GENOCIDIO EN GAZA
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Cuando las bombas vuelven a casa: la doble moral de Israel ante los ataques a hospitales
Israel denunció el ataque iraní a uno de sus hospitales como un crimen de guerra y una violación al derecho internacional. Pero después de 20 meses bombardeando hospitales en Gaza, su supuesto liderazgo moral suena a hipocresía.
Cuando las bombas vuelven a casa: la doble moral de Israel ante los ataques a hospitales
Un niño palestino es llevado en brazos tras resultar herido en un ataque contra un hospital de Gaza. / AP
hace 10 horas

En la madrugada del 19 de junio de 2025, misiles iraníes impactaron el Centro Médico Soroka, ubicado en la ciudad de Beerseba, uno de los principales hospitales de Israel, donde se atiende tanto a civiles como a personal militar.

Horas después, se activó un guión conocido. Autoridades israelíes y medios de comunicación denunciaron el ataque como un crimen de guerra, retratándolo como una agresión deliberada contra vidas inocentes y una violación flagrante del derecho internacional. Pero para quienes han seguido de cerca el accionar de Israel en Gaza, la indignación suena más a teatro que a tragedia.

El primer ministro Benjamín Netanyahu no tardó en pronunciarse: “Los tiranos de Teherán pagarán un alto precio por lo que hicieron”, sentenció, mientras titulares de todo el mundo replicaban su furia. El ministro de Defensa, Israel Katz, fue más allá, comparando al líder supremo iraní, Alí Jamenei, con “un Hitler moderno” que “no puede seguir existiendo”.

Luego, el ministro de Salud, Uriel Buso, calificó el ataque de “acto terrorista”, y acusó a Irán de “atacar deliberadamente a civiles inocentes y equipos médicos”. El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, fiel a su estilo incendiario, equiparó al régimen iraní con el nazismo, asegurando que “lanzó misiles contra hospitales, ancianos y niños”.

Los medios israelíes replicaron el mensaje con una intensidad casi unánime. El Canal 12 transmitió imágenes dramáticas de ventanas destrozadas, personal herido y humo saliendo del área de urgencias de Soroka, describiendo “daños extensos” y evacuaciones caóticas. El Ministerio de Relaciones Exteriores no tardó en amplificar el relato en redes sociales: “URGENTE: se ha reportado un impacto directo en el Hospital Soroka de Beerseba”.

No hubo pausa, ni matices, ni tiempo para chequearlo. Aún así, el relato quedó establecido: Irán atacó un hospital y, por tanto, cometió un crimen de guerra indescriptible.

Pero había un detalle crucial ausente en la mayoría de los relatos: el Centro Médico Soroka no atiende solo a civiles. Es uno de los mayores hospitales militares de Israel, donde se trata y rehabilita a soldados israelíes, incluidos muchos heridos durante la ofensiva en curso sobre Gaza, una campaña duramente condenada por su devastador impacto sobre la población civil.

Con ese dato sobre la mesa, Soroka puede describirse razonablemente como una instalación de uso dual, un término que el propio Israel ha invocado repetidamente para justificar sus bombardeos a hospitales en Gaza. Según su propio argumento, cuando un hospital alberga combatientes o activos militares, pierde su protección bajo el derecho internacional y se convierte en un objetivo legítimo.

¿Cuándo deja un hospital de ser considerado “hospital”?

Aquí es donde la hipocresía no solo se hace evidente, sino intolerable.

Desde el 7 de octubre de 2023, Israel ha atacado sistemáticamente decenas de hospitales en toda Gaza.

Según la Organización Mundial de la Salud, al menos 32 hospitales y 53 centros de salud primaria han resultado dañados o totalmente destruidos. Los ataques contra los hospitales Al-Shifa, Nasser, Indonesio y Al-Quds figuran entre los más graves. En ellos murieron médicos, pacientes y familias desplazadas que buscaban refugio. Bebés prematuros fallecieron al quedar sin suministro eléctrico en las incubadoras. Se detuvo a personal sanitario. Las salas de urgencias se convirtieron en morgues. Complejos hospitalarios enteros quedaron reducidos a escombros.

