La odisea de Alí Nofal: de sobrevivir a una prisión israelí a tener su tienda de ropa en Colombia
AMÉRICA LATINA
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La odisea de Alí Nofal: de sobrevivir a una prisión israelí a tener su tienda de ropa en ColombiaEn Colombia, la comunidad palestina supera las 100.000 personas. Alí Nofal emigró a Bogotá tras ser prisionero del ejército israelí. Tiene seis hijos y es dueño de una tienda de ropa. “Quiero seguir aquí, pero nunca voy a dejar de ser palestino”.
Su tienda es más que ropa: es un refugio de cultura palestina en el corazón de Colombia. / TRT Español
hace un día

Bogotá, Colombia — A una cuadra de la Plaza de Bolívar en Bogotá, epicentro político de Colombia, Alí Nofal atiende un local de ropa formal rodeado de vestidos de fiesta, camisas planchadas y retazos de su historia. A sus 68 años, este comerciante de mirada profunda y voz pausada representa mucho más que un vendedor, es un sobreviviente de la ocupación israelí y un miembro más de la diáspora palestina en América Latina.

Nacido en Ras Karkar, un pequeño pueblo cercano a Ramala, en Palestina, a fines de la década de 1980, Alí dejó su tierra tras haber pasado casi dos años en una cárcel israelí. “El hecho de ser palestino ya es motivo para que te metan preso sin causa justa”, señala a TRT Español, sin eufemismos. No fue acusado de ningún delito. Su detención fue parte de una estrategia sistemática de criminalización de la población civil palestina bajo la ocupación militar.

Su hermano Hassan, que había emigrado en 1963, lo esperaba en Bogotá junto a un tío. Allí comenzó una nueva vida que nunca dejó de estar tejida con los hilos de la anterior.

Resistir desde Sudamérica

En Colombia, primero trabajó junto a su hermano en un restaurante. En 1990 abrió su propio negocio gastronómico: Alibaba. En 1995, fundó su actual tienda de ropa: La Nueva Galería de la Once, ubicada justamente en la esquina de la Calle 11 y Carrera 9.

“Trabajo con dos de mis hijos, ellos tienen sus almacenes aquí al lado. Quería que siguieran otro camino, pero se quedaron conmigo en esto”, comenta.

Desde su local, Nofal nunca dejó de hablar de Palestina. Tiene siempre a mano una bandera palestina, viste la kufiya –el tradicional pañuelo de cuadros– y conversa con quien quiera escuchar sobre su tierra. Su cotidianidad está atravesada por una identidad que se niega a perder. “Israel trata de borrar a Palestina de la historia, pero nosotros debemos cuidar nuestra identidad para que no sea borrada”, explica.

Hoy vive en Bogotá junto a su esposa Amal, también palestina, y tiene seis hijos, cinco nacidos en Colombia y una en Palestina. “Me siento colombiano de corazón, pero palestino de nacimiento”, afirma.

América Latina y Palestina, cerca a pesar de las distancias

Nofal insiste en que la integración a la sociedad colombiana fue natural. “La idiosincrasia latinoamericana es cercana a la nuestra, aquí encontramos calor humano y solidaridad con la causa palestina”, señala. 

Incluso destaca los vínculos históricos entre las dos culturas: “Muchos colombianos se parecen a los árabes físicamente. La colonización árabe de España dejó huellas que hoy se notan en el idioma y la cultura”.

No es el único en esta tierra, la embajada de Palestina en Colombia estima que la comunidad en el país oscila entre las 100.000 y 120.000 personas. La mayoría vive en la costa atlántica, en ciudades como Barranquilla, donde muchas familias ya están plenamente integradas en la sociedad colombiana.

“Somos gente pacífica, hemos venido a construir, no a destruir. Muchos aportaron a la agricultura, otros a la política, la religión o a los medios de comunicación”, dice Alí. “Por ejemplo, al periodista Yamid Amat o el senador Feisal Mustafá Barbosa”, cuenta, este último asesinado por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el 10 de septiembre de 1993 durante una campaña electoral.

Genocidio y ocupación: una herida que no cierra

Desde Colombia, Nofal sigue de cerca lo que ocurre en Gaza y Cisjordania ocupada. “Israel ha utilizado Gaza como un laboratorio de armas destructivas, está cometiendo un genocidio contra nuestro pueblo”, denuncia con indignación. “El mundo debe actuar, no sólo condenar”, exige Alí. “Deben cortar relaciones con el Estado sionista, bloquearlo económicamente y frenar sus actos criminales”.

El dolor no es nuevo para él, hace tres años que no regresa a su tierra. “No puedo ir por todo lo que está sucediendo”.

Y de repente, en la tienda de Alí, suena el teléfono: una llamada desde Gaza. Al otro lado de la línea está Tariq Al-Barawi, su amigo que aún vive en el barrio de Sheikh Radwan. La voz llega entrecortada, frágil. “La situación aquí es muy difícil. Estamos viviendo una hambruna, comemos lo mismo que le damos a los pájaros”, le dice. Cada 10 o 15 minutos, cuenta, hay ataques aéreos. Nadie se atreve a salir de sus casas: “Tenemos miedo de salir a la calle, las bombas pueden caer en cualquier momento”.

La descripción es desgarradora: no hay comida, ni agua potable. Las escuelas están en ruinas, los hospitales ya no existen. “Los niños están en las calles, sin educación, sin futuro. Las enfermedades se multiplican, no hay vida aquí”, relata Tariq desde Gaza.

Tariq pide que su voz cruce fronteras: “Le hablo al mundo, a la gente que aún tiene corazón. Por favor, detengan esta represión del sionismo contra la población civil. Tengan clemencia con nuestros hijos, con nuestras mujeres”.

Su mensaje es un grito a la humanidad, un grito de auxilio: “Si no morimos por las balas israelíes, moriremos de hambre”.

“La humanidad está de acuerdo con nosotros”

En medio del horror, Nofal encuentra consuelo en el respaldo internacional. Agradece el apoyo del presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien ha condenado públicamente el accionar del Gobierno de Benjamín Netanyahu y también rompió relaciones diplomáticas el 1 de mayo de 2024. “Estoy muy agradecido, ojalá más países sigan su ejemplo”, comenta Alí.

“La humanidad, en todas las calles, está de acuerdo con nosotros. No puede volver la época del genocidio, del exterminio de un pueblo entero ante nuestros ojos. Si muere Palestina, muere la humanidad y no la vamos a dejar morir", dijo el presidente colombiano, durante los actos de conmemoración del Día Internacional del Trabajo en 2024.

Además del trabajo, la familia y la memoria, Alí adoptó costumbres colombianas que lo conectan con su nueva tierra sin perder el lazo con su cultura antigua.

“Me encanta comer arepa y tomar café colombiano. Pero incluso eso me une a mis raíces: la palabra café proviene del árabe qahwa”, explica. Luego lanza una curiosidad con una sonrisa: “La palabra almojábana –un pan tradicional y típico en Colombia, hecho principalmente con harina de maíz y queso– también viene del árabe: al-muŷabbana”.

“Quiero seguir aquí, pero nunca voy a dejar de ser palestino”, concluye. Su historia es la de un hombre que no se rinde al desarraigo, que convierte su negocio en trinchera cultural, y que, a pesar de la distancia, mantiene viva la llama de su pueblo.


FUENTE:TRT Español
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