para que, si morimos, al menos algunos queden con vida’, mientras que otro grupo, entre el que estábamos nosotros, decía: ‘Si hemos de morir, moriremos todos juntos’”, relata Reem.
Reem perdió 20 kilos a causa del hambre. Su padre, a quien había ido a cuidar en Gaza, falleció en febrero de 2024, también por escasez de alimentos. “Sufría mareos constantes. Los niños siempre estaban agotados. No había gas, así que cocinábamos con leña cuando había algo que cocinar. Tampoco teníamos productos de limpieza ni champú. Mi hijo volvía de la calle con forúnculos por la contaminación del suelo, resultado de los bombardeos. Íbamos a las farmacias a comprar vitaminas, porque los medicamentos escaseaban, para compensar la carencia nutricional de los niños”.
Y, como si todo esto fuera poco, Reem perdió también a dos de sus parientes más cercanos durante el bombardeo israelí: sus sobrinos, los fotoperiodistas Rashdi Sarraj y Mahmoud Sarraj.
El 22 de octubre de 2023, Rashdi cayó víctima de un bombardeo aéreo en la zona de Tal Al Hawa, norte de Gaza. Ni siquiera su tía tuvo oportunidad de despedirse, ya que era imposible moverse en medio del intenso fuego. Reem lo evoca con tristeza: “No pudimos despedirnos de él y fue muy duro. Rashdi era mi referente para cualquier cosa: si necesitaba algo, era el primero a quien llamaba. Había fundado su propia productora de documentales y recibido varios premios, pero no pudo viajar a recogerlos debido al asedio”.
Luego llegó la noticia de la muerte de Mahmoud, hermano de Roshdi, el 15 de marzo de 2025, —pocas semanas antes de que Reem pudiera salir de Gaza—. Fue asesinado junto a otras nueve personas tras ser alcanzado por un ataque de dron israelí mientras documentaba un iftar de Ramadán en Beit Lahia, en el norte. La partida de ambos hermanos dejó un vacío enorme en el corazón de la familia. “Mis sobrinos eran lo más hermoso de nuestras vidas”, comenta Reem.
La salida de Gaza
A finales de marzo de 2025, su marido Emad recibió una llamada del consulado. Le dijeron: “Intentaremos sacarlos”. Emad pensó “Es ahora o nunca”.
Reem y sus hijos seguían en el norte. Su travesía comenzó al amanecer del 16 de abril. Tenían que llegar a Deir Al Balah, en el sur, desde donde la Cruz Roja los trasladaría al paso de Kerem Shalom (Karam Abu Salem), donde el embajador español los recibiría.
“El único camino disponible del norte al sur era la zona costera, conocida como la calle Al Rashid. Pero los vehículos tenían que detenerse en un punto determinado. Desde allí, tomamos un medio de transporte rudimentario: un tuk-tuk, que es una bicicleta con una caja de madera elevada detrás, sin asientos. Debía permanecer abierto para evitar ser objetivo de los aviones israelíes”, detalla la mujer.
Alrededor de las siete de la mañana llegaron a Deir Al Balah. Allí se reencontraron con Huda, la periodista de la familia, y se despidieron de ella. Dos horas después, abordaron un autobús de la Cruz Roja.
“Cuando llegamos a Rafah, nos dijeron que estábamos en una zona de combate peligrosa. Estaba prohibido usar los teléfonos móviles y no podíamos mirar ni a la derecha ni a la izquierda. El camino estaba lleno de grandes cráteres. No había señales de vida. Ni siquiera pájaros o árboles. Muchas casas estaban parcialmente destruidas. Las veías como si estuvieran tristes, queriendo llorar. El camino fue extremadamente difícil”.
La Cruz Roja dejó a Reem, sus hijos y su madre cerca del paso de Kerem Shalom, informándoles que no podían llevar maletas, siguiendo las órdenes israelíes. Solo se les permitía llevar un teléfono móvil, un cargador por persona y algo de dinero.
“Nos llevaron al punto de control israelí. Allí, un israelí vestido de civil salió y nos dijo: ‘No pueden llevar ninguna prenda de ropa, devuelvan todo lo que tienen. Si quieren ropa, regresen a Gaza’. Su actitud fue humillante y carente de humanidad. Lo dejamos todo y cruzamos después de pasar por varios dispositivos de control”, recuerda.
El reencuentro
Después de aproximadamente una hora y media, la familia se reunió con el embajador español. “Nos dijo: ‘Listo, su sufrimiento ha terminado’. Finalmente llegamos a un hotel en Jordania tras unas horas de viaje. Nos pusimos ropa limpia, y me sentí contenta al ver que mi hijo podía ducharse con agua caliente. En Gaza, una ducha así era un lujo”.
Dos días después, volaron de Amán, haciendo escala en el aeropuerto de Estambul, hasta Málaga. Allí se produjo el esperado reencuentro con Emad, el hijo mayor y otros familiares cercanos.
A pesar del reencuentro, la decisión fue difícil para la familia. “Durante todo el camino nos acompañó un sentimiento de culpa: ‘No somos mejores que quienes se quedaron allí’”. Además, Huda, la hija mayor, permaneció en Gaza para continuar su labor periodística. “Me dijo que no dejaría a su gente en Gaza”, cuenta su padre Emad. “Sufrí mucho como padre, pero como palestino, entiendo que, de haber estado en su lugar, probablemente tampoco habría salido”.