Israel justificó cada uno de estos ataques con un argumento amplio y recurrente: “Hamás utiliza los hospitales como centros de mando”. Esa justificación se transformó en un pretexto comodín para arrasar con la frágil infraestructura sanitaria de Gaza.

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Pero hay algo fundamental: nunca se presentó una prueba concluyente que respaldara esas afirmaciones. En ocasiones, Israel difundió imágenes pixeladas de drones, diagramas por computadora o videos inestables que supuestamente mostraban entradas a túneles. Rara vez fueron verificados. Con frecuencia, esas alegaciones se repitieron en medios israelíes y occidentales pese a la notoria falta de pruebas sólidas.

Cuando observadores internacionales, organizaciones de derechos humanos o periodistas exigieron evidencias, Israel optó por el silencio, la evasiva o la reiteración.

La carga de la prueba simplemente se invirtió. Israel afirmaba que Hamás se ocultaba en los hospitales; por tanto, podían ser atacados. Sin más preguntas ni respuestas al respecto.

Los líderes occidentales aceptaron en gran medida esas afirmaciones sin cuestionarlas. Funcionarios estadounidenses repitieron los argumentos israelíes. Políticos británicos y alemanes insistieron en el “derecho a la autodefensa” de Israel. Los grandes medios titularon con frases que desdibujaban la línea entre hospital y escondite. La devastación en Gaza no se presentó como una violación del derecho internacional, sino como una consecuencia desafortunada de una “guerra necesaria”.

Pero ahora, el guión se invierte. Cuando Irán atacó un hospital israelí —uno que, además, atiende a soldados heridos—, la indignación fue atronadora. El lenguaje moral es absoluto. Se nos dice que eso es terrorismo. Un crimen de guerra. Un ataque contra la civilización misma.

Un marco moral en ruinas

La contradicción no sólo resulta chocante; socava el mismo marco legal y ético que Israel dice defender. No se puede bombardear hospitales durante 20 meses, justificarlo como necesidad militar, y luego llamarlo crimen de guerra cuando te ocurre a ti.

Y hay más. Israel ha sido acusado durante años de ubicar infraestructura militar en zonas civiles: cerca de escuelas, barrios residenciales y, sí, hospitales.

Organizaciones de derechos humanos como B’Tselem y Human Rights Watch han documentado estas prácticas. Incluso periodistas israelíes han informado sobre el uso militar de espacios civiles. Pero cuando la acusación recae sobre Hamás, no es solo una denuncia: es una sentencia de muerte.

Para que quede claro: los hospitales no deben ser objetivo de ataques. Ni en Beerseba, ni en Teherán, ni en Gaza. Las instalaciones médicas están protegidas explícitamente por los Convenios de Ginebra, y los ataques contra ellas —especialmente cuando causan víctimas civiles— constituyen graves violaciones del derecho internacional humanitario.

Lo que no puede sostenerse es un doble criterio para medir las cosas. Israel no puede proclamarse moralmente superior mientras camina sobre los escombros que ellos mismos han causado. No pueden arrasar los hospitales de Gaza y luego, cuando son ellos quienes reciben el golpe, exigir que se respeten las leyes de la guerra.

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La autoridad moral no se invoca a conveniencia mediante comunicados o publicaciones en redes sociales. Se gana. Y ahora mismo, Israel no está en una posición elevada, sino de pie sobre una montaña de ruinas médicas que insiste en presentar como un pedestal.

Hasta que no haya una rendición de cuentas real por lo que ha pasado —y sigue pasando— en Gaza, cada vez que Israel apele al derecho internacional, a la protección de civiles o a la inviolabilidad de los hospitales, sus palabras sonarán vacías. La justicia no puede aplicarse a conveniencia. Los derechos humanos no admiten cláusulas de excepción.

Si los hospitales son sagrados, deben serlo para todos.

FUENTE:TRT World
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